El trasfondo
Con el torbellino de escándalos políticos, el secuestro de niños y el ruido incesante provocado por el régimen de Trump, pocos se fijaron en la presentación de un informe que documenta cómo el país más rico en la historia es ahora el más desigual, con el mayor índice de pobreza del llamado mundo avanzado.
El pasado viernes, el relator especial sobre pobreza extrema de la ONU, Philip Alston, presentó su informe sobre Estados Unidos ante el Consejo de Derechos Humanos, en Ginebra, donde documentó la existencia de 40 millones de pobres (18.5 millones de éstos en pobreza extrema) y que desde 1980 el ingreso promedio de la mitad más pobre de la población se había estancado, mientras el del 1 por ciento se había disparado a niveles récord.
El informe detalla manifestaciones de esta desigualdad, por ejemplo, que la tasa de mortalidad infantil es las más alta del mundo avanzado, las tasas de mortalidad entre afroestadounidenses han llegado a casi el doble de los de Tailandia, 18 por ciento de los niños viven en la pobreza, o que un bebé nacido en China hoy tiene expectativa de vida más larga y saludable que sus pares en Estados Unidos.
“En lugar de lograr los compromisos admirables de sus fundadores, el Estados Unidos de hoy ha probado ser excepcional (…) en maneras contrarias a su riqueza inmensa y su compromiso con los derechos humanos. Como resultado, abundan los contrastes entre la riqueza privada y la miseria pública”, escribe en el informe. Afirma que “la persistencia de pobreza extrema es una decisión política tomada por aquellos en el poder”.
Acusa que el actual régimen provocara un deterioro de estas condiciones: “las políticas promovidas durante el último año parecen ser diseñadas deliberadamente para remover protecciones básicas hacia los más pobres, castigar a los desempleados y hacer que los servicios de salud más básicos sean un privilegio que se tiene que ganar, en lugar de un derecho ciudadano”.
El día anterior, la embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley, descalificó el informe, indignada porque Naciones Unidas se había atrevido a evaluar a su país: “es patentemente ridículo que la ONU examine la pobreza en Estados Unidos”. Acusó al relator de parcialidad y denunció que fue un ejercicio motivado políticamente. De hecho, el régimen de Trump justo había anunciado su retiro del Consejo de Derechos Humanos de la ONU –el primer país en hacerlo desde que se estableció en 2006– y no estaba presente cuando Alston y otros abordaron el tema.
En su informe, Alston señala que “en la práctica, Estados Unidos está solo entre los países desarrollados en insistir que mientras los derechos humanos son de importancia fundamental, éstos no incluyen derechos para protegerse contra morirse de hambre, morir por la falta de acceso al cuidado a la salud o crecer en un contexto de privación total”.
No es el primer informe sobre el tema. Durante meses y años recientes se ha documentado ampliamente la aceleración de la desigualdad económica en este país en los gobiernos de ambos partidos, llegando a niveles sin precedente desde hace casi un siglo, y sus consecuencias antidemocráticas como resultado de la implementación de las políticas neoliberales desde los tiempos de Ronald Reagan.
Sin tener todo esto en cuenta, no se pueden entender los fenómenos de Trump, o en el otro extremo, el de Bernie Sanders; el de “fascistas” aliados de este régimen, o el surgimiento de una masa popular que se identifica como socialista, o las derrotas de la cúpula política tradicional, o el temor y el odio que se han cultivado abajo (incluyendo el antimigrante), o las repuestas progresistas como la Campaña de los Pobres y las huelgas recientes de cientos de miles de maestros, entre otros.
Este es el trasfondo fundamental del problema político, social y económico actual de Estados Unidos.
Fuente: La Jornada