Trump pone al mundo al borde del abismo
Si otorgamos veracidad a las declaraciones de Donald Trump, el mundo ha estado sólo a 10 minutos del inicio de una guerra regional con graves implicaciones mundiales. Probablemente nunca hayan existido 600 segundos más trascendentes en la historia reciente del planeta que los que tardó Trump en decantarse por las tesis del Pentágono frente a las de Bolton.
Irán es una nación muy rica, pero no sólo en petróleo y gas, también en amigos y aliados. Si alguien piensa que la respuesta a una agresión a Irán puede quedar circunscrita al país persa y a las aguas que lo bañan, es que no conoce ni a pueblo iraní, ni a sus dirigentes, ni los complejos equilibrios regionales. Y es que si, finalmente estalla un conflicto bélico, no será únicamente obra de Estados Unidos, será el resultado conjunto del trabajo del que han venido en llamar el «Equipo B», b de Bolton, de Benjamin Netanyahu, de Bin Salman e incluso de Bin Zayed, asesor de Seguridad Nacional de Emiratos.
Así que, si EEUU ataca a Irán, la respuesta no se hará esperar, primeramente contra las fuerzas de EEUU en la región que se encuentren dentro del alcance de los misiles iraníes. Pero el «Eje de la Resistencia Antiimperialista» al completo (Irán, Irak, Siria, Hezbollah y buena parte de las milicias palestinas) tampoco se olvidará de la responsabilidad de los aliados del imperio y, menos aún, de los que han atizado la guerra y están en el origen de la inestabilidad en la región.
Los analistas llevan mucho tiempo haciendo simulaciones de lo que sucedería si se produjese una guerra en las inmediaciones del Estrecho de Ormuz. Teniendo en cuenta que esa pequeña franja marina acapara alrededor del 40% del tráfico mundial de petróleo, las proyecciones más optimistas prevén un incremento de los precios del crudo hasta llegar a los 200 dólares por barril si se impidiese completamente el tráfico de petróleo pero, dependiendo de la duración del bloqueo, podría incrementarse hasta los 1.000 dólares en pocas semanas. No hace falta ser máster en macroeconomía para saber qué sucedería en el mundo con esas referencias del coste en el mercado del producto motor de muchas economías. La crisis financiera de 2008, a su lado, seguramente sería una leve pesadilla.
La pregunta crucial es ¿tiene la República Islámica la suficiente capacidad militar para bloquear el Estrecho de Ormuz? Irán cuenta con un gran poder defensivo y disuasorio que EEUU lleva años tratando de eliminar. Por eso ha intentado, sin éxito, que el programa de misiles persa estuviese incluido en las negociaciones del Plan Acción Integral Conjunto, el acuerdo antinuclear aprobado por el G5+1, abandonado unilateralmente por Trump. De hecho, el tema nuclear nunca ha sido un verdadero problema para EEUU. Eso sólo ha sido un pretexto para agredir a Irán y ponerlo de rodillas, no existe un programa militar nuclear en el país de los ayatolás.
La verdadera razón de tanta animadversión es que EEUU y sus socios quieren tener desarmado a Irán para atacarlo a placer cuando lo consideren oportuno, como ya hizo con Irak, Libia o Afganistán. El Pentágono sólo lucha contra países destruidos, sin capacidad de defenderse, jamás contra ejércitos bien pertrechados. Y aún así, el otrora gran imperio, ya no sabe cómo acabar sus desiguales guerras, nunca logra los objetivos declarados y se empantana eternamente en conflictos de mayor entidad de los que pretendían resolver.
Pero, realmente, tampoco hace falta una gran capacidad militar para cerrar Ormuz, no son los misiles el arma mas poderosa de Irán. El país tiene una ubicación absolutamente estratégica. Unas pocas minas baratas pueden cerrar el Estrecho por donde pasa casi la mitad del petróleo del mundo. Algunas lanchas militares pueden hacer ese mismo trabajo con eficacia, incluso un par de petroleros ardiendo podrían provocar el colapso de los mercados de crudo. Aún más, la decidida determinación a bloquear el paso de buques, puede lograr el efecto deseado sin disparar una sola bala, no sería la primera vez que ocurriese algo similar.
Es en este contexto dónde hay que entender la explosiva situación de la región. Estados Unidos y sus aliados pretenden convertir a Irán en otra colonia petrolera al servicio del imperio. Cuando se les acabó la capacidad de presión tras la firma del acuerdo nuclear, inventaron un nuevo frente contra su programa de misiles. Y en el hipotético caso de que la República Islámica cediera, ya buscarían otro método de acoso y derribo contra el país. Ni EEUU, ni Israel, ni Arabia Saudí pretenden otra cosa que ver de rodillas a Irán y, si les es posible, troceada en estados más pequeños y fácilmente controlables. Para estos países, un Irán en plena capacidad productiva y económica es una amenaza local y regional intolerable. Su alianza con el legítimo gobierno sirio (contra el Daesh y al Qaeda), sus lazos con Irak, su inquebrantable apoyo a la causa palestina, su ascendiente sobre el Hezbollah libanés o los houties de Yemen, ha desbaratado muchas veces los planes de dominación globales norteamericanos en la región.
La estrategia norteamericana es ahogar a Irán impidiendo sus exportaciones de petróleo y el comercio internacional con el país. De ahí el abandono norteamericano del ya durísimo tratado nuclear exigido a Teherán y la imposición de sucesivas rondas de sanciones económicas ilegales por la administración Trump. Sin embargo, el resto de países del G5+1 han decidido —con diferentes grados de compromiso— salvaguardar el acuerdo, ayudar a Irán a exportar su petróleo e incluso a establecer novedosos mecanismos financieros para burlar las sanciones extraterritoriales de EEUU. Por eso Trump está tratando de sumar al menos a los aliados de la OTAN a este plan macabro. Es ahí donde el “Equipo B” entra en acción con la preparación de ataques de bandera falsa para inculpar a Irán y propiciar su aislamiento diplomático y económico.
Ataques a petroleros en el Estrecho de Ormuz y en otros puntos de la región, despliegue militar nuclear frente a sus costas, provocaciones fronterizas, ataques cibernéticos, acoso mediático… son parte de las medidas adoptadas para lograr este fin. Pero sin duda, el momento más peligroso de todos, fue la invasión del espacio aéreo iraní por parte de un gigantesco dron militar de reconocimiento que fue abatido de inmediato con misiles con tecnología nacional. Con la intrusión, los estadounidenses intentaban, además de espiar sus sistemas de defensa, evaluar la disposición de sus fuerzas armadas a defender las fronteras. persas. Todos los escenarios estarían sobe la mesa como reacción ante tamaña provocación; sin embargo, no es probable que contaran con la inmediata y drástica reacción iraní.
Volar la joya de la corona de los drones aéreos estadounidenses en medio de un despliegue militar tan enorme, bajo la presidencia de todo un Donald Trump y gobernando muchas de las personas que llevaron a EEUU a la guerra con Irak, demuestra una determinación, una entereza y un dominio de la situación sin precedentes. El cazador ha sido cazado en su juego, nada más y nada menos que por los guardianes de la revolución. No ha debido ser plato de gusto para un desbocado Trump o un halcón como Bolton, que tuvieran que envainar la espada y tragarse toda su habitual incendiaria retórica para parecer razonables al menos por una ocasión en sus vidas.
Pero el conflicto no ha acabado, todo lo contrario, no ha hecho más que comenzar. De momento, Estados Unidos ha preferido situar la respuesta al derribo del dron en ataques cibernéticos y en una nueva ronda de sanciones económicas, pero no es probable que permanezcan ahí mucho tiempo. Agresiones exteriores cohesionan aún más al pueblo iraní, rodilla en tierra junto a su gobierno, a pesar de ser los sufridores de las sanciones extraterritoriales norteamericanas. No va a venir por una “primavera” inducida el desenlace de la situación. Sólo si los factores de disuasión con los que cuenta Irán obran su función como es debido, sólo si la cordura no abandona del todo a los dirigentes norteamericanos, podrá evitarse una guerra abierta con gravísimas ramificaciones regionales y nefastas consecuencias mundiales.