Hedelberto López Blanch •  Opinión •  05/10/2018

Dos vías opuestas para Brasil

Cuando este domingo 7 de octubre se realicen las elecciones presidenciales en Brasil, sus ciudadanos decidirán si quieren volver a tener una nación democrática con inclusión social para la mayoría de sus habitantes o si optan por un neoliberalismo agresivo, de posible autoritarismo y de exclusión social.

Y es que de los seis aspirantes a la primera magistratura, solo dos presentan posibilidades de lograrlo, según las encuestas: el representante del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad y ultraderechista Jair Bolsonaro, del Partido Social Liberal(PSL).

Haddad, quien fue designado para sustituir al candidato y ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva, quien marchaba al frente de todas las encuestas, pero fue detenido y vetado arbitrariamente para participar en las elecciones, presenta un programa similar al de Lula. 

Fernando Haddad es profesor, ex alcalde de Sao Paulo y ex ministro de Educación durante las presidencias del PT, años en que creó 18 universidades y 360 Institutos Federales para incorporar y dar vacantes en los centros de educación a negros, mestizos e indígenas.

Este candidato propone la anulación de la reforma de flexibilización laboral y la ley de ajustes impuestas por el mandatario de facto, Michel Temer tras el golpe de Estado parlamentario contra la ex presidenta Dilma Rousseff; realizar una reforma tributaria e incluir el impuesto de renta justo; revocar el congelamiento de la inversión social y de las privatizaciones impulsadas por Temer.

También una reforma del Estado en un proceso constituyente popular; la implementación de las recomendaciones de la Comisión de la Verdad por crímenes de la dictadura militar y el desarrollo de una renta básica ciudadana.
Como ocurrió durante los gobiernos del PT, Petrobrás estará en el eje de la economía de Brasil con precios controlados y función social.

El desafío de Haddad será lograr obtener los votos preliminares con los que contaba Lula y poder disputar la presidencia contra el ultraderechista Bolsonaro en un casi seguro balotaje. Todas las indagaciones dan como seguro ganador en la segunda vuelta a Haddad.

En los anteriores gobiernos del PT (2003-2015) encabezados por Lula y Dilma, respectivamente, proliferaron los programas sociales y sacaron de la pobreza a más de 28 000 000 de habitantes. Lula logró estabilizar la economía y que creciera el Producto Interno Bruto (PIB) a un promedio de 4,1 % anual. Canceló toda la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI), redujo el desempleo a 5,7 % y consolidó al país como uno de los más grandes exportadores de crudo del mundo a diferencia de lo que es hoy Brasil con una contracción del 1 % en el segundo trimestre de 2018 y una caída de la industria de manufactura del 10,9 %; retroceso del 3,8 % en los servicios; 4,9 % en la construcción, automóviles y autopartes, y 13,2 millones de brasileños sin empleos.

Tras el golpe parlamentario contra Dilma, (la mayoría de sus ejecutores están envueltos en graves casos de corrupción) Michel Temer desató una agresiva política neoliberal con impulso a las privatizaciones de propiedades estatales.
Recordemos que de los 513 diputados de la Cámara de Representante, 299 son investigados en procesos judiciales y 76 han sido sancionados. Entre los más relevantes aparecen Temer, quien fue denunciado por haber recibido de Petrobrás 3 000 000 de dólares para llevar adelante su campaña electoral, además de estar acusado en dos ocasiones por casos de corrupción, sobornos y obstrucción a la justicia.

Las consecuencias durante su administración han sido aciagas para la mayoría de la población pues lejos de sacar al gigante sudamericano de la recesión, la economía se ha situado entre las más débiles de los países emergentes con un déficit presupuestario de 7,8 % del PIB en 2017 y una deuda pública del 74,5 %.

El crecimiento económico roza el 1 % y la famosa lluvia de inversiones que vendría tras sus decisiones, nunca llegaron. Hasta el primer trimestre de este año, la inversión extranjera productiva bajó un 30 % con respecto al mismo período de 2017 según el Banco Central de Brasil.

Por su parte, Bolsonaro, ex capitán del Ejército y diputado desde hace 17 años por el Estado de Río de Janeiro, presenta un programa electoral nebuloso y su ignorancia sobre asuntos básicos de la economía, reconocido por él mismo en intervenciones públicas, preocupa a muchos.

El sociólogo Paulo Baía declaró a la prensa que “Bolsonaro tiene un discurso mesiánico sin mucho contenido. No tiene propuestas concretas para gobernar Brasil, o por lo menos hasta ahora no las ha comunicado. Es un político egocéntrico y autorreferencial, que dice va a salvar el país obviando el cómo”.

Prevé la privatización de otras 100 empresas públicas y la reducción de las estructuras de 29 Ministerios, así como unificar las carteras de Hacienda, Planeamiento, Industria y Comercio en una sola de Economía. Sus declaraciones machistas, homofóbicas, abogar porque las mujeres cobren menor salario que los hombres y por su eslogan “Más Brasil y menos Brasilia”, lo comparan con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

En general, Bolsonaro ha expresado su desprecio por la democracia y su nostalgia por la dictadura militar instaurada en el país en 1964 y hasta elogió en público al coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, (ya fallecido) responsable de torturar a Rousseff durante la dictadura.

En definitiva el pueblo brasileño tiene en las urnas la posibilidad de decidir el futuro de la nación por cauces más beneficiosos para las grandes mayorías desamparadas.


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