Elier Ramírez Cañedo •  Opinión •  06/04/2017

Trump y Cuba: desafíos y oportunidades

La política que definitivamente adoptará el nuevo inquilino de la Casa Blanca con relación a la Mayor de las Antillas, aún está marcada por la incertidumbre. Las erráticas señales que ha emitido el nuevo mandatario estadounidense generan aún más confusión. Primero fueron los intentos de explorar el mercado cubano como hombre de negocios, algo que sus adversarios políticos usaron contra él durante la campaña electoral; luego, como candidato del partido republicano señaló que no estaba en desacuerdo con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países, pero que lograría un “mejor acuerdo” que Obama; y finamente, en la recta final de su campaña presidencial expresó que revertiría las medidas ejecutivas adoptadas por el presidente Obama hacia Cuba. Ya como presidente electo, realizó declaraciones ofensivas y muy desatinadas al producirse la partida física del líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro. “Si Cuba no está dispuesta a hacer un mejor acuerdo para el pueblo cubano, para el pueblo cubanoamericano y para Estados Unidos como un todo, cesaré el trato”, escribió poco después en Twitter.

Las más recientes menciones a Cuba de algunos funcionarios de la administración Trump se han referido a que la política de Washington hacia La Habana, se encuentra en una fase de revisión completa bajo el enfoque de los derechos humanos y que el presidente de los Estados Unidos considera que su país ha regalado mucho a la Isla cuando ésta no ha hecho aún ninguna concesión. Por si fuera poco, luego de una cena con Marco Rubio, Trump llegó a decir que compartía con el senador “ideas muy similares sobre Cuba”.

El todavía hoy indefinido curso de acción que adoptará la administración Trump en su política hacia Cuba, al menos nos permite hacer una lectura positiva: aún permanece abierta la posibilidad de que no sea plenamente reversible el proceso bilateral iniciado el 17 de diciembre de 2014, aunque por supuesto la nueva administración, llegado el momento, hará sus aportes a la política hacia Cuba. Pero hasta ahora, podemos decir que, la actual política del gobierno de los Estados Unidos hacia Cuba, continúa siendo la que se diseñó e implementó durante la administración Obama. Lo que hemos visto en los primeros meses de mandato de Trump es una especie de congelamiento junto a los ya mencionados pronunciamientos retóricos. Es decir, no ha habido nuevos avances, pero tampoco retrocesos.

Más allá del discurso prepotente, que desde posiciones de fuerza pretende fijar condicionamientos a Cuba, y de un gabinete compuesto mayormente por ultra conservadores -elementos que pudieran augurar un cambio de enfoque-, la administración Trump ha continuado cumpliendo los acuerdos bilaterales firmados en época de Obama, incluyendo los nuevos acuerdos migratorios, lo que ha implicado la devolución a la Isla de los cubanos que han entrado ilegalmente al territorio estadounidense en los últimos meses. Asimismo, las ligeras brechas al bloqueo en el plano comercial continúan su curso, y los sectores de negocios estadounidenses que han apostado por el mercado cubano, lejos de retroceder, han seguido ampliando las relaciones con la Isla, incluso con viajes de delegaciones empresariales. Resulta interesante que tres de los principales aliados de Trump en el Congreso, los representantes republicanos Rick Crawfod, de Arkansas, Tom Enmmer, de Minesota, y Mark Sanford, de Carolina del Sur, han sido promotores de proyectos legislativos dirigidos a debilitar el andamiaje del bloqueo contra Cuba y aumentar las posibilidades de viajes y comercio con la Isla.

¿Qué podemos esperar?

Pienso que quizás aún transcurra algún tiempo antes de que veamos una política más definida de la administración Trump con relación a Cuba, pues realmente otros son los temas que están siendo ahora priorizados tanto en su agenda doméstica, como internacional.

Por otro lado, Donald Trump no debe tener ningún apuro con Cuba, cuando se acercan los anunciados cambios generacionales en la máxima dirección de la Isla, algo que la clase dominante en ese país siempre ha aspirado aprovechar, y Trump no será la excepción.

No obstante, siempre insisto en que lo más importante a la hora de plantearse los posibles escenarios futuros de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba es enfocarse en las variables fundamentales que incidieron en los anuncios del 17 de diciembre de 2014. Si esas variables se sostienen y consolidan en el tiempo, pienso que la actual administración –al menos si nos guiamos por razones histórico-lógicas- se sentirá impelida a mantener los principales avances bilaterales alcanzados durante la administración Obama, sobre todo aquellos que se acercan más a los intereses de su agenda política. Hacer otra cosa sería el paso definitivo del smart power al stupid power. Trump ha hecho gran énfasis en los temas de seguridad, así como en la necesidad de generar empleos para los estadounidenses, en ambos casos, mantener la cooperación y las posibilidades de negocios con la Isla, puede reportarle importantes dividendos.

Dentro de las variables que empujaron las decisiones del 17 de diciembre de 2014, la dinámica de la situación interna cubana continúa siendo la más importante, la que más impacta en el diseño y la implementación de la política de los Estados Unidos hacia la Isla. Si Cuba logra mantener la estabilidad política y avanzar en su estrategia de desarrollo a partir de la actualización del modelo económico y social, y al propio tiempo, continúa obteniendo sostenidos y contundentes éxitos en el plano internacional, le será bien difícil –aunque no imposible- a Trump y su equipo destruir los puentes establecidos a partir del 17 de diciembre del 2014. Téngase en cuenta, la existencia de un sector considerable de la élite de poder en los Estados Unidos con un marcado interés de incidir en el proceso de transformaciones internas que tiene lugar hoy en la Isla, algo que la política anterior al 17D imposibilitaba.

La evolución de la situación en América Latina y el Caribe y la política exterior de Estados Unidos hacia la misma, también resulta un escenario de grandes implicaciones para las relaciones bilaterales. Sin duda, los cambios ocurridos en la región de 1999 hasta el 2014, tuvieron un notorio impacto en el rediseño de la política hacia Cuba, pues Estados Unidos había ido quedando cada vez más aislado en el hemisferio con su arcaica política hacia la Isla, en un momento de auge de los movimientos progresistas y de izquierda. Ese escenario ha sufrido algunas modificaciones ante la arremetida imperial-oligárquica en la región, pero sigue siendo un terreno en disputa.

Otras variables como la dinámica interna en los Estados Unidos, donde juegan un papel importante los sectores empresariales y de negocios, la opinión pública estadounidense, los cambios demográficos y políticos ocurridos en la comunidad de origen cubano en los Estados Unidos, así como un consenso cada vez más significativo dentro de la clase dominante de ese país que apoya el “nuevo enfoque” de política hacia Cuba, también favorecen la tendencia de apoyo al “proceso de normalización de las relaciones”.

El entorno internacional caracterizado -entre otros aspectos- por el desafío que representa para la hegemonía estadounidense el auge de China y Rusia, incluso en la propia región latinoamericana y caribeña, también refuerza el argumento de los sectores de poder en Estados Unidos que abogan por un enfoque diferente en la política de los Estados Unidos hacia la Mayor de las Antillas.

Entre otros factores a tomar en cuenta proclives a mantener lo logrado en época de Obama, estarían:

-Las amplísimas áreas de interés común para la cooperación que se han ido construyendo y cuyos resultados beneficiosos no pueden ser ignorados, junto al hecho, ya comprobado, de que Cuba realmente constituye una garantía para los auténticos intereses de seguridad nacional de los Estados Unidos, en asuntos como la lucha contra el terrorismo, el tráfico de personas, la inmigración ilegal, el tráfico de drogas, el enfrentamiento a catástrofes naturales y el combate a grandes pandemias y enfermedades infecciosas, por solo mencionar algunas áreas.

-El incremento sostenido de vínculos entre ambas sociedades (viajes, intercambios académicos, científicos, culturales y deportivos) las cuales tienen un gran impacto en el cambio de la imagen Cuba a lo interno de la sociedad estadounidense y hacen más difícil un regreso a un contexto de rompimiento como el que caracterizó el período de George W. Bush.

-El surgimiento de un lobby pro normalización, en el que el nuevo grupo de presión bipartidista Engage Cuba, integrado por importantes sectores de negocios y organizaciones no gubernamentales, constituye una de las organizaciones más activas y visibles.

-El cambio paulatino de las posiciones sobre Cuba dentro del legislativo estadounidense, que tiende a reducir paulatinamente el predominio prácticamente absoluto que sobre el tema tuvieron los congresistas de la extrema derecha cubanoamericana durante décadas.

Por lo tanto, tomando en cuenta estos elementos y si realmente Trump logra terminar su mandato en medio de múltiples contradicciones sistémicas internas, me aventuro a pensar que antes de tomar una decisión final de continuar el proceso de normalización o revertir total o parcialmente sus progresos, su administración mantendrá el status quo alcanzado con Cuba y al propio tiempo se dedicará a ir generando –mientras las condiciones se lo permitan- un contexto de presión sobre Cuba con la intención de reducir su capacidad negociadora de cara al futuro. Esta presión no solo formará parte del discurso político, sino de acciones concretas que favorezcan los intereses de los Estados Unidos -en especial en América Latina y el Caribe- en detrimento de los de Cuba. La desestabilización de los gobiernos progresistas y de izquierda en la región, teniendo como frente principal a Venezuela, aliada estratégica fundamental de Cuba en la región y eje articulador de los procesos integracionistas y de unión en Nuestra América apartados de las lógicas de dominación de Washington, es parte ya del escenario actual, constituyendo de hecho un rasgo de continuidad con la política hemisférica de la administración Obama.

Nuevas oportunidades

Si bien la nueva administración estadounidense representa en muchos sentidos una amenaza global (aumento de la carrera armamentista y del arsenal nuclear, agresión abierta y desenfrenada al medio ambiente, discurso y prácticas ultranacionalistas, antiinmigrantes, racistas, xenófobas, etc.) también constituye una oportunidad no solo para la resistencia, sino para una mayor ofensiva anticapitalista a nivel internacional. El llamado “fenómeno Trump”, es otra muestra palpable de la crisis sistémica del capitalismo, del agotamiento de un modelo que busca desesperadamente cómo mantener la acumulación ampliada del capital. Ello se manifiesta en la agudización de las propias contradicciones inter capitalistas y el auge de tendencias ultraderechistas en los Estados Unidos y Europa. “América Primero”, ha sido uno de los slogans favoritos de Trump.

Para Cuba, significa una nueva oportunidad para el avance y fortalecimiento de los procesos de transformaciones en curso hacia un socialismo próspero y sustentable, así como para afianzar aún más las alianzas con los gobiernos, movimientos y fuerzas políticas progresistas y de izquierda en la región, así como el relanzamiento de los procesos integracionistas y de unión en América Latina y el Caribe, en especial la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). De la misma forma para fortalecer los lazos con aquellos actores internacionales que a nivel global desafían la hegemonía estadounidense.

El retiro de los Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), debilita la opción derechista y neoliberal de los gobiernos latinoamericanos de la costa del pacífico, pone en aprietos el futuro de la Alianza del Pacífico y ofrece una mayor oportunidad a China para una mayor presencia e influencia en la región.

La construcción de un muro en la frontera con México, las posiciones antiinmigrantes, xenófobas y discriminatorias de la nueva administración estadounidense, generan gran rechazo en la comunidad internacional en detrimento de la imagen de los Estados Unidos. Todo esto, contribuye a debilitar aún más la hegemonía hemisférica y global de los Estados Unidos y coloca a Cuba en una mejor posición en la correlación de fuerzas a la hora de sentarse a negociar con el nuevo gobierno estadounidense.

Igualmente, las políticas anunciadas por la administración Trump que atentan contra el medio ambiente y contribuyen a acelerar los procesos asociados con el cambio climático, favorecen una mayor articulación y unión entre los Estados Insulares del Caribe, los cuales resultan los más amenazados de la región.

Quisiera terminar citando a Julián Assange, fundador del sitio web WikiLeaks, quien en una amplia entrevista que ofreciera a Página 12, daba su opinión sobre las nuevas oportunidades que se abrían para la resistencia y la lucha antisistema a nivel global con Trump en la Casa Blanca:

“Bajo la conducción de un hombre negro educado y cosmopolita como Barack Obama el gobierno de Estados Unidos no se parecía a lo que era. Bajo Barack Obama se deportaron más inmigrantes que en cualquier otro gobierno y se pasaron de dos guerras a ocho. Supongamos que Argentina tiene un conflicto con el gobierno de Trump por su apoyo a Gran Bretaña en el caso de las Malvinas. ¿Es más fácil o más difícil para Argentina conseguir apoyo en la comunidad internacional que cuando era presidente Obama? Es más fácil con Trump. ¿Y a nivel doméstico en Estados Unidos? Claro que será más fácil protestar contra las políticas de Trump. De hecho las protestas ya empezaron. Los demócratas, cuando están en la oposición pueden convertirse en una fuerza que restringe y controla al gobierno. Pero cuando llegan a la presidencia y al gabinete se funden con las instituciones. El gobierno de Obama era un lobo con piel de oveja. El gobierno de Trump es un lobo con piel de lobo. Es más fácil tratar con un lobo que no se disfraza”.

(Intervención realizada en el Taller celebrado en la sede de la OSPAAAL en La Habana, el día 29 de marzo de 2017).

Elier Ramírez Cañedo. Académico cubano. Doctor en Ciencias Históricas. Coautor del libro “De la confrontación a los intentos de normalización. La política de los Estados Unidos hacia Cuba.

Fuente: Almayadeen


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