Dmitry Steshin •  Opinión •  06/04/2022

«¿Sois de Vostok? ¿De Donetsk?»

«¿Sois de Vostok? ¿De Donetsk?»

La cabeza de puente ocupada por Azov en Mariupol encoge inexorablemente. El lunes por la mañana, el comando de la RPD informó de que “casi todo el centro de la ciudad está controlado”. El enemigo ha sido apretado al máximo posible, pero aún no van a desistir. En Azovstal, los nazis han elegido su táctica: las principales fuerzas han tomado refugio en los talleres y sótanos y los grupos móviles han lanzado alarmantes golpes e incluso han contraatacado en la parte más densa de zona residencial del distrito de la margen izquierda.

Mis compañeros de reconocimiento aéreo lo confirman: “Ayer pasamos todo el día sobre Azovstal. Créeme, no vimos a una sola persona en la superficie durante toda la grabación, todo el mundo está a cubierto. Pero la batalla en el edificio fue fiera. ¿Por qué hemos venido a ayudar en el asalto de Azovstal? Su operador resultó herido por una explosión de un lanzagranadas y recibió heridas de metralla justo en la cara. Los nazis luchan duro, está bien que ya no les quede artillería, pero armas ligeras tienen todas las que quieran. No tienen miedo de luchar, incluso lo buscan”.

“¿Y los nuestros?”

“Los nuestros han cambiado mucho en un mes, me refiero a los reclutas. Cuando conocí a una panda de estos chavales perdidos con esos cascos de champiñón en febrero… Solo me hacían una pregunta: ‘¿Ahora puedo disparar a los ucros?’. De ellos han emergido soldados, se han formado grupos enteros de asalto con los más valientes. La unidad ya está en la guerra”.

Podía escucharles perfectamente luchar. A nuestra derecha, a quinientos metros, estaban disparando con tanta fuerza que las balas perdidas volaban sobre nosotros. El grupo de limpieza estaba avanzando por las calles paralelas en dirección a Azovstal. La tarea era retirar todas las armas, marcar todos los proyectiles sin explotar y recopilar toda la documentación, como lo explicó el comandante, “relacionada con el periodo del Estado ucraniano”. Detener personas sospechosas, eliminar saboteadores. Nadie lo dijo abiertamente, pero todos sabían que existía la posibilidad de que soldados de Azov luchando en los barrios colindantes pudieran atacarnos en cualquier momento.

Nuestro blindado, un viejo BTR-70 vino a buscarnos al lugar señalado, una gasolinera detrás del edifico de nueve pisos quemado por el que el batallón Vostok luchó durante casi un mes. El único refugio en muchos metros a la redonda. Un proyectil impactó en la gasolinera. A juzgar por la dirección, fue desde Mariupol y ahora todo está patas arriba. Los soldados, protegiéndose del viento helado, pasaron por delante de la caja, miles de monedas de grivna desperdigadas por el suelo, y nadie se molestó en agacharse a recoger ninguna, aunque había un botín decente que recoger. La grivna ha abandonado estos lugares completamente, se ha convertido en un símbolo del sangriento “Estado ucraniano” y no un medio de pago. Así es como entendí la imagen.

Tuvimos que esperar otros diez minutos mientras la ingeniería limpiaba el camino para nuestro blindado. Los azovtsi bloquearon esta entrada a la ciudad con un camión lleno de losas de cemento. Dispararon a sus ruedas y el camión ardió durante la batalla. El ingeniero movió la barrera sin dificultad. El camino al barrio residencial estaba abierto. También ha sufrido mucho: hay tumbas en las cunetas y jardines, viviendas dañadas o derribadas. En medio de esta pesadilla, docenas de personas caminaban a alguna parte con bolsas y carros. Los soldados chechenos han abierto un almacén en un supermercado y han empezado a distribuir comida a la población. Según cuenta la población, les ha sorprendido la actitud amable de los chechenos con los pacíficos [мирняк]. Por cierto, esa palabra es una de esas que se usaban en aquellas guerras chechenas. Por una extraña coincidencia, es la “generación de la guerra” la que ha venido de Chechenia a la operación especial en la zona de Mariupol y esta coincidencia temporal tiene mucho sentido.

Es en estas operaciones de barrido cuando se entiende quién eres para esta gente: ocupante o liberador. Esa es la sociología del frente. El mayor veterano del grupo, directamente: “Hola, milicia de la RPD, permítame que inspeccione la casa y el sótano”. Al marchar, nos disculpamos por las molestias. Hubo exactamente dos incidentes incómodos. No dejaron pasar y hubo que usar la llave universal, una barra de metal, para abrir la valla. Como compensación por la cerradura rota, generosamente entregaron una pila de cigarrillos al dueño. Y casi disparan a alguien que se apresuraba a nosotros para traer las llaves de las casas cerradas.

Se daba el alto a los hombres jóvenes en busca de tatuajes nazis en el torso y en las piernas. Pero de forma educada. Y siempre nos desearon que volvamos a casa vivos, con la victoria y pronto.

A veces la radio ladró: retrasó el avance del grupo, nos habíamos adelantado. El sol calentaba y nos sentamos en el asfalto caliente bajo una pared de piedra. Sobre nuestras cabezas volaba el dron que preparaba nuestra aproximación a Azovstal. Rugía la batalla en la calle paralela e incluso volaron un par de proyectiles un par de veces. Nuestros artilleros habían hecho algo mal.

La abuela Olya sacó la cabeza desde la valla: “Hijos, dejad que os dé un poco de té, la tetera está hirviendo”.

Sabemos que hay que transportar el agua tres kilómetros hasta aquí, así que firmemente nos negamos al regalo. La mujer nos cuenta cómo ha sido la vida con Azov en el pueblo: “Tenían un tanquista, una basura, todo el pueblo le odiaba. Por la mañana, se levantaba, se lavaba la cara, arrancaba el tanque e iba a dar una vuelta a demoler casas. Una a una. Si no le gustaba algo de la casa, se paraba, apuntaba y disparaba. No sé por qué nos odiaba tanto”.

Avanzamos y en una casa rica con dos coches y cuatro niños escondidos en el sótano no rechazamos el café. A cambio, dibujé un mapa sobre cómo salir de Mariupol por carreteras seguras para ellos.

En la siguiente casa hubo una terrible sorpresa. Había explotado un proyectil y el dueño estaba enterrado en el jardín. Encontraron su documentación: “Orden del atamán de los Cosacos ucranianos” como teniente. Los cosacos de Mariupol eran nacionalistas en tiempos anteriores a la guerra, pero encuentro difícil comentar sobre esta terrible historia.

En la siguiente vivienda, encontramos un caro maletín con documentos. A juzgar por los papeles, el hombre se las arregló para servir en el Ejército Ucraniano, después obtener la ciudadanía rusa y volver al Ejército Ucraniano con un nuevo contrato. El líder del grupo, Kamaz, niega con la cabeza: “Qué tío más listo. Y deja los papeles a la vista como prueba”.

El resultado del barrido impresiona: de los cientos de casas revisadas, solo dos personas pueden ser reconocidas como defensoras de las autoridades de Kiev. Y una vez más quedó claro por qué Ucrania ha tratado tan mal a Mariupol: para ella, viven allí enemigossovoksepar.

Esperamos a nuestro blindado al lado de un garaje destruido. Dentro, como un planetario, el sol atraviesa los agujeros que ha dejado la metralla. En el garaje encontramos tres docenas de matrículas y un uniforme militar nuevo con insignias del Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU).

Se aproximó cuidadosamente a nosotros un grupo de personas: un hombre, dos niños y dos mujeres. Se detuvieron a unos tres metros y el hombre empezó a hablarnos en ucraniano. No contestamos, no dijimos nada, solo esperamos a ver qué pasaba. Nos interesó. Mi amigo, que abandonó Poltava hace ocho años, empezaba a arder por dentro. Él y yo estábamos sentados en la misma caja de munición y podía sentir que se movía.

Entonces una mujer levantó los brazos y señaló nuestras insignias: “¡Chicos! ¿Sois de Vostok? ¿De Donetsk?”. Confesamos, por supuesto. El hombre dejó de romperse la lengua con el ucraniano y comentó como pidiendo perdón: “Pensábamos que erais de Azov. No sabemos nada, no hemos salido del refugio hasta hoy. Estábamos esperando a que llegarais, todos estaban esperando aquí”. La mujer explicó que el garaje pertenecía a un joven oficial del SBU que huyó en febrero. Pero las matrículas se quedaron aquí como resto de su actividad favorita: traficar con coches robados. El garaje realmente está lleno de piezas.

“Podemos ir a este edificio de nueve pisos para intentar recuperar los documentos de los niños? ¿Hay personal militar ahí?”

“Lo hay. Chechenos. Pero no les temáis. Explicadles la situación. Han sobrevivido a una guerra igual. Lo entenderán y os ayudarán”.

Fuente: Slavyangrad


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