Eduardo Andrade Bone •  Opinión •  06/04/2025

Trump, aranceles y el nuevo nacionalismo económico

Trump, aranceles y el nuevo nacionalismo económico

En medio del caos global que estamos viviendo, resurgen figuras que encarnan el hartazgo, la confusión y la sed de poder. Donald Trump no es una anomalía: es el síntoma más visible de un mundo que gira hacia el autoritarismo disfrazado de solución. Lo que para algunos es un “líder fuerte”, para otros representa la banalización del poder y el uso del conflicto como forma de gobierno.

Trump, lejos de ser un simple empresario devenido en un político mediocre, es un operador del caos estratégico. Y su regreso a la escena internacional con la propuesta de nuevos aranceles no es un hecho aislado. Es un mensaje claro: el proteccionismo o nacionalismo económico ha vuelto para quedarse, y con él, la fragmentación del comercio global, independientemente de los costos que esto pueda tener.

Los aranceles no son solo impuestos comerciales: son armas geopolíticas. Se usan para golpear a rivales, proteger aliados, o simplemente generar incertidumbre que beneficie ciertos intereses. En manos de Trump, esta herramienta se convierte en parte de una doctrina: «América primero, el resto que se las arregle solo.»

Pero lo que en teoría suena como defensa de la industria local, en la práctica puede convertirse en una bomba de tiempo para los mercados financieros y la economía global. Al encarecer productos, disparar la inflación, tensar relaciones con socios estratégicos, y desatar respuestas similares por parte de otros países, los aranceles provocan inestabilidad en las bolsas, caída del comercio internacional, inflación y ruptura de cadenas de suministro. Afectan, paradójicamente, a las mismas élites económicas que Trump dice defender.

Y ahí se revela una tensión interna en el sistema: los grandes capitales globales –Wall Street, Silicon Valley, los fondos de inversión– no quieren guerras comerciales. Ellos necesitan estabilidad, libre circulación de capitales y previsibilidad. Por eso, cuando Trump amenaza con dinamitar ese orden, muchas veces choca con los intereses de los suyos.

¿Entonces por qué lo apoyan? porque Trump, aun siendo impredecible, es funcional a ciertos sectores del poder, por ejemplo, a la industria armamentista que se beneficia del miedo. A las petroleras que rechazan cualquier regulación ambiental.  A los sectores ultraconservadores que quieren menos Estado, más poder y más privilegios.

Trump no gobierna “contra el sistema”, como muchos creen. Gobierna con una parte del sistema contra otra. Y en ese choque de élites, el pueblo queda atrapado en una narrativa simplista: “nosotros contra ellos”, “patriotas contra traidores”, “América contra el mundo”.

Pero lo que está en juego va mucho más allá de los votos. Si las políticas de Trump (o de cualquier otro nacionalista radical) se imponen como norma, el mundo se encamina hacia un modelo de competencia permanente, donde cada país se atrinchera detrás de sus fronteras, protegiendo su mercado a costa del vecino.

En ese escenario, los tratados se rompen, las alianzas se tensan, y la cooperación global desaparece. Todo se vuelve transacción, amenaza, presión. Y cuando la economía se vuelve guerra, la guerra mayor o nuclear real, nunca está demasiado lejos.

De allí que esto no es solo sobre aranceles. Es sobre el uso del conflicto económico como ensayo general para formas más peligrosas de confrontación. Y sobre cómo la figura de Trump –caricaturesca para algunos, mesiánica para otros– representa una mutación del poder en tiempos de colapso.

Lo cierto es que toda esta situación de caos nos llevará más allá de los Estados Unidos, para ver cómo este mismo espíritu de confrontación ha contagiado a todo el sistema internacional, dando paso a una anarquía global sin reglas claras ni autoridad legítima.


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