Ilka Oliva-Corado •  Opinión •  07/08/2023

Los sueños de Bertita

Por las mañanas, Bertita y su mamá rajan leña en casas de los vecinos que contratan sus servicios, por lo regular adultos mayores que se quedaron solos porque todos sus hijos se fueron al Norte. Bertita de veinte años se amarra en el perraje a su hija de un año y se la acomoda en la espalda, sus otros dos hijos de cinco y de siete son los que se encargan de acomodar la leña para no dejar las parvas regadas. 

Cuando les va bien logran que les incluyan almuerzo en la paga, unas tortillas que mojan en caldo de hierbas, en un plato de frijoles cocidos o a veces tres tortillas untadas con chirmol. Ya es ganancia, tienen algo para echarle al estómago, cuando el día no es tan bondadoso con ellas se esperan a llegar a la casa para poner a hervir en una ollita con agua, unas gotas de aceite y unos granos de sal, unas cuantas tortillas frías para después sopearlas. Su economía no da para más. 

Los hijos de Bertita están en estado de desnutrición, también los de sus tres hermanas, de quince, diecisiete y diecinueve, que están a punto de quedarse solas como ella porque sus compañeros también quieren irse al Norte como la mayoría de los hombres jóvenes del pueblo a los que la pobreza y el olvido del gobierno durante décadas los ha obligado a emigrar. El esposo de Bertita se fue y no se supo nada de él, lo último de lo que se enteraron fue que estaba en Hermosillo, Sonora, ahí perdieron la comunicación, de eso ya cuatro años. 

Por las tardes Bertita y su mamá limpian terrenos para prepararlos para las siembras, con pocos hombres en el pueblo las mujeres se tienen que encargar de criar a los hijos y buscarles sustento, también de no abandonar la tierra. Con lo que van juntando de la paga de cada jornal van sacando para la comida, no tienen luz eléctrica ni agua potable, unos vecinos les regalan agua para sus necesidades básicas pero la luz sale muy caro el recibo si la comparten, tienen que alumbrarse con un candil. Sus necesidades las van a hacer al monte. 

A la hora del desayuno juntan a todos los niños, diez en total y los sientan en el suelo alrededor del polletón, en vasos plásticos les sirven tortillas tostadas en el comal que despedazan y las sopean con el café. No hay más alimento que la masa tostada y un poco de agua amarilla de los residuos del café que hierven día tras días hasta que pierde el color. 

A veces los vecinos les regalan algunas mazorcas para que se ayuden con las tortillas, duermen todos en una casa de lepas y láminas de tres metros por cuatro. No hay camas, el dueño de una farmacia les regaló una alfombra usada que tenía en su casa, un camionero les regaló una lona raída y colocan ambas sobre el suelo para que no les traspase tanto el frío. Se acomodan como sardinas enlatadas y así pasan la noche para soportar el frío lo más posible. 

Bertita sueña con que sus hijos asistan a la escuela, para que no les toque andar como ella, peregrinando, tocando las puertas de las casas de los vecinos preguntando por trabajo.  También quisiera que a ellos no se les cayeran los dientes tan luego como a ella, por la caries, es tan duro comer así, cualquier cosa dura le molesta las encías. Bertita sueña con que sus hijos vayan a la escuela y no se queden analfabetas como su mamá, sus hermanas y ella, para que no se vean obligados a emigrar, a abandonar su tierra, a olvidar su idioma mam y a vivir lejos de los celajes de Todos Santos Cuchumatán.

Pero son sueños muy grandes, piensa, mientras suda rajando los trozos de leña bajo el sol abrasador del mediodía. 

Blog de la autora: https://cronicasdeunainquilina.com

Ilka Oliva-Corado. @ilkaolivacorado


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