¡Se impuso la caverno!
A las 8 de la mañana del 2 de octubre se abrieron las urnas para votar el trascendental plebiscito por la Paz en Colombia, realizado en medio de una inclemente lluvia en casi todo el territorio nacional impactado por el paso del huracán Mathew que con sus latigazos azotó la costa caribe, quizás como preludio del desconcertante resultado electoral. 34,8 millones de colombianos y colombianas estaban habilitados para votar, en 11 mil puestos electorales dispuestos por todo el país y en los consulados de 64 países alrededor del mundo.
Tan sólo el 36,37% de los colombianos salieron a esta cita electoral, cifra que permitió superar el umbral del 13% establecido como requisito para la legalidad del Plebiscito. Con un 63% de abstención se puede decir que no es posible construir nuevas condiciones políticas con las viejas reglas del sistema político establecidas en una democracia colombiana restringida. La marginación y exclusión política es la constante, permitiendo un estado de opinión y no de organización de las mayorías en formaciones sociales o políticas.
Los promotores del No ganaron el plebiscito polarizando al país, en el que mucha gente fue conducida, con matrices mediáticas engañosas, a entender el debate electoral como una pugna entre Santos y Uribe. Mensaje binario que el presidente Santos y la campaña dirigida por el expresidente César Gaviria no lograron controvertir, en buena medida porque desde el gobierno también se pretendía validación para sus políticas económicas. Mucho antes de convocado el plebiscito, las voces que se oponían a este tipo de refrendación indicaban que era un capricho de Santos para reafirmar los logros de su mandato, puesto que el plebiscito como mecanismo de participación pretende darle instrumentos al presidente para afirmar sus políticas, no es un mecanismo idóneo para reafirmar contenidos sustantivos de políticas públicas.
En esas condiciones, la campaña se libró en varios terrenos de la opinión, con pocos argumentos y apelando a elementos de la subjetividad que son impredecibles. En las redes sociales y en los medios hegemónicos se movieron miles de mentiras sobre los acuerdos de paz que no pudieron ser explicadas o desmentidas por los partidarios del Sí, aunque hubo mucha creatividad en los mensajes que estaban por la paz. Con mensajes falsos, pero con eficacia demostrada, el No impulsó el miedo diciendo que el país caía en manos de la guerrilla, que en el acuerdo se implementaban los abortos y se instaló la idea de que con estos se llegaba a un estado de impunidad. Como si Colombia fuera el país de la justicia.
La estrategia del No, también fue eficiente en su conexión con el país ultracatólico y con las iglesias llamadas evangélicas o cristianas. Uribe y principalmente Ordóñez, posicionaron la idea de que existía “una ideología de género” en los acuerdos de paz con la cual acababan el concepto de familia. Con esa matriz llegaron a decir que se le estaba entregando el país al diablo[1]. Una posición que también impulsó a sectores de la Unidad Nacional liderada por Santos a inclinarse por el No, como los representados por la senadora liberal Viviane Morales, quien es también una de las principales dirigentes de la iglesia La Roca, exponente de las ideas ancladas en la familia, la tradición y la propiedad.
La mentalidad creada por la guerra de cuarta generación con la que el Estado encaró el conflicto armado los últimos años impulsó al No, en la gente del común está instalada la doctrina del enemigo interno. Aunque el No se impuso sobre todo por los errores y dificultades en el bloque heterogéneo que estaba encargado de liderar el Sí: del lado de los partidos de la Unidad Nacional fue evidente que algunos sectores liderados por el Vicepresidente Vargas Lleras del partido Cambio Radical y los cristiano-santistas no hicieron campaña por el Sí, e incluso manifestaron abiertamente sus críticas al acuerdo basados en las mismas mentiras del No, generando mayor confusión en los votantes de su formación. En las últimas semanas el recién nombrado Fiscal General de la Nación, Néstor Humberto Martínez quien hace parte de Cambio Radical, emprendió una campaña pública de debate sobre algunos puntos de los acuerdos, infundiendo temor por el tribunal de la verdad y socavando la veracidad de la voluntad de paz de la guerrilla.
A esas actuaciones desatinadas de parte de la coalición de gobierno se sumaron los alineamientos del poder económico tradicional: ganaderos, terratenientes y narcos para oponerse con todas sus fuerzas al acuerdo. La campaña del No, liderada por Uribe y Ordóñez, coreaba a diario que los acuerdos iban a quitarle las tierras a los “emprendedores” del campo, que en palabras reales significa que estaban oponiéndose a la restitución de tierras a los campesinos que fueron desplazados por la estrategia paramilitar que le arrebató siete millones de hectáreas a cerca de seis millones de campesinos. Las campañas del Sí no estuvieron en capacidad de difundir que quienes estaban luchando por impunidad eran los estrategas y beneficiarios del paramilitarismo, líderes de la campaña del No. Los Departamentos de Antioquia, Cundinamarca y el eje cafetero hicieron la diferencia en las votaciones, donde las diferencias fueron de cerca del 25% entre el No y el Sí, especialmente en los municipios donde existe minería ilegal y cultivos de coca controlados por los paramilitares y la ultraderecha como en el nordeste antioqueño, en los Santanderes y Arauca (limítrofes con Venezuela).
La izquierda por su parte tiene que reflexionar muy bien sobre su actividad electoral y básicamente sobre la unidad de criterios respecto de la paz. Algunas fuerzas políticas de izquierda titubearon en el apoyo decidido al plebiscito, advirtiendo que no querían darle un Sí a Santos, haciendo un análisis francamente lamentable. De igual manera, el ELN debe reflexionar sobre su papel, puesto que de manera pública salió a rechazar el acuerdo entre el gobierno y las FARC-EP, separando aguas como si la correlación de fuerzas fuera un asunto de definición al interior del campo popular y no en relación con el poder realmente instalado en Colombia que hoy se expresó con toda su fuerza.
Las campañas del Sí hicieron mucha batalla en las redes sociales y salieron a la calle en muchas partes del país, sin embargo, la reflexión que queda es la enorme debilidad de estas para trascender los inesperados efectos de los mensajes del ciberespacio. Por fuera del Facebook y el Twitter hay una realidad que se entrelaza en las iglesias, en los medios hegemónicos y con la política territorial que lideran los mismos de siempre. El poder sigue estando estructurado desde los municipios donde los presupuestos son utilizados para alimentar las burocracias de los partidos de derechas con el que siguen comprando voluntades. Esa materialidad clientelista sigue siendo superior a las disputas simbólicas.
El viejo régimen de tradición, familia y propiedad se ha expresado con toda su fuerza. Los tibios y confusos discursos de la coalición de gobierno Santista no lograron convencer y las variadas formaciones de izquierda, no lograron conectarse en los territorios para empezarle a dar vuelta al país. La paz tiene oportunidades si existe la habilidad política, la decisión unánime en la diversidad y en la movilización popular en las calles, donde se deben expresar todas las subjetividades de quienes quieren superar la guerra y transformar esas formas de poder cavernario resistente una y otra vez a sucumbir y que han mantenido al país sumido en sus cien años de soledad. La paz y especialmente su significado sigue estando en disputa, estos días serán de reflexión y los acuerdos firmados entre el gobierno y las FARC-EP siguen siendo una realidad debilitada por el resultado electoral.
Javier Calderón es Magister en Sociología y Doctorando en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires-UBA. Miembro del Grupo de Pensamiento Crítico Colombiano del Instituto de Estudios de América latina y el Caribe, IEALC-UBA.
Fuente: Telesurtv.net