Kepa Tamames •  Opinión •  08/07/2020

We are not animals

We are not animals

Durante mi paseo cotidiano por la red, me topo con una imagen impactante: cierta chica desaliñada sujeta un cartel que reza: «WE ARE NOT ANIMALS». Ilustra la correspondiente noticia sobre una manifestación feminista en alguna parte de EEUU. Para el caso, el lugar es lo de menos. Sin duda, lo de más es el lema, pues advierte este algo que, se supone, su portadora cree a pies juntillas, y yo no sé por qué.

Doy por hecho que con el mensaje quiere dar a entender la injusticia que implica tratar a las personas «no de mucha mejor manera que a los animales». Por muchas vueltas que le demos al asunto, estaremos circunvalando el significado que a la palabra «animal» da la sociedad contemporánea. Prima facie, parecerá una extravagancia que planteemos siquiera alguna duda sobre su significado. Mas el escenario da para mucho, vaya que sí.

Nos encontramos ante una palabra polisémica, pues de hecho señala grupos zoológicos bien distintos, según el carácter que le imprimamos: biológico o cultural. Desde un punto de vista biológico, quien esto escribe, quien esto lee y quien el citado cartel porta somos animales, del todo y a tiempo completo. Ningún animal puede serlo ni “en cierto grado” ni “a veces” Es lo que hay: a quien nace «animal», su naturaleza zoológica lo acompaña sin descanso, y con tal naturaleza muere, sin que en momento alguno lo abandone, ni mucho ni poco. En tal sentido, yo no soy un ápice menos «animal» que el gorrión que se posa en el alféizar de mi ventana, o que el perro que corre tras la pelota en el parque, o que la abeja que liba las flores de mi jardín… ni que la muchacha del cartel. Sí, señora: usted es un animal, y ningún lema reivindicativo, por sugerente que sea, puede cambiar tamaña evidencia.

Una segunda acepción ―de largo la más difundida y aceptada en nuestra sociedad― nos lleva al plano de lo cultural, con la moral como telón de fondo. Así, entendemos por «animales» en nuestra ética cotidiana «el conjunto de animales que, siéndolo en lo biológico, no pertenecen al ámbito humano». Tan simple como esto. Pero su simpleza no lo hace demasiado defendible, pues nos resultaría en extremo desconcertante que alguien usara el término «mujer» para designar al conjunto completo de mujeres ―por su naturaleza biológica―, y al tiempo para referirse a ese conjunto completo, extirpadas las ‘mujeres suizas adolescentes vegetarianas’. Si acaso el lector piensa que ando desnortado ―algo que no niego, pero lo será por diferente causa―, me permito señalarle que es exactamente lo mismo que hacemos en la práctica con el vocablo «animal» en nuestro marco ideológico.

¿Y bien? A fin de cuentas, ¿qué procede hacer ahora que sabemos de nuestra condición «animal» en su totalidad? De momento, se me ocurre que ello debería hacernos reflexionar sobre la licitud moral de lo que a diario les hacemos a los [demás] animales. Alguien se atrevió a equiparar en cierta forma dicho escenario con lo que determinados regímenes totalitarios infligieron a sus víctimas humanas no hace tanto. Y uno, equivocado o no, antes que escandalizarse por semejante reflexión pública, prefiere hacer cuentas y recopilar hechos, por concluir lo que proceda: una cosa o la contraria. Y asignarle la etiqueta que en justicia le corresponda.

Pero no quisiera terminar este texto sin hacer mención a lo primero que me vino a la cabeza al toparme con la citada imagen: una mujer negra reclama no ser tratada como «un animal», pues niega serlo. Más allá de su grave equivocación por cuanto a Ciencias Naturales, la señora no quiere para sí lo que asume sin especial remordimiento para «los animales». Porque el veneno de la frase radica en la justificación implícita de encerrar, torturar, raptar, tirotear y matar por el simple y terrible hecho de que “no es de los nuestros”. El angustioso dilema que esto nos plantea es que ese «de los nuestros» puede ser establecido en teoría (¡y peor aún: en la práctica!) en cualquier tramo de nuestra percepción ideológica. Y una amplia mayoría del feminismo del siglo XXI es apenas un ejemplo más del totalitarismo que nos empapa sin que nos demos cuenta, como lluvia fina…

KEPA TAMAMES.

Escritor y activista por los derechos animales.


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