Por un deporte [de verdad] inclusivo
Se habla estos días de las situaciones paradójicas que puede traernos la conocida como Ley Trans. Me refiero a cosas como que alguien hasta ahora administrativamente hombre, pueda incorporarse pocos meses después al equipo femenino de rugby, con lo que es de suponer que poco tienen que hacer aquellos conjuntos que no incorporen un ex-chicarrón-del-norte en su alineación. Y ni tan mal en el caso de las competiciones de equipo, pues será cuestión de pasta contratar músculos a granel… eso sí: hasta que los equipos estén compuestos en su integridad por «trans a hembra», y quede extinguido entonces en la práctica el rugby femenino. Que es lo que tenía que haber pasado hace décadas, por cierto, y así me atrevo a defenderlo desde tiempo ha en [muy] petit comité. De hecho, es la primera vez que lo declaro a los cuatro vientos, y confieso que no sé muy bien cómo saldré de esta…
Decía que ni tan mal en el caso de las competiciones de equipo, porque en el deporte individual la cosa empeora, si cabe. Ya me dirán ustedes con qué carita sale a la pista la tal Muguruza, fibra toda ella de pies a cabeza, teniendo enfrente a una tal Rafaela Nadal. Sacrificaría un dedo meñique por ver la expresión facial de Garbiñe cuando le toque en cuartos su nueva compañera.
¡Pero creo tener la solución a tanto disparate sobrevenido! Hablo del «deporte inclusivo». Y con ello me refiero a que debería permitirse a todo ser humano competir en cualquier deporte, sin necesidad de parcelar este en sexos, qué cosa tan antigua. ¿Lo van pillando? En efecto, que exista oficialmente el fútbol, sin apellidos genéricos (cosa distinta es el factor franja de edad). El Albacete Balompié, pongamos por caso, contrataría a las veintidós mejores personas humanas para su plantilla, según posibles, sin que pudiera discriminarse a nadie por su raza, ideología, condición social, estatura… o sexo. No me negarán que así se evitaría toda suerte de conflictos como el ya mencionado líneas atrás.
Dirán algunos que tal fórmula se cargaría de facto el deporte femenino en todas sus versiones, algo supuestamente injusto de por sí. Es evidente que la modalidad desaparecería… pero ¿por qué calificarlo de “injusto”? ¿Dónde se aprecia exactamente la injusticia? Ninguna mujer tendría vetado un puesto en el Alba (ya unisex), como no lo tendría vetado yo mismo a mis casi sesenta y barriga cervecera. Si el club no nos contrata ni a ella ni a mí será porque hay mejores en la lista, mas no por discriminación de sexo. De hecho, esta «nueva normalidad» también se cargaría de un plumazo el deporte masculino. ¿Y? Si defendemos con uñas y dientes la igualdad, demostrémoslo con el coraje que toda revolución moral necesita. ¡Por un deporte [de verdad] inclusivo, hasta la victoria!
Por cierto… ¿Cuál es la razón exacta por la que ahora, con la separación de sexos en el deporte, se aplique en lides como los deportes de motor, o mismamente en el ajedrez? Siempre se oyó que las mujeres son más prudentes al volante, y por tanto mejores conductoras. ¿Por qué se les impide entonces su participación en la Formula 1? ¿Es que lo frena el lobby heteropatriarcal? Cuenten con mi firma para echar abajo tan injusta situación (esta sí).
Y acaso más escandaloso se presenta el apartado ajedrez. Porque ya me dirán ustedes qué sentido tiene separar a machos y hembras en dicho escenario, cuando la habilidad requerida es en exclusiva mental, y el esfuerzo físico se limita a sentarse en una silla, colocar los codos sobre la mesa, y pulsar el botoncito del reloj. ¿Cómo es que el ajedrez se divide por sexos? Denle una vuelta, y si concluyen algo razonable sobre ello, me lo hacen saber.
Y una vez expuesto al escarnio público, a lo mejor otro día hablamos del deporte paralímpico, que esa es otra.
Ya ven, haciendo amigos…
Kepa Tamames. Escritor