Libardo García Gallego •  Opinión •  08/09/2019

El pueblo sadomasoquista más feliz

La burguesía del planeta tierra debe envidiar a la de Colombia porque ésta ha logrado construir para sí misma un Estado abundante y seguro, en el cual el pueblo, los de abajo (obreros, campesinos pobres, desempleados, informales, empleados de bajo perfil, etc.), somos simples esclavos,  sumisos a sus órdenes, a sus leyes, a sus gobernantes; nos matamos y robamos entre nosotros mismos y celebramos alborozados, henchidos de patriotismo y nacionalismo, porque tenemos campeones en varias disciplinas deportivas.

Entre casi 200 países terráqueos ocupamos los primeros lugares en desigualdad social, en ignorancia colectiva, en felicidad. No nos preocupamos porque haya una diferencia de 40 veces entre un salario mínimo, con el cual ninguna familia de 4 personas puede vivir dignamente, y el de un Congresista o de un funcionario público de alto rango. Y hasta se estigmatiza con el “insulto” de castrochavistas a quienes pretenden reducir esa desigualdad siquiera en un 50%.

Los homicidios, violaciones a niños, hurtos y atracos pululan a diario en todas las ciudades grandes y pequeñas: que fulano(a) fue asesinado(a) porque opuso resistencia a quien le iba a arrebatar su celular, su bicicleta o su bolso; que el niño o la niña de 6 años fue violado(a) y su cuerpo hallado en una quebrada; y a ese lo mató uno de la banda de XXX porque estaba invadiendo su espacio para la venta de estupefacientes. Todos los victimarios fueron dejados en libertad por el juez, pues fueron retenidos en forma irregular o porque ya los centros de reclusión están hacinados o porque las pruebas fueron insuficientes.

Los de arriba: gobernadores, congresistas, alcaldes, fiscales, magistrados, no roban celulares ni bicicletas, sino que atracan directamente las arcas estatales, mediante contratos leoninos para construcción de obras civiles de altísimos costos o fallando arbitrariamente, transgrediendo la Constitución y las leyes, a cambio de abultadas coimas o sobornos. Estos pícaros de cuello blanco suelen ser exonerados de toda culpa o si el delito es muy evidente se les castiga durante unos meses que pagan en chalets o en guarniciones militares donde se les trata más bien como turistas que presidiarios.

Nos tienen convencidos de que vivimos en una auténtica democracia y en un Estado social de derecho cuando aquí el Estado no garantiza los derechos humanos a  la población más necesitada de protección: mueren de hambre miles de niños, mueren los enfermos por falta de atención oportuna en clínicas y hospitales o porque no se entregan los medicamentos a tiempo; muchos hijos del pueblo que aspiran a cursar una carrera universitaria no pueden hacerlo por carencia de recursos, pues en lugar de educación gratuita para todos sólo se otorgan unas cuantas becas a los pocos campeones en las pruebas estatales.

El derecho a la libertad de opinión y de libre expresión y difusión de ideas se premia con la pena de muerte, aplicada por la ultraderecha a través de sus aliados los militares y paramilitares. Se dice que la soberanía reside en el pueblo pero se hacen y ganan referendos en defensa del medio ambiente sano y no se acatan con la disculpa que el subsuelo es del Estado y éste no puede ser objeto de referendos.

Me parece difícil hacer un listado completo de las anomalías, atropellos y crímenes que comete la clase detentadora de los poderes públicos y de los organismos de control en Colombia. Hasta el proceso de paz con la guerrilla de las FARC está en peligro de fracasar ante la infame y torpe oposición de los guerreristas de ultraderecha, las mentiras e incumplimientos por parte del gobierno, el asesinato sistemático de los guerrilleros desmovilizados.

El gobierno no atiende las denuncias y reclamos de los de abajo, igual que en la colonia: “Las leyes se promulgan pero no se cumplen”. Un gran sector eclesial, seguramente atendiendo mandatos divinos, se han aliado con el 5% dueño del país y aliado del Imperialismo y sus multinacionales; la educación alienante no enseña a pensar críticamente sino a obedecer  y creer ciegamente en fantasías. A pesar de tanto desgreño, es tal el alto grado de felicidad de los colombianos que buena parte de ellos piensa que, con la ayuda celestial, pronto vamos a salir del estercolero en que estamos hundidos y que no es necesario pelear contra el mal gobierno. 

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