El dilema de Trump respecto a China
Gaza, Haití, Irán, Israel, Líbano, Rusia, Siria, Ucrania y Venezuela: Al presidente electo Donald Trump no le faltarán retos en política exterior cuando asuma el cargo en enero. Sin embargo, ninguno de ellos se acerca a China en alcance, escala o complejidad. Ningún otro país tiene la capacidad de resistir su previsible antagonismo con el mismo grado de fuerza y tenacidad, y ninguno despierta más hostilidad e indignación entre los republicanos del MAGA [Make America Great Again]. En resumen, está garantizado que China ponga al presidente Trump en un difícil aprieto esta segunda vez: puede optar por hacer tratos con Pekín y arriesgarse a verse tachado de apaciguador por los halcones en materia de China de su partido, o puede castigar y cercar aún más a Pekín, arriesgándose a un choque potencialmente violento y posiblemente incluso a una escalada nuclear. La forma en que decida resolver este dilema será sin duda la prueba de fuego más importante de su segundo mandato.
No nos equivoquemos: los responsables de la política exterior del entorno de Trump consideran a China «lo gordo». Aunque imaginan muchos desafíos internacionales a su estrategia de «los Estados Unidos primero», sólo China, creen ellos, plantea una verdadera amenaza al dominio mundial continuado de este país.
«Creo firmemente que el Partido Comunista Chino ha entrado en una Guerra Fría con los Estados Unidos y es explícito en su objetivo de reemplazar el orden mundial liberal, liderado por Occidente, que ha estado en vigor desde la Segunda Guerra Mundial», declaró el representante Michael Waltz, elegido por Trump como asesor de seguridad nacional, en un acto organizado por el Atlantic Council en 2023. «Estamos en una carrera armamentista global con un adversario que, a diferencia de cualquier otro en la historia norteamericana, dispone de capacidad económica y militar para realmente suplantarnos y reemplazarnos».
Tal y como lo ven Waltz y otras personas del entorno de Trump, China plantea una amenaza multidimensional a la supremacía mundial de este país. En el ámbito militar, al aumentar su fuerza aérea y su armada, instalar bases militares en islas reclamadas en el Mar de China Meridional y retar a Taiwán mediante maniobras aéreas y navales cada vez más agresivas, está desafiando el dominio continuado estadounidense del Pacífico Occidental. Desde el punto de vista diplomático, está reforzando o reparando los lazos con aliados clave de los Estados Unidos, como India, Indonesia, Japón y los miembros de la OTAN. Mientras tanto, ya se encuentra cerca de replicar las tecnologías más avanzadas de este país, especialmente en su capacidad para producir microchips avanzados. Y a pesar de los esfuerzos de Washington por disminuir la dependencia norteamericana de bienes vitales de China, como minerales y productos farmacéuticos cruciales, sigue siendo uno de los principales proveedores de este tipo de productos a este país.
¿Luchar o pactar?
Para mucha gente del círculo íntimo de Trump, la única respuesta correcta y patriótica al desafío chino estriba en contraatacar con dureza. Lo mismo el representante [en el Congreso] Waltz, elegido por Trump como asesor de seguridad nacional, que el senador Marco Rubio, su opción como secretario de Estado, han patrocinado o apoyado leyes para frenar lo que consideran actividades chinas «malignas» en los Estados Unidos y en el extranjero.
Waltz, por ejemplo, presentó la Ley de Exploración e Innovación de Minerales Críticos Estadounidenses de 2020, que pretendía, según explicó, «reducir la dependencia de los Estados Unidos de fuentes extranjeras de minerales críticos y devolver la cadena de suministro norteamericana de China a los Estados Unidos.» El senador Rubio ha sido igualmente combativo en el ámbito legislativo. En 2021, fue redactor de la Ley de Prevención del Trabajo Forzado Uigur, que prohibía la entrada en los Estados Unidos de mercancías producidas en campamentos de trabajos forzados de la provincia de Xinjiang. También patrocinó varias leyes destinadas a frenar el acceso de China a la tecnología estadounidense. Aunque estas medidas, así como otras similares presentadas por Waltz, no siempre han obtenido la aprobación necesaria del Congreso, a veces se han integrado con éxito en otras leyes.
En resumen, Trump entrará en funciones en enero con un conjunto de medidas punitivas destinadas a luchar contra China listas para su puesta en marcha junto con un fuerte apoyo entre sus nombramientos para convertirlas en leyes del país. Pero, por supuesto, estamos hablando de Donald Trump, así que no se puede dar nada por supuesto. Algunos analistas creen que su afición a hacer tratos y su admiración declarada por el hombre fuerte de China, el presidente Xi Jinping, pueden llevarle a adoptar un enfoque mucho más transaccional, aumentando la presión económica y militar sobre Pekín para obtener concesiones, por ejemplo, con el fin de frenar la exportación de precursores de fentanilo a México, pero dejándolas sin efecto cuando consiga lo que quiere. Howard Lutnick, el multimillonario inversor de Cantor Fitzgerald al que eligió como secretario de Comercio, afirma que Trump en realidad «quiere llegar a un acuerdo con China», y para ello utilizará la imposición de aranceles de forma selectiva como herramienta de negociación.
Nadie sabe cómo podría ser ese acuerdo, pero es difícil ver de qué modo podría obtener Trump concesiones significativas de Pekín sin abandonar algunas de las medidas punitivas defendidas por los halcones de su entorno respecto a China. Contemos con una cosa: esta dinámica complicada y confusa se reproducirá en cada una de las principales áreas problemáticas de las relaciones entre los Estados Unidos y China, lo cual obligará a Trump a tomar decisiones críticas entre sus instintos transaccionales y la dura inclinación ideológica de sus asesores.
Trump, China y Taiwán
De todas las cuestiones relacionadas con China en su segundo mandato, es probable que ninguna resulte más difícil o tenga más consecuencias que el futuro estatus de la isla de Taiwán. Se trata de los pasos graduales de Taiwán hacia la plena independencia de Taiwán y del riesgo de que China invada la isla para impedirlo, lo que podría desencadenar también una intervención militar norteamericana. De todas las crisis potenciales a las que se enfrenta Trump, ésta es la que más fácilmente podría desembocar en un conflicto entre grandes potencias con tintes nucleares.
Cuando Washington concedió el reconocimiento diplomático a China en 1979, «reconoció» que tanto Taiwán como el continente formaban parte de «una sola China» y que las dos partes podrían optar en algún momento por reunificarse. Los Estados Unidos acordaron cesar sus relaciones diplomáticas con Taiwán y poner fin a su presencia militar en la isla. Sin embargo, en virtud de la Ley de Relaciones con Taiwán de 1979, Washington también estaba facultado para cooperar con una agencia diplomática taiwanesa cuasi gubernamental, la Oficina de Representación Económica y Cultural de Taipei en Estados Unidos, y proporcionar a Taiwán las armas necesarias para su defensa. Además, en lo que llegó a conocerse como «ambigüedad estratégica», los funcionarios estadounidenses insistieron en que cualquier intento de China de alterar el estatus de Taiwán por la fuerza constituiría «una amenaza para la paz y la seguridad de la zona del Pacífico Occidental» y se consideraría un asunto «de grave preocupación para Estados Unidos», aunque no necesariamente algo que requiriese de una respuesta militar.
A lo largo de las décadas, un presidente tras otro ha reafirmado la política de «una sola China», al tiempo que proporcionaban a Taiwán armamento cada vez más potente. Por su parte, los funcionarios chinos han declarado repetidamente que Taiwán era una provincia renegada que debía reunificarse con el continente, preferiblemente por medios pacíficos. Los taiwaneses, sin embargo, nunca han expresado su deseo de reunificación y, en cambio, han avanzado con paso firme hacia una declaración de independencia, algo que Pekín ha insistido en que justificaría una intervención armada.
A medida que estas amenazas iban haciéndose más frecuentes y amenazantes, los líderes de Washington seguían debatiendo la validez de la «ambigüedad estratégica», y algunos insistían en que debía sustituirse por una política de «claridad estratégica» que implicara un compromiso férreo de ayudar a Taiwán en caso de que se viera invadida por China. El presidente Biden pareció adherirse a este punto de vista, afirmando en repetidas ocasiones que los Estados Unidos estaban obligados a defender a Taiwán en tales circunstancias. Sin embargo, cada vez que lo decía, sus ayudantes se retractaban de sus palabras, insistiendo en que los Estados Unidos no tenían ninguna obligación legal de hacerlo.
La administración Biden también ha impulsado su apoyo militar a la isla y ha aumentado las patrullas aéreas y navales norteamericanas en la zona, lo que no ha hecho sino aumentar la posibilidad de una futura intervención norteamericana en caso de invasión china. Algunas de estas medidas, entre ellas la aceleración de las transferencias de armas a Taiwán, se han adoptado en respuesta a las presiones de los halcones críticos con China en el Congreso. Sin embargo, todas ellas encajan en la estrategia global de la administración de rodear a China con una constelación de instalaciones militares norteamericanas y de aliados y socios armados de los Estados Unidos.
Desde la perspectiva de Pekín, pues, Washington ya está ejerciendo una presión militar y geopolítica extrema sobre China. La pregunta es: ¿aumentará o disminuirá la administración Trump esas presiones, especialmente en lo que se refiere a Taiwán?
Que Trump vaya a aprobar un aumento de las ventas de armas y de la cooperación militar con Taiwán es algo que se da por descontado (tan descontado, como mínimo, como cualquier cosa que le implique). Los chinos ya han experimentado antes el aumento de la ayuda norteamericana a Taiwán y probablemente puedan soportar otra tanda de lo mismo. Pero eso deja en el aire cuestiones mucho más volátiles: ¿adoptará la «claridad estratégica», que garantiza la intervención automática de Washington en caso de que China invada Taiwán, y aprobará una expansión substancial de la presencia militar norteamericana en la región? Ambas medidas las han defendido algunos de los halcones antichinos del entorno de Trump, y ambas provocarán respuestas feroces y difíciles de predecir por parte de Pekín.
Muchos de los asesores más cercanos a Trump han insistido, de hecho, en la «claridad estratégica» y en una mayor cooperación militar con Taiwán. Michael Waltz, por ejemplo, han afirmado que los Estados Unidos deben «dejar claro que defenderemos Taiwán como medida disuasoria». También han pedido una mayor presencia militar en el Pacífico Occidental. Del mismo modo, el pasado junio, Robert C. O’Brien, asesor de seguridad nacional de Trump entre 2019 y 2021, escribió que los Estados Unidos «deben dejar claro» su «compromiso» de «ayudar a defender» Taiwán, al tiempo que amplían la cooperación militar con la isla.
Trump mismo no ha formulado tales compromisos, sugiriendo en su lugar una postura más ambivalente. De hecho, con su típico estilo, ha pedido a Taiwán que gaste más en su propia defensa y ha expresado su enfado por la concentración de la fabricación de chips avanzados en la isla, afirmando que los taiwaneses «se han llevado casi el 100% de nuestro negocio de chips.» Pero también ha advertido de duras medidas económicas si China impusiera un bloqueo a la isla, declarando a la redacción del Wall Street Journal: «Yo le diría [al Presidente Xi]: si entra en Taiwán, siento tener que hacer esto, le voy a poner un impuesto del 150% al 200%». No me haría falta amenazar con el uso de la fuerza para evitar un bloqueo, añadió, porque el presidente Xi «me respeta y sabe que estoy [palabrota] loco».
Estos comentarios revelan el aprieto en el que se encontrará inevitablemente Trump esta vez en lo que respecta a Taiwán. Podría, por supuesto, intentar persuadir a Pekín de que redujera su presión militar sobre la isla a cambio de una reducción de los aranceles estadounidenses, una medida que reduciría el riesgo de guerra en el Pacífico pero dejaría a China en una posición económica más fuerte y decepcionaría a muchos de sus principales asesores. Si, por el contrario, optara por actuar como un «loco» adoptando la «claridad estratégica» e intensificando la presión militar sobre China, probablemente recibiría los elogios de muchos de sus partidarios, al tiempo que provocaría una guerra (potencialmente nuclear) con China.
¿Guerra comercial o coexistencia económica?
La cuestión de los aranceles representa otra forma en la que Trump se va a enfrentar una elección crucial entre la acción punitiva y las opciones transaccionales en su segundo mandato, o, para ser más precisos, a la hora de decidir cómo de severos van a ser esos aranceles y otras dificultades económicas que intentará imponerle a China-.
En enero de 2018, la primera administración Trump impuso aranceles del 30% a los paneles solares importados y del 20%-50% a las lavadoras importadas, muchas de ellas procedentes de China. Dos meses después, la administración añadió aranceles al acero importado (25%) y al aluminio (10%), de nuevo dirigidos sobre todo a China. Y a pesar de sus numerosas críticas a la política exterior y económica de Trump, el presidente Biden optó por mantener esos aranceles, añadiendo incluso otros nuevos, sobre todo a los coches eléctricos y otros productos de alta tecnología. La administración Biden también ha prohibido la exportación de chips informáticos avanzados y de tecnología de fabricación de chips a China en un intento de frenar el progreso tecnológico de ese país.
Por consiguiente, cuando Trump reasuma el cargo el 20 de enero, China ya estará sometida a fuertes presiones económicas por parte de Washington. Pero él y sus colaboradores insisten en que esas presiones no serán suficientes para frenar el ascenso de China. El presidente electo ha dicho que, en el primer día de su nuevo mandato, impondrá un arancel del 10% a todas las importaciones chinas y proseguirá con otras duras medidas.
Entre esas medidas, el equipo de Trump ha anunciado planes para elevar los aranceles sobre las importaciones chinas hasta el 60%, revocar el estatus de Relaciones Comerciales Normales Permanentes de China (también conocido como «nación más favorecida») y prohibir el transbordo de importaciones chinas a través de terceros países.
La mayoría de los asesores de Trump han apoyado firmemente este tipo de medidas. «Trump tiene razón: deberíamos subirle los aranceles a China», escribió Marco Rubio el pasado mayo. «Las tácticas anticompetitivas de China», argumentó, «conceden a las empresas chinas una ventaja de costes injusta sobre las empresas estadounidenses… Los aranceles que responden a estas tácticas impiden o revierten la deslocalización, preservando el poderío económico de los Estados Unidos y promoviendo la inversión nacional.»
Pero Trump también se enfrentará a la posible oposición de otros asesores que advierten de graves perturbaciones económicas si se promulgan tales medidas. China, sugieren, tiene sus propias herramientas a las que recurrir en cualquier guerra comercial con los Estados Unidos, entre ellas aranceles a las importaciones desde los Estados Unidos y restricciones a las empresas norteamericanas que hacen negocios en China, incluyendo a Tesla, de Elon Musk, que produce la mitad de sus coches allí. Por estas y otras razones, el Consejo Empresarial Estados Unidos-China ha advertido de que los aranceles adicionales y otras restricciones comerciales podrían resultar desastrosos, al invitar a «medidas de represalia por parte de China, lo que causaría pérdidas adicionales de empleo y producción en los Estados Unidos.»
Como en el caso de Taiwán, Trump se enfrentará a algunas decisiones realmente desalentadoras en lo que respecta a las relaciones económicas con China. Si, de hecho, sigue los consejos de los ideólogos de su círculo y aplica una estrategia de máxima presión sobre Pekín, diseñada específicamente para frenar el crecimiento de China y contener sus ambiciones geopolíticas, podría precipitar nada menos que un derrumbe económico mundial que afectaría negativamente a las vidas de muchos de sus partidarios, al tiempo que disminuiría significativamente la propia influencia geopolítica de los Estados Unidos. Por lo tanto, podría seguir las inclinaciones de algunos de sus principales asesores económicos, como el líder de la transición Howard Lutnick, que favorecen una relación más pragmática y comercial con China. La forma en que Trump decida abordar esta cuestión determinará probablemente si el futuro implica un aumento de las turbulencias y las incertidumbres económicas o una relativa estabilidad. Y siempre es importante recordar que la decisión de jugar fuerte con China en el frente económico también podría aumentar el riesgo de una confrontación militar que lleve a una guerra a gran escala, incluso a la Tercera Guerra Mundial.
Y aunque Taiwán y el comercio son sin duda los temas más evidentes y desafiantes a los que se enfrentará Trump a la hora de gestionar (¿mal gestionar?) las relaciones entre los Estados Unidos y China en los próximos años, no son ni mucho menos los únicos. También tendrá que decidir cómo lidiar con la creciente asertividad china en el Mar del Sur de China, el continuo apoyo económico y tecnológico-militar chino a Rusia en su guerra contra Ucrania y las crecientes inversiones chinas en África, América Latina y otros lugares.
En estos y en otros aspectos de la rivalidad entre los Estados Unidos y China, Trump se verá arrastrado tanto hacia una mayor militancia y combatividad como hacia un enfoque más pragmático y transaccional. Durante la campaña, respaldó ambos enfoques, a veces en el mismo arrebato verbal. Una vez en el poder, sin embargo, tendrá que elegir entre ambos, y sus decisiones tendrán un profundo impacto en este país, en China y en todos los habitantes del planeta.
Michael T. Klare es profesor de estudios sobre paz y seguridad mundial en el Hampshire College de Amherst (Massachusetts). Estudió en la Universidad de Columbia y la Union Institute & University y fue anteriormente director del Programa sobre Militarismo y Desarme del Instituto de Estudios Políticos de Washington, D.C. Klare es uno de los mayores expertos mundiales en energía y recursos, y es colaborador de medios progresistas como The Nation, TomDispatch o Mother Jones.
Texto original: Responsible Statecraft, 24 de diciembre de 2024
Traducción: Lucas Antón.
Fuente: https://sinpermiso.info/textos/el-dilema-de-trump-respecto-a-china