Paco Campos •  Opinión •  09/07/2017

Sbyace Wittgenstein

La grandeza de los grandes consiste en la permanencia en el tiempo, en el tiempo que quedan sus tesis mantenidas, como si de un agente geológico se tratara, de esos efectos sin los cuales sería casi imposible referirse a algo, poder reconstruir lo que muchas veces la intuición ni siquiera persigue. La grandeza de Wittgenstein se muestra cuando menos la esperas y cuando parece ser que ni pega con cola. Tiene que ser otro grande el que nos lo diga para poder calibrar lo que está pasando, cómo seguimos durmiendo la siesta aunque no haya verano. Vemos así a la filosofía, desde la metafilosofía, y nos parece ella tremendamente atractiva por imprescindible.

        El grande que vio bien a Wittgenstein fue Donald Davidson (1917-2003), filósofo estadounidense que pasó por las más boyantes  universidades de su país, terminando en la Berkeley de California. La clarividencia fue la de mantener que el lenguaje no es una pieza de algo para que pueda ajustarse, sino la herramienta que hace el ajuste. Visto así el lenguaje, la naturaleza propia del lenguaje radica en el uso, la eficacia, que nos permite continuar. Porque si lo usamos inadecuadamente, por mucho que queramos, no podremos seguir.

 De qué nos sirve mover un léxico específico para algo -mente consciencia, pensamiento etc.- si nos quedamos encallados en las disputas… o para qué la defensa de creencias si ni siquiera sabemos hablar de ellas, aunque sólo sea para justificarlas. Si seguimos utilizando el lenguaje como una pieza para el desagüe, para encajar en el desagüe y no como una llave inglesa para armarlo, el agua saldrá antes o después. Lo que estudiamos es si son eficaces nuestras herramientas, no si nuestras creencias son o no contradictorias, diría Rorty de Davidson, y Davidson de Wittgenstein.


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