Kepa Tamames •  Opinión •  09/10/2024

Sugar man

La historia de Sugar Man es una lección de vida en toda regla, lo que demuestra que este valle de lágrimas nos depara sorpresas en cada esquina, o en cada canción, para el caso que nos ocupa. Porque Sixto Díaz Rodríguez fue desde niño músico de vocación en su Detroit natal, hablamos de cuando la ciudad era próspera y bulliciosa, mucho antes de convertirse en un cementerio de muertos vivientes donde la gente no tiene otro sueño que el de huir a cualquier parte.

Sugar Man acabó siendo músico profesional, sí, pues recorría sin cesar los clubes más encantadores de los suburbios ofreciendo conciertos a diario para apenas unas docenas de personas, y a veces para nadie. Ningún local vacío le amedrentó nunca, precisamente porque era un profesional de lo suyo. Hasta acabó grabando su primer disco, y aun un segundo. Tampoco es que la música enlatada le deparara demasiadas alegrías, pues de su trabajo cumbre consiguió vender la increíble cantidad de ¡seis copias!, lo que apunta a que ni sus familiares más cercanos se animaron. Con que sus hermanos y padres hubieran adquirido un ejemplar, ya hubieran superado la deprimente cifra.

Se supone que una de las copias cayó en manos de una mujer ―nunca se supo su identidad―, que se la llevó a Sudáfrica, entonces epicentro de un espantoso apartheid racial. Se comenzaron a escuchar las canciones en algunas radios piratas, mas no en emisoras oficiales, pues las letras hablaban de perdedores y desesperanzados, justo lo que abundaba bajo aquel régimen racista (WHITES ONLY). Por alguna razón desconocida hasta la fecha, los temas comenzaron a popularizarse entre la gente ―hoy diríamos que «se hicieron virales»―, a tal punto que en la mayoría de los hogares había una copia de Cold Fact, compartiendo estantería con los ya consagrados Bowie, Dylan o Hendrix. Pensará el atento lector que Rodríguez debió de hacerse de oro gracias a aquel pelotazo. Pues ni de oro ni de latón, porque el tipo había dejado sus directos para partirse el lomo colocando ladrillos y removiendo argamasa, sin tener la menor noticia de la idolatría que sentía hacia él [casi] todo un país en la otra parte del mundo. No me pregunten cómo es esto posible, pero piensen que eran otros tiempos y otras circunstancias, o quizá todo respondió a un mero cúmulo de casualidades, qué sé yo.

Como pasa con los mitos, con Sixto pasó que le dieron por muerto. Decían unos que acabó pegándose un tiro tras tocar su último acorde en un concierto en su América natal. Otros aseguraban que se quedó frito tras electrocutarse en pleno concierto al tocar uno de los cables.

Total, que en un momento dado un grupo de personas decidió tratar de deshacer el entuerto, porque no podía ser tan complicado descubrir que había sido de aquel chicano al que tanta gente idolatraba sin saber nada de él. Al menos esperaban saber al fin cuál de las teorías sobre su muerte era la cierta. Fácil desde luego no fue, pues pasaron años hasta que dieron con su hija Regan (bellezón latino, para mi gusto, y actriz de profesión). Aquella conversación telefónica a miles de kilómetros de distancia debió de ser del siguiente tenor: “Solo queremos saber de qué murió su papᔓMi padre está vivo. Dejó su trabajo en la construcción, y ahora vuelve a dedicarse a lo que más le gusta, cantar en locales de Detroit”. Puede uno imaginarse el shock del interlocutor al oír que Sugar Man estaba vivito, coleando y haciendo música. ¡Había que llevarlo como fuera a Sudáfrica!

Ni que decir tiene que la gira de Sixto Rodríguez fue una catarsis social, algo así como si se anunciara que Beethoven tocaría sus más famosas obras en una sala de conciertos de Viena el próximo fin de semana. Un señor flacucho, embutido en traje de cuero y sombrero de espantapájaros, de tez cetrina, salió al escenario y dedicó sus primeras palabras al público enfervorecido: “¡¡¡Gracias por mantenerme vivo!!!”.

Desde entonces el artista fue invitado a los más afamados festivales de música, donde tocó ante miles de asistentes embelesados lo mismo que interpretaba en los tugurios arrabaleros de Detroit para un puñado de obreros grasientos. Y hasta el documental Searching for Sugar Man ganó un Oscar en el apartado correspondiente. Así son las cosas. No me negarán que acertaba de pleno al iniciar este artículo con lo de las «lecciones vitales». Pues eso…

Lo demás es historia. Husmeen en las redes, escarben en tierra fértil y hallarán sabroso fruto, porque son estos tiempos de inmediatez e información sobresaturada, a diferencia del panorama apenas unas décadas atrás, cuando podía suceder lo imposible, incluido que un ídolo de masas ignorara su condición.

Ah… y, por descontado, jamás cobró un centavo de royalties. Lo imaginaban, ¿verdad?


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