Paterna del Campo, Al-Mutamid e Infante: Nobleza de Al-Andalus
«La libertad no es sólo un sueño. Esta ahí, al lado de esos muros que nosotros mismos construimos». Carlos Cano
¿Nunca visteis amanecer por el poniente a pesar de que las Mil y Una Noches nos indican que en el extremo occidente mediterráneo, en aquel histórico y esplendoroso Al-Andalus, todas las maravillas son posibles? El lunes once de diciembre, en la onubense Paterna del Campo – donde el Aljarafe se desborda en belleza – tiene lugar un acontecimiento histórico. Al mediodía se produce el hermanamiento entre su Excmo. Ayuntamiento y la Mezquita Ishbilia, de Sevilla, con la participación del compañero andalusí Yihad Sarasúa. Con ese motivo se inaugura el Parque Al-Andalus del municipio, descubriéndose azulejos que conmemoran al rey de la Taifa de Huelva, Abdel-Aziz al-Bakri, padre del famoso geógrafo, botánico e historiador onubense Abu U’bayd al-Bakri, almeriense de adopción sin ni una calle con su nombre en la Ciudad de la Alcazaba. De fama tan imperecedera, la de este último, que un cráter lunar se denomina internacionalmente Al-Bakri desde 1976, por el sabio de Huelva, en el noroeste del selenita Mar de la Tranquilidad. Sin embargo causa no menos emoción el homenaje que rendirán al inmortal rey-poeta Al-Mutamid ben Abbad, último de los gobernantes andalusíes que administró desde Murcia al Algarve a un Al-Andalus unificado.
Siempre me ha suscitado un interrogante el por qué Blas Infante de todos los grandes estadistas andalusíes históricos, emires y califas de Córdoba, reyes nazaríes de Granada, cultos soberanos de Badajoz, Almería o Murcia, eligió como paradigma del último momento glorioso de nuestra Historia como Nación Libre – sin olvidar el recuerdo a las Civilizaciones de Los Millares, el Argar y Tartessos – al monarca de la Taifa de Sevilla natural de Silves (Algarve): Ibn Abbad, Al-Mutamid. Ese reconocimiento agradecido condujo los pasos del moderno padre de la Patria Andaluza, en su particular ‘peregrinación’ de 1924 a Agmat, a treinta Kms. al sureste de Marraquech, y lograda su meta un 15 de septiembre. Quedaría fascinado ante la tumba del gran rey-poeta, su esposa la también excelsa rapsoda Ittimad y su hijo, los cuales malvivieron en aflicción sus últimos días deportados.
Durante la guerra colonial del Rif y en plena dictadura de Primo de Rivera, ¿qué poderosa motivación hace a un malagueño viajar en barco de Lisboa a Casablanca, y de allí ir en una andadura no exenta de peligros a una remota localidad a los pies del Atlas? Hoy tal vez estemos en condiciones de desentrañar este enigma. El genio revolucionario de Casares pudo habernos dejado un mensaje con su extraña ‘peregrinación’ a las generaciones venideras de andalusíes de conciencia, no a los que amputan la Memoria Histórica Andalusí para ponerla a la rastrera altura de mezquinos prejuicios más propios de un sacristán de aldea (como los que hacen derivar Andalus de ‘vándalos’ para infamarnos… y no de donde la luz renace cada alborada en el alma de los hombres y las mujeres libres… Ainda-Lux, Andalus). Se esforzó durante años, preparándose para ese viaje, en conocer la lengua del Corán, el ‘fusha’ o árabe clásico. Para él se trató sin duda de una catarsis, manifestada por el hecho de las siete vueltas que dio alrededor de su sepulcro, evocación de las preceptivas para un muslim en torno a la Ka’aba en la Meca.
No vamos a entrar en la peregrina discusión de si Infante se reconoció o no allí musulmán ante dos testigos, de origen andalusí, adoptando el nombre de Ahmed, algo que afirma – y así no se dirá que se arrima el ascua a la sardina – incluso el pensador ateo Gustavo Bueno con fehaciente rigor, ocupado en tales menesteres con el ánimo quizá de alcanzar el prodigio de su paisano riojeño Sto. Domingo, el que hizo cantar según parece a la gallina después de asada. No, no representa para nosotros algo determinante porque el mero hecho de realizar esa catártica odisea, para sublimar su ser íntimo en la cosmovisión islámica, no le confiere el mismo valor que a una ‘shahada’ o reconocimiento público islámico, sino algo muy superior: le otorga la condición de Hanif o Buscador de la verdad, siguiendo los pasos de Abraham, el no nacido judío, cristiano ni ‘mahometano’, categoría mayor que la del simple creyente. Por tanto, la culminación de ese viaje hacia lo ‘jondo’ de su ser andaluz, aquel 15 de septiembre, representa una fecha para los andalusíes de importancia decisiva. Equivale a un segundo nacimiento, a un renacimiento de Blas como Ahmed Infante, lejos de inducidos complejos identitarios coloniales nacionalcatolicistas. No se celebra junto a Marraquech el carnaval ni pasacalles de ‘moros y cristianos’, por ello resultan reveladoras las fotos que se conservan del ‘renacido’ Ahmed Infante ataviado allí a la usanza musulmana, de ‘sunní’, con una gumía o puñal curvo al cinto, acaso obsequio de alguno de los testigos.
Pero volvamos a la misteriosa cuestión que nos ocupaba, la de la causa de elegir el padre de la Patria Andaluza, entre los siglos de gloriosa historia andalusí, al rey Al-Mutamid como arquetipo simbólico, el del rey destronado espada en mano. Creemos que así lo hizo porque fue el último soberano andaluz de Conciencia Nacional, ejemplo eterno de Dignidad, por la cual combatió hasta sus últimas fuerzas, buscando incluso cuando todo parecía perdido una heroica muerte en la lid despojándose de su loriga, en una última contraofensiva frente a las huestes muy superiores en número del caudillo almorávide Yusuf ben Tasufin, al que él mismo había pedido ayuda frente a los arrogantes abusos del expansionismo saqueador castellanoleonés. Por tres veces el belicoso Yusuf ben Tasufin vino en persona a contener las agresiones imperial-catolicistas, una vez aplacadas disensiones internas, volviendo de nuevo a sus enormes dominios magrebíes hastiado de las conspiraciones e intrigas tan estúpidas como sectarias de las facciosas Taifas andalusíes, muchas veces protagonizadas por fanáticos alfaquíes (especie de ‘clero’ áulico de la época). Apresado Al-Mutamid herido pero aun con vida, impresionado por su indómita resistencia hasta el final sin posibilidad alguna de triunfo, o por mantener un alfil en el futuro tablero andalusí, el victorioso africano dio pruebas de su magnanimidad perdonándole la vida, conmutando su pena por la del destierro.
Así pues, desde Algarve hasta Murcia, Al Mutamid ben Abbad a punto estuvo de consolidar una soberanía andalusí en sus territorios naturales desde Faro a Cartagena. No pudo afianzar el País murciano al oriente, cayendo después Jaén y Córdoba, traicionado por su mentor y mejor amigo Ibn al-Ammar (el ‘Abenamar moro de la morería’ ensalzado por las crónicas castellanistas, siempre encantadas de aplaudir al adversario desleal convirtiéndolo literariamente en simpático camarada de fechorías). Mas pudo acariciar el rey poeta su hermoso anhelo andalusí de Independencia con los dedos… ¿quién dirá que vivir un sueño de Libertad es poco?
Triste es ver hoy grandes obras de ingeniería, como el túnel bajo el Canal de la Mancha, las Vallas de la Ignominia en el sur de los EEUU o con las que torturan al avasallado y deportado Pueblo Palestino… constituyen nuevos Muros de la Vergüenza de racismo y xenofobia. Causa pesar la comprobación de no hallarse muestras de generosidad con el vencido como la de Yusuf ben Tasufin. Sin embargo los corazones son capaces de unir lo que los puentes no alcanzan, como el aciago día en que por las lágrimas de los andalusíes, despidiendo a Al-Mutamid para siempre en el Puerto de Sevilla, relatan las crónicas que el agua dulce del Río Grande se tornó tan salina como la del mar. El que lo diera todo por una Andalucía insumisa a intereses extranjeros, el último rey sevillano andalusí yace aun en el destierro. Y peor fue el destino del moderno Padre de la Patria. Asesinado tras el golpe de Estado de 1936 permanece insepulto. Padecemos en Andalucía una incalificable regresión monárquico-papista: hasta las Juntas Liberalistas de 1931 promovieron la edificación de una mezquita en Sevilla de la que hoy carece, en pos del Ideal infantiano de ‘un andalucismo africano, un Marruecos andaluz’, en expresión de su querido compañero Gil Benhumeya, sin condenar a todas las minorías a la sumisión al supremacismo integrista católico que acaudilla el partido de la Gürtel. Pero nuestra ‘Patria de las Dos Orillas’ amada por Infante aún no ha perecido.
El que cantara al amor en la Sevilla de sus entrañas, en su Al-Andalus amado, como nadie lo hizo antes ni lo ha hecho con posterioridad, sigue condenado a no poder descansar tras su amargo exilio de siglos. Porque aunque un rey marroquí quisiera emular la grandeza de Yusuf ben Tasufin, repatriando tan ilustres restos como era su deseo, estaría imposibilitado en la Ciudad de la Giralda (hermana del alminar de la Kutubía de Marraquesh, y única ciudad de Europa occidental con significación histórica, de tales dimensiones, sin un templo musulmán edificado de nueva planta). No podrían ser recibidas sus cenizas como es debido, al carecer ni de una sola mezquita digna de tal nombre para realizar la Ceremonia de Despedida al difunto monarca valeroso.
Queda su majestuoso vuelo del arte inmortal de la poesía, épica fragancia que asciende el Valle del Guadalquivir para explicar a gerifaltes presuntuosos en qué consiste la Nobleza en defensa de la Libertad de Al-Andalusía, evocando su última lucha por ella desde Agmat cuando no era, como él mismo se describió, nada más que ‘frágil ave con las alas rotas’:
La nobleza no me ha sido robada.
¿Acaso puede sustraerse la nobleza?
El día de la batalla rehusé salir con coraza,
solo con la camisa me cubrí el pecho.
Ofrecí mi alma, y al brotar la sangre
supuse que la perdería.
Pero mi muerte no llegaba aunque no deseara
ni deshonor, ni sumisión.
Me lancé a combatir pensando en no volver.
Mis antepasados fueron así:
tras la raíz vienen las ramas.
Al-Hakam Morilla Rodríguez, Coordinador de Liberación Andaluza. Cuenta de twitter bloqueada por la censura: @lascultura . Nueva: @liberacionan