José López •  Opinión •  10/02/2022

La timidez de la izquierda

La sociedad no se cambia por consenso. 

Uno de los errores históricos de la izquierda ha sido su timidez, su falta de determinación. Y este error se ve agravado en nuestros tiempos, en los que mucha gente (incluso de la propia izquierda) piensa (equivocadamente) que la lucha de clases es algo del pasado, en estos tiempos de falsa conciencia de clase, de intoxicación mental burguesa masiva. Mientras la sociedad sea clasista, la política será esencialmente una guerra social (principalmente ideológica), y no la “administración de las cosas”. Para ganar una guerra se necesita claridad de ideas, de objetivos, realismo, estrategias adecuadas,…, y también, y no menos importante, determinación, coraje. Y sobre todo se necesita ser consciente de que se está en una guerra.

La reciente aprobación por el gobierno español de coalición PSOE-UP de la reforma laboral es un perfecto ejemplo de este error. Dicha aprobación se logró con el apoyo de parte de la derecha (Ciudadanos, PDeCat,…) y por el error de un diputado del PP, en una sesión del Congreso de Diputados vergonzosa, donde se vio de todo, incluso traiciones. En vez de buscar el consenso con el resto de la izquierda (o por lo menos el apoyo mayoritario), se ha buscado incluso con la derecha y la patronal. Es verdad que, por primera vez en décadas, se produce un cambio de tendencia en los derechos laborales, una pequeña mejoría. No obstante, esta reforma no revierte la mayor parte de retrocesos de las anteriores contrarreformas. Si hasta parte de la derecha política y la propia patronal han apoyado dicha reforma, está claro que no será una gran mejoría para los trabajadores, que será un cambio muy insuficiente.

La derecha tiene las ideas más claras y no pide permiso para llevar a cabo sus contrarreformas, ni busca el consenso con sus enemigos. Además de tener todos los medios a su favor (Estado clasista, poder judicial, policial y militar, medios de comunicación, poder económico,…). La derecha es muy consciente de que la lucha de clases sigue muy vigente, tiene muy claro qué intereses clasistas defiende. Al mismo tiempo que niega públicamente la lucha de clases, la practica intensamente, engañando no sólo a las clases populares sino que incluso a una gran parte de la izquierda. No es de extrañar así que, por ahora, gane la lucha de clases por goleada, incluso cuando gobierna la izquierda. Además, la timidez y la ingenuidad de esta izquierda, que es muy poco izquierda, le dan alas.

Si a lo largo de la Historia se hubiera pedido permiso a los opresores para avanzar, seguiríamos en los tiempos de la esclavitud romana, los derechos humanos no serían ni siquiera papel mojado. En una guerra no se pide permiso al enemigo para atacar o contraatacar. En la guerra política el esfuerzo de la izquierda debe concentrarse no en convencer a los enemigos sino que a los posibles aliados, en buscar la unidad de las formaciones progresistas, en acumular fuerzas, en usar las estrategias adecuadas, en elegir el momento oportuno, en convencer a la ciudadanía,…

Si se quiere cambiar la sociedad es imprescindible, entre otras cosas, tener en cuenta su estado actual, no sólo sus condiciones materiales (factores objetivos), sino que también las inmateriales (factores subjetivos), en particular, la mentalidad de las masas, su estado psicológico. Hay algunos políticos que, en mi opinión, tienen una imagen demasiado idealizada del pueblo, como si éste y la clase política vivieran en mundos distintos. Yolanda Díaz decía en una reciente entrevista en La Sexta que los ciudadanos de a pie son mejores que los políticos. Tal vez, simplemente, la señora Díaz espera que muchos ciudadanos le voten (si finalmente se presenta a presidenta del gobierno el día de mañana) y no pueda decir otra cosa. O, tal vez, verdaderamente lo piense así.

Pues bien, yo no espero que nadie me vote y puedo permitirme el lujo de decir lo que pienso realmente. Yo no estoy de acuerdo con esa imagen tan idílica del pueblo. Si los ciudadanos corrientes fuesen mejores que los políticos, si fuesen tan distintos, ¿por qué eligen a los políticos que elijen, por qué se premia en las urnas a los peores y se castiga a los mejores? Cualquiera que trabaje con cualquier grupo de personas puede observar que siempre se repiten ciertos patrones de comportamiento, a saber: unos pocos individuos que hacen mucho ruido (generalmente negativo), otros pocos que intentan hacer las cosas bien, y una gran mayoría pasiva que piensa poco o nada y que se deja llevar por los que hacen mucho ruido (sobre todo negativo), que pasa de todo, que no se implica en nada, ni siquiera cuando se ve perjudicada, que antepone la comodidad (pensada siempre a corto plazo) a todo lo demás, que prefiere no ver, que incluso consiente la corrupción, cuando no la practica (aunque sea a pequeña escala). La realidad que cualquiera puede percibir a su alrededor (si no se cierra los ojos ni se tapa los oídos) es que (casi todos) nuestros conciudadanos no tienen coraje ni siquiera para pensar por sí mismos, para ser ellos mismos, para decir lo que piensan (cuando piensan), para actuar de una manera mínimamente coherente o decente, ni por supuesto para luchar. Echan la culpa a los políticos por sus propios pecados. Como decía Einstein, la vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa.

Desde la izquierda nos quejamos muchas veces de que la derecha hace mucho ruido, de que no argumenta, pero, desgraciadamente, es lo que le funciona, dicho ruido le reporta muchos votos (de aquí el auge de la extrema derecha, que hace más ruido que nadie). La derecha no es tonta, sabe lo que hace, tiene amplia experiencia en la manipulación de las masas, vive de ello. El capitalismo sobrevive gracias a ello, a pesar de sus recurrentes e irresolubles contradicciones. La derecha tiene la guerra ideológica perdida si argumenta, y lo sabe. Por esto elude dicha batalla de ideas todo lo que puede, ya sea no dando voz en los grandes medios de comunicación a los que realmente le cuestionan, ya sea haciendo mucho ruido cuando no puede evitar dicho enfrentamiento ideológico, en un estudio de televisión o en un parlamento. La izquierda (la verdadera) sólo puede ganar en el terreno de las ideas, de las argumentaciones, en los debates serios y tranquilos. Simplemente porque tiene la Razón de su lado, simplemente porque defiende los intereses de la inmensa mayoría. Y siempre que sea coherente, que practique lo que proclama de palabra. La gente perdona más al corrupto que no pretende combatir la corrupción que al que dice combatirla y luego cae en ella. Y si no cae en ella, ya se encargarán los medios de desinformación masiva al servicio del Capital de difamarle, de juzgarle y de condenarle ante la opinión pública, aunque luego los tribunales no puedan hacerlo, por no haber causa jurídica que pueda prosperar, ni siquiera arrancar.

No se puede convencer a las masas sin considerar la psicología de masas, si no se tiene en cuenta su mentalidad, su forma de pensar y comportarse. El objetivo supremo de la transformación social, de la Revolución, es precisamente cambiar dicha forma de pensar y comportarse. La condición humana es cambiante. El ser humano es contradictorio. Se trata de fomentar sus mejores características frente a las peores, en vez de al revés (como hace el actual Sistema). Sólo podrá cambiar radicalmente la sociedad si la mayor parte de la gente cambia. Y esto, obviamente, no podrá conseguirse en dos días. Es en este delicado equilibrio (entre otros equilibrios) donde reside la mayor dificultad de la izquierda con respecto a la derecha: tener en cuenta cómo es ahora la gente para intentar cambiarla, por su propio interés, ir a su terreno (que está muy enfangado) para intentar llevarla al nuestro (sin acabar siendo nosotros los que acabemos en el suyo, sin que nos enfanguemos nosotros, al menos no demasiado). Mientras el pueblo siga inconsciente, pasivo, acomodado mentalmente, con la mente nublada y presa de prejuicios, mientras la ciudadanía siga distraída con ruidos que le impidan pensar y actuar inteligentemente, la derecha seguirá ganando, de una u otra forma, si acaso con algunas pequeñas batallas perdidas temporalmente. Muy desesperada tiene que estar la izquierda para celebrar la aprobación de una tímida reforma laboral como si fuera el gran triunfo del siglo, el cual se produce encima con el error de alguno de sus oponentes y con la complicidad de una parte de la derecha, además de con el beneplácito del gran enemigo: el poder económico.

Es evidente que en una sociedad tan compleja como la humana los problemas adoptan formas muy complejas. Pero hay una verdad mucho más sencilla y profunda que yo creo que mucha gente no quiere ver: la sociedad es cómo es porque la mayor parte de la gente es cómo es. Quienes contribuyen a que la sociedad sea como es no quieren ver dicha verdad porque ellos son culpables (por activa o por pasiva), para eludir su parte de responsabilidad, descargando así su conciencia (la poca que les queda) de remordimientos. Reciclan la basura para creerse que contribuyen a la conservación de nuestro planeta, mientras votan a partidos que permiten que las grandes empresas sigan destrozándolo. Practican la caridad o colaboran con ONGs mientras votan a partidos que perpetúan y agrandan las desigualdades sociales. Salen a las terrazas y ventanas a aplaudir a los sanitarios en tiempos de confinamiento por pandemia mientras votan a los partidos que recortan la Sanidad. En definitiva, realizan ciertos actos simbólicos, que no les requiere esfuerzo, que no les supone nadar contracorriente, para tranquilizar la poca conciencia que les queda. Y muchos de quienes luchan contra este estado actual de la sociedad prefieren no ver dicha verdad para no desanimarse, para seguir luchando, hasta que esa verdad les explota en la cara y desisten. Es perfectamente comprensible que muchos tiren la toalla. ¿Para qué luchar por los demás, si éstos renuncian a luchar por sus propios intereses?

La lucha contra el Sistema actual debe hacerse colectivamente, lo más posible. El titánico esfuerzo de cambiar nuestra sociedad debe distribuirse todo lo posible. No se trata de que unos pocos se esfuercen mucho, sino de que muchos se esfuercen un poco. Nadie puede nadar contracorriente solo mucho tiempo. Ningún líder, por hábil y fuerte que sea, puede conseguirlo solo o con poco acompañamiento. Los líderes son importantes (al menos mientras la sociedad humana se siga comportando como un rebaño de ovejas), por esto la derecha va contra ellos y los acosa y agota para que se retiren, por esto los aparta del escenario político, ya sea consiguiendo que dimitan o en casos extremos incluso eliminándolos físicamente. Pero más importante aún es que quienes luchen contra esta sociedad corrupta y alienada hasta la médula, procuren depender lo menos posible de liderazgos, haciendo que éstos sean lo más colectivos posible, teniendo recambios, haciéndolos rotar para que no se quemen, dando el mayor protagonismo posible a quienes les siguen, a las ovejas negras del rebaño, practicando la democracia más radical posible. Muy difícil equilibrio, liderazgos colectivos pero suficientemente coordinados y eficaces para luchar contra un enemigo poderoso. Demasiada democracia interna en las organizaciones populares puede restar eficacia (hay momentos en que casi no hay tiempo de discutir, sino que hay que actuar), pero insuficiente democracia puede desvirtuar por completo a dichas organizaciones y traicionar su razón de ser. Como dije anteriormente, la izquierda real, la que pretende cambiar radicalmente la sociedad, se mueve entre diversos y muy complicados equilibrios.

Pero hay algo que quienes pretendemos contribuir a mejorar la sociedad que nos ha tocado vivir no debemos olvidar nunca: la manera de ser de la mayoría de la gente. Sólo teniendo en cuenta la realidad, tal como es, y no como nos gustaría que fuese, podrá cambiarse.

Tan importante como saber hacia dónde queremos ir (una sociedad más libre y justa), es reconocer dónde estamos realmente (una sociedad podrida, donde los culpables no son sólo los políticos, donde éstos son un reflejo de la sociedad, y no algo ajeno a ella), es conocer el terreno en el que estamos y en el que debemos movernos. Tan importante como el idealismo (sin utopías no habría progreso) es el realismo. Hay que tener en cuenta la realidad, no para aceptarla sumisamente sino que para cambiarla. De lo que se trata es de interpretar el mundo (humano) para transformarlo. Pero no se puede transformar lo que no se conoce, lo que no se entiende.

Y, por supuesto, para transformar el mundo no hay que pedir permiso a quienes quieren perpetuar el orden establecido, a quienes no interesa cambiarlo. Sin determinación no hay Revolución. Hay que luchar persistentemente contra viento y marea, incluso contra nosotros mismos, contra nuestra mentalidad contagiada del pensamiento burgués dominante, contra la arrogancia que siempre puede aprisionar nuestras mentes, contra nuestro propio ego, contra el cansancio y el desánimo que inevitablemente en ciertos momentos nos harán dudar de si realmente merece la pena seguir luchando o que nos harán llegar a pensar que podemos conseguir grandes cambios apelando a la buena voluntad de nuestros enemigos, buscando el consenso con ellos,… Los privilegiados nunca renunciarán voluntariamente a sus privilegios, podrán ceder algo temporalmente para sobrevivir, pero no a lo sustancial, no a lo que les hace ser privilegiados, no a su statu quo. La transformación social nunca podrá hacerse por consenso.

10 de febrero de 2022

José López

http://joselopezsanchez.wordpress.com/


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