Freddy J. Melo •  Opinión •  10/04/2017

La Celestina en apuros

Ante las actuales arremetidas “oeáticas” impregnadas en mugre, reproduzco, ligando que llegue a gente joven, este escrito extraído de un trabajo mayor que tengo en preparación.

          Torpedear la unidad nuestramericana –dividir para reinar– ha sido la invariable política de Washington para quienes moramos al sur de sus malhabidas fronteras, puesta en marcha aun antes de la derrota del imperio español y manifiesta en las disposiciones y manejos de su 5° presidente, el inefable James Monroe, a partir de cuyo mandato ocurren la agresión contra tropas patriotas que luchaban por la liberación de la Florida, la conspiración contra el Congreso de Panamá y la unidad regional, el cercenamiento de más de medio México y otras penetraciones rapaces en ámbitos centroamericanos, así como la guerra contra una España ya vencida, para robar la victoria a los mambises, aherrojar a la heroica Isla martiana y apoderarse de Puerto Rico, Filipinas y Guam.

Apoyándose en oligarquías semifeudales, la neogranadina a la cabeza, incapaces de asimilar la visión de patria grande y soberana de los libertadores y dispuestas a mantener aherrojados a sus pueblos, el naciente imperio de nuevo tipo, utilizando los cañones según necesidad y los negocios como núcleo de su acción, y sobreponiéndose a otras voracidades, se convirtió en un ente dominante más rapaz, opresivo, alienador, agresor y poderoso que el definitivamente abatido en Ayacucho.

El siglo XX se inició presenciando la desmembración canalera del territorio colombiano, las garras sobre las riquezas que las oligarquías domésticas estaban sin capacidad ni deseo de defender y numerosas incursiones en Centroamérica y el Caribe. Los invasores de Guatemala, Nicaragua, Santo Domingo, Granada, Panamá, El Salvador, Haití; los sembradores y sostenedores de sargentones sangrientos en toda nuestra América morena; los derribadores de gobiernos populares con el fin de atornillar oligarquías y consorcios explotadores; los responsables fundamentales de la espantosa miseria y atraso de nuestros pueblos, cometieron impunes y altaneros todos esos crímenes, y otros; condición que se mantiene hoy con la aumentada peligrosidad de las fieras heridas y que vuelca su furia contra nuestros pueblos en lucha por justicia social y soberanía.

Desde 1948, cuando sustituye a la anterior entidad bastarda (“Unión Panamericana”) y se inaugura en coincidencia con el asesinato de Gaitán –con lo que comienza el alcahueteado martirio de Colombia–, hasta el actual despertar de la idea central bolivariana, la OEA ha sido el vehículo de la “unidad” monroísta y no ha hecho otra cosa que encubrir las tropelías y confabulaciones del “hermano mayor”. Bajo el celestinaje de ella, Santo Domingo, Granada y Haití vieron desplegarse marines, bombas y metralla sobre sus territorios; los presidentes desde el Río Bravo hasta el extremo sur recibieron la deferencia de ser casi siempre puestos e infaltablemente depuestos cuando se salieron o intentaron salirse del carril; mercenarios vestidos de patriotas fueron reclutados, entrenados, ideologizados, armados y teledirigidos para caer sobre Guatemala, Cuba y Nicaragua, aunque en la empresa anticubana los maquinadores sufrieron un descalabro de antología.

Los recursos naturales y el trabajo semifeudalizado y superexplotado han sido el fruto de tan excelentes servicios. En todos los casos trajeron como regalos civilizadores sus técnicos en dispensación de recetas económicas, y en casi todos completaron con sargentones entrenados en escuelas de tortura, asimismo civilizadoras, el mapa que ya habían sembrado de gómez, trujillos, stroessners, ubicos, somozas, batistas, perezjiménez y congéneres, hasta el momento en que prefirieron abrir un paréntesis de democracia made in USA, la buena, la de los betancoures y otros etcéteras, para quienes la calle como patrimonio policial, el disparar primero y averiguar después, la figura del desaparecido, el refinamiento en los métodos de “persuasión” y la inducida convicción del “enemigo interno” (¡los propios pueblos!) eran el pan de cada día, por lo que al fin les dio lo mismo tener un pinochet, un gorila argentino o un demócrata betancouriano. Y en ese transcurso ignominioso la OEA fungió de proxeneta impenitente, todos hicieron de avestruces y fue fácil el reino sobre los divididos. De modo que lo visto nos habla de una centuria completa de agresión.

          Nada de esto hubiese ocurrido de haber cristalizado la visión del Libertador, planteada para germinar en Panamá y traicionada al nacer por el desmedido egoísmo y la minúscula conciencia de una clase que perdió toda posibilidad de hacer historia.

Continuando con su tradicional pequeñez, las oligarquías del continente desconocen la historicidad esencial de los procesos en marcha y les niegan la sal y el agua. Esas oligarquías, como todas en todas partes, arrogantes frente a los débiles y reptantes ante los poderosos, no han percibido que ya los débiles descubrieron la fuerza de la unidad, la organización y la conciencia, y que ante los poderosos se está abriendo un abismo por el que más temprano que tarde se precipitarán, al impulso de sus contradicciones internas y de las luchas populares.


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