Geopolítica del impeachment, o la reelección de Donald Trump
“Primero lo de Rusia, Rusia, Rusia: fue todo una mierda”. Así lo expresó Donald Trump el pasado miércoles (5 de febrero), tras el juicio político fallido del impeachment demócrata en su contra, que culminó tras meses de indagatorias, desde el 24 se septiembre. El 13 de noviembre iniciaron las audiencias públicas en contra del mandatario, y la líder demócrata Nancy Pelosi fue quien encabezó la ofensiva.
Resulta que, por el caso ruso, el fiscal especial Robert Mueller en marzo de 2019 no encontró evidencia alguna, de la presunta conspiración “criminal contra Rusia”, en la llamada intervención electoral. Conclusión rechazada, que «la campaña de Trump o alguna de las personas relacionadas con ella, conspiraran o se coordinaran con Rusia en sus esfuerzos por influir en las elecciones del 2016 en EE.UU.».
Pero por ello Mueller no exoneró a Trump de “obstruir a la justicia” y el caso quedó como “delito abierto”. Pero tampoco ahora los demócratas han alcanzado su objetivo de destituir a Trump por ambos delitos de: “abuso de poder, y obstrucción al Congreso”.
Porque el Senado en votación mayoritaria lo absolvió 52 a 48, a su favor en la primera acusación y 53 a 47 en la segunda. La votación de la Cámara Baja, de control demócrata, el 4 de diciembre pasado, fue a favor de la destitución por 230 contra 197 por abuso de poder y 229 contra 198 por obstrucción.
El delito principal, porque presuntamente Trump retuvo la cantidad de 391 millones de dólares en ayuda a Ucrania, a fin de presionar —el “favor” se solicitó telefónicamente, el 25 de julio, según “informante anónimo”— al presidente de ese país, Volodimir Zelenski, para que iniciara una investigación en contra de Joe Biden y su hijo Hunter, éste como miembro del consejo directivo de una empresa energética ucraniana, en tanto su padre fungía como vicepresidente de Obama.
Claro que Trump estaba acusando sin pruebas a Biden, a cuento de que sería —como lo es—, posible candidato demócrata en el proceso electoral a culminar el próximo 3 de noviembre, en tanto el propio presidente en funciones va tras la reelección. Sacarlo de la jugada electoral.
Así, los republicanos, que tienen en control del Senado (53, pero se requerían dos tercios, 67 votos para la mayoría), calificaron de “juicio injusto”, “caso incoherente”, y se pronunciaron negándose a citar testigos para la presentación de “pruebas” en un proceso que no se aproxima “ni un poco” a la justificación para destituir a un presidente en la historia. El tercero: el primero fue y el segundo Clinton.
“Rechazo a las incoherencias”, se pronunció Mitch McConnell, el líder de la mayoría republicana en la Cámara Alta, en referencia al proceso demócrata. En tanto para el senador republicano Mitt Romney, que apoyó el impeachment, se trató de “un asalto flagrante contra nuestros derechos electorales y nuestra seguridad nacional”, un “terrible abuso de la confianza pública”, expresó al cabo del proceso de votación.
Sin embargo, el impeachment fallido dejó en claro algunos aspectos como los siguientes, tanto de la política interna como exterior, con acento geopolítico.
Los demócratas dieron pie al proceso de juicio a Trump a pesar de tener claro no contar con la mayoría en el Senado, y el impeachment no procedería al final, como fue.
El juicio caminó también pese a que la presunta injerencia rusa en las elecciones del 2016 nunca pudo probarse, por lo demás un largo proceso en contra de Trump y desgaste para las relaciones entre ambas potencias.
Era claro que, de no proceder la destitución de Trump, el proceso culminaría fortaleciéndole con rumbo a las elecciones de noviembre próximo, y por tanto tiene acento de “acuerdo interno” entre demócratas y republicanos. Un ardid para alentar el apoyo para el republicano, pues es claro que entre unos y otros no existen cambios ni posturas políticas de fondo.
Luego entonces, los demócratas no tenían, desde el principio del impeachment, la certeza de ganar las elecciones a Trump, a sabiendas que buscaría la reelección.
Queda claro, aparte, que el candidato Trump seguirá con su característica campaña de agravios que alienta el segregacionismo y con eso la polarización en la propia sociedad norteamericana.
Hacia afuera, lo primero que salta a la vista es que alguien, o algunos —el Estado profundo, entre otros, tenían en mente el descarrilamiento de la presidencia de Trump—, y aún sin las pruebas suficientes acusaban a Rusia de intervenir en las elecciones internas, como para que ganara la candidata demócrata Hillary Clinton.
De igual manera, que no importó acusar sin pruebas al otrora principal “enemigo” de la guerra fría, señalado porque en el fondo se presumía y suena real, a que Trump simpatiza con Rusia y particularmente con Vladimir Putin. Un asunto que ahora suena coherente.
Pero se dejó de lado, y llama la atención ahora tras el impeachment, que se cae la postura de acusación a Rusia de su presunto injerencismo e intervencionismo. Claro en otros que es Estados Unidos quien en política exterior aplica acciones desestabilizadoras, para un mundo que se empeña enfilar a sus intereses, y por eso promueve golpes de Estado, derrocamiento de gobiernos y violencia con su presencia militar extranjera.
Llegando inclusive al uso de métodos destructivos, actividades terroristas, con instrumentos como la CIA, USAID, Pentágono y la propia OTAN. Por ejemplo, el propio Trump asumió haber dado la orden de asesinar al general contraterrorista iraní Qasem Soleimani, con el ataque dron en el aeropuerto internacional de Bagdad, Irak, el pasado 3 de enero. Acto reprobable por cobarde y desestabilizador en la región, no solo con Irán.
Lo cierto es que, con razones débiles del impeachment contra el presidente Trump, el “juicio final” devino en su fortalecimiento como candidato a la reelección. Ahora nada contendrá a los republicanos, y Trump contribuirá más a dividir a la sociedad de su país, con sus posturas racistas y xenófobas de campaña.
Nancy Pelosi resultó pieza útil. Y el Partido Demócrata dejó carta abierta al presidente para otros cuatro años al frente de la Casa Blanca, pese aquellos del sector conservador tradicional que no lo quiere más y el anterior proceso le apostó a Hillary Clinton.
La intromisión rusa en las elecciones del 2016 nunca fue probada. Tampoco Trump salió del todo limpio. Queda claro, que tanto la política interna como externa de EUA está enfilada hacia un mismo fin hegemónico. Un juego de espejos geopolítico con fines reeleccionistas para Trump. (8 febrero 2020).
Fuente: ALAI