Ni proceso constituyente, ni replanteamiento… ¡más de lo mismo!
Cali, 10 de julio de 2024.
En estos días en Colombia se debate con cierta intensidad y crispación el tema de la posible convocatoria de una asamblea constituyente. El presidente Petro desde hace unos meses propuso impulsar un “proceso constituyente” para cambiar la Constitución de 1991. Llamó a organizar asambleas populares por todo el país y a fortalecer la movilización social. Y, de vez en cuando vuelve sobre el tema como lo ha hecho en otros momentos de su vida política.
En su momento planteamos que era una forma de presionar al establecimiento y especialmente a la clase política tradicional que tiene mayorías en el Congreso Nacional, para tratar de aprobar las llamadas “reformas sociales” (salud, laboral, pensional). No obstante, a pesar del alboroto que se armó en los “medios”, la presión no sirvió gran cosa. El gobierno sólo sacó adelante la reforma de las pensiones, aunque bastante recortada y con puntos a favor del capital financiero.
Ante esa situación Petro ha insistido en ese tema, apoyándose supuestamente en las ideas del revolucionario italiano Antonio Negri, pero nada que ver. El planteamiento de ese pensador es totalmente contrario a lo que plantea Petro y, menos cuando ordena “concretar el poder constituyente” mediante un “acuerdo nacional”. Y aún menos, cuando encarga de esa tarea a Juan Fernando Cristo, político de profesión de la entraña del establecimiento oligárquico.
En realidad, Petro lo que acaba de hacer es bajarse con cierta elegancia de ese “cuento constituyente”. Lo más seguro es que se dio cuenta que ni el movimiento social ni su propio agrupamiento político estaban preparados para asumir esa tarea. No se organizó en ninguna parte del país una sola “asamblea popular” con ese objetivo, y la “asamblea nacional” que se intentó realizar no ha logrado consensos y tuvo que ser aplazada dos (2) veces. Es lo evidente y comprobable.
No obstante, desde mi propia percepción, era lo que tocaba hacer. El presidente no podía “bajarse” de esa consigna en forma directa porque sería visto como una derrota. La mantiene en cabeza del nuevo ministro del interior, pero en salmuera y a cuenta gotas. Y coloca en esa cartera a alguien experto como el saliente Luis Fernando Velasco, para tratar de sacar adelante en el Congreso las reformas que están entrabadas en su trámite. Para hacerlo, debe seguir repartiendo “mermelada”.
Además, siendo Cristo protagonista del proceso y acuerdo de paz firmado con las Farc en 2016 (desmovilizadas), para ser consecuente con la “paz total” y actuar como verdadero gobernante, va a asumir esa responsabilidad del Estado ‒seguramente‒ con nuevos elementos políticos, aprendiendo de los errores cometidos en el gobierno de Santos y del saboteo (pintado de gestión de paz) que hizo el gobierno de Duque, que entre risas y corrupción casi hace trizas ese proceso.
Hasta allí, el llamado remezón ministerial, y especialmente, el nombramiento de Cristo, no significa un cambio de rumbo en la política del actual gobierno. Es un “pequeño aterrizaje” de Petro que empieza a reconocer que con la fuerza electoral con la que fue elegido y la debilidad del movimiento social, no puede adelantar un “proceso constituyente” transformador y, tampoco, puede aprobar plenamente las reformas que afectan los intereses del poder financiero.
Ese “pequeño baño de realidad” del presidente Petro, ojalá sea continuado con la búsqueda de opciones para ampliar su base social. Ese es el verdadero “aterrizaje” que se requiere, para volver sobre el eje fundamental del Plan Nacional de Desarrollo (cambio de matriz energética e industrialización de nuevo tipo) que se aprobó en los inicios de su gobierno y que ha sido relegado (o casi “olvidado”) por el primer mandatario, como lo afirmó Jorge Iván González con mucho acierto.
Hay que aprender de las experiencias de otros países en donde sectores de izquierda (caso de Sara Wagenknecht en Alemania) han empezado a entender que las llamadas “clases medias”, y entre ellas los pequeños y medianos productores y los “profesionales precariados”, son sectores sociales fundamentales en esta etapa de lucha. La evolución de las sociedades muestra que estos sectores sociales son cada vez más importantes, especialmente, porque los avances tecnológicos hacen factible que las pequeñas empresas sobrevivan y compitan frente a los grandes conglomerados capitalistas.
Comprender su naturaleza de clase es fundamental para diseñar una estrategia acorde con sus intereses para neutralizar y derrotar a las “nuevas derechas extremas” (supuestamente “anti-estatistas” y “libertarias”) que se aprovechan de la incertidumbre y angustia que viven esos productores-trabajadores por los efectos de la crisis del capitalismo (inestabilidad económica, migración descontrolada, criminalidad e inseguridad, políticas de ajuste frente al cambio climático, etc.).
Esos sectores de productores poseen algunos medios de producción, son propietarios, pero, a la vez que “explotan” a algunos trabajadores, son explotados por el gran capital, especialmente en el área financiera (crédito). Igualmente, sus procesos productivos están subordinados y al servicio de los grandes monopolios, ya que son productores de “partes” y/o de servicios. Y, su acceso a la riqueza social es muy limitado y cada vez más estrecho. Pero, a pesar de todo, sobreviven y se expanden.
Es importante precisar que en Colombia estos sectores sociales, particularmente en el campo, son los principales productores de alimentos y de materias primas como papa, café, caña panelera, cacao, frutas, piscicultura, yuca para almidón, ganadería de leche, cebolla, plátano y otros productos. La mayoría no quiere tierra (han aprendido a usarla intensivamente), necesitan subsidios (pero de tipo productivo), y requieren con urgencia procesar sus materias primas para competir en los mercados internacionales (algunos ya lo hacen pero deben asociarse y tecnificar sus procesos productivos).
Las izquierdas latinoamericanas han despreciado a estos sectores sociales y los han dejado a la deriva, influidos por enfoques teóricos mecanicistas, lineales y estáticos. Ante ese desconocimiento, esa población se ha desplazado hacia las derechas. Son los sectores que hoy apoyan a Milei (Argentina), Noboa (Ecuador), Bolsonaro (Brasil), Bukele (El Salvador), y a muchos otros políticos que enfrentan y atacan las políticas “identitarias” (étnicas, de género, ambientales, etc.) y las prácticas asistencialistas que algunas izquierdas han privilegiado en su gestión de gobierno.
Si el gobierno de Petro continúa colocando el acento en el juego parlamentario, en seguir repartiendo la “torta” con toda clase de políticos tradicionales (algunos muy corruptos) para garantizar los votos favorables a las reformas, y no implementa en verdadero cambio de dirección, buscando a esos sectores sociales “medios” que son los sujetos sociales aptos para impulsar procesos y proyectos productivos de nuevo tipo, obtendrá “más de lo mismo”. Es lo que estamos observando.
Más escándalos de corrupción, más bloqueo institucional a sus iniciativas, y más “radicalización artificial” para recurrir a unas bases sociales populares que están acostumbradas al clientelismo y a la politiquería en las regiones. Allí llega la voz de Petro que entusiasma por ratos, pero predomina la política tradicional y clientelar. Hasta las agrupaciones del Pacto Histórico hoy compiten por tener acceso a pequeños presupuestos y proyectos de corto alcance a fin de garantizar la relección de sus parlamentarios en 2026. “¿Cuánto dinero tienes para la campaña?” se dice en forma natural.
Hay que recordar que los “estallidos sociales” no se programan, ni desde el gobierno ni desde ninguna parte. Y cuando estallan, se imponen las fuerzas y tendencias que han acumulado capacidad organizativa y claridad política para canalizarlos en determinada dirección. Y últimamente, los estallidos sociales en el mundo han sido canalizados principalmente por las “nuevas derechas” que han sabido “conectarse” hábil y oportunamente con los “desperanzados”.
En Colombia es necesario que la gente más consciente (y sobre todo la juventud) organice “otra corriente” que enfrente a la ultraderecha con ética y se deslinde de las prácticas que porta la “izquierda progresista tradicional”. La experiencia está demostrando que es posible. Y, sobre todo, hay que poner en juego el “sentido común”, sin tanto asistencialismo, paternalismo y quejumbre victimizante de las “identidades sectarias”. Volver a conectar con el grueso de los trabajadores y productores.
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