Paco Campos •  Opinión •  11/09/2017

Somos los animales más flexibles

Al menos podemos decirlo, otra cosa es que podamos serlo. La flexibilidad es conditio sine qua non de cara a una naturalización de la conducta, que no es otra cosa que ver en perspectiva el alcance de los principios, normas y valores, no tanto de racionalizarlos, tal y como hace la razón jurídica a manera de patada en el aire, o como hace el discurso políticamente correcto, especie de un si buana constitucional; no, la naturalización tiene más de intuición y sensibilidad que de argumentación canónica, porque casi siempre los cánones no mandan, o si lo hacen lo hacen como mandan los cánones, es decir, res de res.

        Rorty en Ética sin obligaciones universales (1996) refresca nuestra memoria o nos invita a entrar por otra puerta cuando habla de progreso (moral), y dice que nada tiene que ver el progreso con la racionalidad, el incremento de la inteligencia o la respuesta a diversas demandas en conflicto, porque esa posición puede estar reñida con la tolerancia, la diversidad, la inclusión o las necesidades cruciales de la gente -> se puede ser muy inteligente para parcelar, blindar, bunkerizar o lo que sea, un territorio nacional, una etnia o un género, qué sé yo.

        Sí caemos en esa desgracia, aunque esto no sea una cuestión de suerte, es que no hemos entendido nada, no hemos recabado lo suficiente en el sentido de la flexibilización, sencillamente nos falta sensibilidad -oímos esas parolatas patrióticas sin reaccionar-, nos falta también habilidad para responder a los cambios sutiles o especializados, falta habilidad ante la sofisticación o la agudeza, y nos faltaría también sentido de la inclusión porque si no somos flexibles, mucha gente quedaría abandonada a su suerte, a la incapacidad de responder a sus propias necesidades. 


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