No hay un bueno, sin un malo
En España los españoles nos preciamos de tener vista de águila, además de considerarnos disponer de una velocidad superior a la normal para saber en qué lugar está cada cual.
Rumbo a las cuartas elecciones generales en cuatro años, más las municipales, autonómicas y europeas, no hay quien dude en que el presidente Pedro Sánchez no quiere negociar ni con su familia y, en que los de la derecha quieren vestirse de santeros cubanos.
Tenemos, en este reino de los borbones, la seguridad de que cada uno de nuestros líderes políticos intenta engalanarse de acuerdo a cada circunstancia y momento, convencidos de que es la fórmula mágica para ganar ventaja en las encuestas.
La derecha
Afortunadamente parece que la agresividad verbal de la ultraderecha española está pasando de moda y los únicos que leen sus tuits al público son los de la Sexta Tv.
En cuanto a la derecha de Rivera se tiene la impresión en que se ha quedado restringida a los tics espectáculos para mantenerse en el candelero político.
La del Máster en Harvard, que resultó haberlo hecho en el barrio de Aravaca de Madrid, Pablo Casado, está buscando convertirse en la alternativa presidencial con 66 diputados para, según él, zanjar toda polémica y para que España encuentre el camino del entendimiento y la estabilidad. Somos incapaces de entender si su olfato político le dota de mayores competencias para convencer y no hacer reír.
La izquierda
Pablo Iglesias ha dicho que no se debe confiar en los políticos, algo que a primera vista no tiene nada de objetable, pero con su alto ego intelectual ha metido a todos en un mismo saco, tal vez sea por lo de las 370 propuestas que le ha hecho Sánchez para hacer un co-gobierno, o porque la oferta de los tres ministerios ha quedado solo en cargos de responsabilidad. Menudo desprecio.
Iglesias, con cuatro años de vida política, 3.7 millones de votos y 42 diputados, insiste en una coalición con Sánchez con 140 años de historia, 123 diputados y 7.5 millones de votos y, es aquí donde la dicotomía del bueno y el malo adquiere mayor relevancia, impidiendo que todos estén en ese mismo saco.
De momento España cuenta con tres importantes izquierdas: la socialdemócrata de Sánchez más las dos en una (Unidas Podemos): la de Izquierda Unida de Alberto Garzón y, la Podemos de Pablo Iglesias, bien avenidas pero con ganas de negociar separadamente con el presidente en funciones.
Tres fuerzas aceptando en convertir en mala a la otra: Sánchez no le da los ministerios que Iglesias quiere y Garzón acude a la llamada del presidente para hablar sobre la investidura porque, según Sánchez tiene mejores entendederas que Iglesias. Otro ninguneo.
Así que el resultado es el de siempre: una izquierda enfrentada e incapaz de encontrar un espacio crítico para ponerse de acuerdo.
El embrollo
Pero ahí no termina el embrollo, en la derecha sucede otro tanto, aunque mejor avenidos a la hora de tomar el poder.
La de Casado (Partido Popular), insiste en que las otras dos derechas, la de Rivera (Ciudadanos) y la extrema de Abascal (Vox), son socios, pero solo socios, dejándolo claro públicamente al pedirle a Sánchez, en el Congreso, que la mejor idea es un acuerdo entre el PP y el Psoe para desplazar a todos los demás.
Toda una propuesta política que deja dos bandos claramente definidos: los buenos, Casado y Sánchez y, los desestabilizadores, Iglesias, Abascal, Garzón y Rivera.
Pero resulta que esa propuesta ha tenido un objetivo último: preservar el bipartidismo, nada de múltiples alternativas para consolidar la democracia, nada de coaliciones, solo pactos puntuales de Estado. Es el, ya viejo sueño de las mayorías absolutas.
Así que, de nuevo a empezar, este intento de satanizar a socios y rivales, tampoco ha dado resultado.
Seis líderes, tres de izquierda y tres de derecha: Sánchez el frecuentador del donde dije digo, digo Diego, Rivera el que era doctor en derecho y paró en licenciado socialdemócrata, liberal, progresista y de centro izquierda, Casado, el hombre al que llamaban importantes universidades americanas por sus innumerables másteres que terminaron siendo de un barrio madrileño, Garzón convertido en un líder de segundo plano, Iglesias, el hombre que se resiste a cortarse la coleta, cambiar su look y a ser menos arrogante y, Abascal, al que nadie quiere y todos esperan que desaparezca.