2022: La «normalidad»
En contra de lo que nos decían quienes dicen que lo saben todo, 2021 no fue el año de la recuperación. Y me temo que 2022 no abrirá -como también aventuraban- una nueva etapa de normalidad sin sobresaltos. Tenemos demasiados frentes por delante que aventuran intranquilidad.
La pandemia no termina de apagarse y el haber dado prioridad a los intereses comerciales y al egoísmo de los países más ricos puede provocar que sigan apareciendo nuevas variantes del coronavirus que impidan una recuperación completa de la actividad económica.
La inflación tardará meses en desaparecer, si es que no vuelve a hacerse crónica. Y la respuesta que avanzan los bancos centrales, subir los tipos de interés, solo va a provocar otro frenazo, con menos inversión y empleo, además de un incremento que puede llegar a ser muy problemático de la deuda pública y privada.
Los mercados no terminan de ajustarse y los bloqueos se dan por todas su esquinas, los suministros no llegan, los transportes se bloquean y miles de empresas no encuentran al personal que necesitan.
La economía internacional está viviendo una singular combinación de problemas de oferta y demanda en un clima en donde los mercados financieros, en lugar de dedicarse a financiar respuestas en el ámbito productivo, se dedican a inflar burbujas que tendrán que explotar sin remedio en algún momento.
Son problemas de nuevo tipo que no es posible resolver con respuestas del viejo libro de estilo que son las única que parece que tengan en cartera los bancos centrales. Mientras que los gobiernos hacen lo que pueden cargándose, eso sí, de una deuda creciente que en algún momento habrá que amortizar sin que nadie sepa decir cómo ni cuando.
A todo ello hay que añadir la tensión militar que se están generando, ahora con más intensidad en el este de Europa, en diversos lugares del mundo. Sus consecuencias pueden ser catastróficas al menor descuido pero, en cualquier caso, van a provocar problemas económicas importantes; por ejemplo, en forma de subida de los costes de la energía, más problemas de suministro, sanciones financieras con efecto dominó o crisis migratorias.
Europa no parece capaz de forjar un proyecto alternativo al de continua tensión que diseñan las potencias imperiales. Se contenta con hacer de monosabio de Estados Unidos, haciendo creer que desempeña un papel que en realidad no es otro que el de comparsa de los estadounidenses y pagano de sus privilegios: los americanos ya se han convertido en los primeros exportadores mundiales de gas y nos venden el gas a Europa un 40% más caro que el que recibimos de Rusia.
En todas esas condiciones será muy complicado que se pueda lograr una recuperación efectiva de las economías. Lo normal, si no cambian, es que se vayan deteriorando de nuevo sus bases estructurales, ya en crisis desde antes de la pandemia, aunque se registren tasas de crecimiento que puedan dar la falsa impresión de que comienzan a levantar vuelo.
España sufrirá esas tensiones, sobre todo, porque nuestro gobierno no dispone de apoyo parlamentario suficiente y leal y porque sus disensiones internas no están permitiendo que se genere la amplia complicidad social que sería necesaria para sacar adelante los proyectos reformistas que se propuso poner en marcha. Lo que está pasando con la reforma laboral es buena parte de ello.
Si el gobierno de Pedro Sánchez no es capaz de acelerar la agenda de reformar, invirtiendo con más celeridad y eficacia los fondos de recuperación, dándole más protagonismo a la sociedad civil y mostrando que avanza a pesar de todas las dificultades, podríamos estar entrando ya en el final adelantado de la legislatura.
La pandemia ha puesto en jaque al neoliberalismo porque ha demostrado que los principios que había venido vendiendo como todopoderosos frente a cualquier situación son, en realidad, un fiasco y que solo sirven para aumentar la riqueza de los más ricos. Y el efecto de esta crisis de legitimación es el mismo que han tenido otras anteriores del capitalismo: la promoción del populismo fascista. Es es la razón del crecimiento de una extrema derecha que no surge de la nada sino que nace financiada por las grandes empresas y bancos y bien acogida por los medios de comunicación. Es otro peligro en el horizonte.
Andalucía, como no puede ser de otro modo, está metida de lleno en este escenario. La derecha está empeñada de momento en aplicar la misma agenda que llevó a cabo en otras comunidades, la del desmantelamiento del ya de por sí delicado sistema de bienestar social y servicios públicos de nuestra comunidad, para privatizarlos en la mayor medida de lo posible; y, al mismo tiempo, eliminar todo tipo de trabas para que las grandes corporaciones financieras y fondos de inversión se queden con los trozos más apetitosos de nuestro aparato productivo. Se está produciendo el descuartizamiento progresivo de lo que iba quedando de nuestra economía, curiosamente, ante el silencio de una clase empresarial que solo piensa ingenuamente que puede tocarle alguna pedrea de las operaciones de compra que se vienen haciendo.
Enfrente, desgraciadamente, las fuerzas políticas de izquierda no dan la talla y solo podemos confiar en que la sociedad civil se dé cuenta de lo que le vendrá encima cuando hayan terminado con la sanidad y la educación públicas, cuando nuestras explotaciones agrarias, los hoteles y principales empresas queden en manos de fondos de inversión que solo buscan la rentabilidad más elevada posible a corto plazo y con independencia de producto que se obtenga o del servicio que se ofrezca.
Esperemos que 2022 sea el año en que las gentes corrientes de Andalucía se den cuenta de todo esto, despierten, levanten la voz y confluyan con la dignidad y la valentía que siempre ha tenido la buena gente de nuestro pueblo.