Freddy J. Melo •  Opinión •  12/04/2017

De aquel a este abril

A quince años de aquel abril en el cual la pugna que revuelve las entrañas de nuestra sociedad alcanzó un nudo crítico y estalló en un suceso transformador, la revolución venezolana –bolivariana, cristiano-originaria, marxista, humanista,  antimperialista, socialista, pacífica, democrática, constitucional y legítima– prosigue indetenible edificando la victoria, sobreponiéndose a las arremetidas de unos adversarios que eligieron ser enemigos abiertos y derrotándolos sin falta en cada confrontación.

          La oposición irracional, que ha subsumido en una orgía de violencia cualquier remanente de comportamiento democrático y lanzó en aquella ocasión casi todos sus recursos para destruir al proceso revolucionario y a su líder fundamental, estaba segura de su triunfo, pues se trataba de una carta probada en los “laboratorios” del imperio y refrendada por la CIA.

En los cálculos de aquellas gentes obcecadas no cabía la consideración del pueblo humilde, de las masas a las que subestiman y califican con epítetos despreciativos, ni de los cambios que se operaban en las mentes castrenses dando origen a una crecientemente sólida unidad civil-militar, por lo cual se hallaban lejos de imaginar el efecto bumerán de su acción. Se lanzaron y la respuesta fue el arrollador movimiento que signó el 13 de abril como una de las fechas más sorprendentes y gloriosas en la historia de las luchas populares. Los buscadores de lana salieron trasquilados y el ascenso de conciencia que se produjo en la inmensa mayoría de los venezolanos, junto con la pérdida por la oposición de efectivos políticos y militares en posiciones claves, constituyó para el proceso bolivariano un avance en calidad y profundidad, un salto revolucionario, desgraciadamente con un saldo de sangre prefabricado que los maquinadores deben todavía y han aumentado profusamente a lo largo de estos años.

Cuando insistieron con el artero golpe-sabotaje de diciembre-febrero, perdieron la carta grande que les quedaba y una Pdvsa recuperada se transformó en la principal palanca financiera para el desarrollo revolucionario de Venezuela y para impulsar la política bolivariana de unidad continental como bastión de la soberanía de nuestros pueblos. Política que se percibe en la actualidad tan firmemente afincada, cuanto circunstanciales lucen los tropiezos y contratiempos del camino.

          Acostumbrados a ser amos del país y sus riquezas, imperialistas y vasallos no admitieron la permanencia de un Gobierno –por muy legítimo que fuera, y este con mayores y mejores títulos que todos sus antecesores– empeñado en hacer verdaderas sus promesas y en devolver al pueblo el poder que le corresponde y que la teoría democrática le asigna, pero que le había sido confiscado por las oligarquías y los imperios.

Como escribí en otra ocasión, apenas se les rozaron los privilegios, sobre todo después de la promulgación de los primeros decretos-leyes, desconocieron las reglas del juego democrático y se lanzaron a la destrucción del Estado, de la Fuerza Armada y las instituciones, de la Nación, de las conquistas populares.       Se les vio siempre alardeando con la democracia (aunque los gobiernos que representan fueron siempre una feroz negación de ella), pero cuando esta dejó de ser formal para empezar a convertirse en real, del centro de sus intereses de clase emergió el rostro del fascismo, que se hallaba apenas bajo la piel. Sus medios intensificaron la satanización del Presidente y del proceso y emprendieron una gigantesca campaña destructiva, que no cesa, mediante la cual mienten, desvirtúan, desinforman, dan instrucciones y realizan una guerra psicológica  que ha enseñado a odiar, a borrar cualquier sentimiento de amor al prójimo en el alma de sus seguidores, a violar todo derecho humano.

Y ha sido ese el aderezo de sus otras formas de guerra, en especial la terrorista, con sus guarimbas, paramilitares, sabotajes y asesinatos selectivos y al voleo, y la económica, con su despiadado hambreamiento del pueblo.

Hoy, cuando el proceso revolucionario avanza recuperándose, cumpliendo las tareas de la liberación nacional y echando las bases del socialismo bolivariano, el bloque oligárquico-imperialista sigue en su brecha y, tras el desinfle de su última trastada, se aprestaron a intentar nuevos zarpazos.

Pero la derrota es su signo. Con OEA y sin OEA y aunque el imperio bufe, el pueblo los seguirá derrotando. 


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