La limpieza étnica de Jerusalén desata una ola de violencia
El proceso de judeización de Jerusalén es un hecho abominable que jamás se ha detenido durante las últimas décadas, ante el silencio cómplice de la malhadada «comunidad internacional». Un plan de limpieza étnica, al más puro estilo del nazismo, está consiguiendo cambiar, lenta e ilegalmente, la composición poblacional de la ciudad triplemente santificada. Judíos europeos y americanos, cuyos ascendientes no tuvieron jamás contacto con Tierra Santa, llevan decenios expulsando a la población semita musulmana y cristiana que habita la ciudad desde hace siglos o miles de años. Su intención es tratar de alterar el estatus de Jerusalén Este, de manera que no quede población originaria sobre el terreno que pueda demandar la soberanía sobre la Ciudad Vieja, la Jerusalén Este ocupada en 1967 o sobre toda la ciudad, ocupada ilegalmente desde 1948 con el beneplácito de las potencias mundiales.
La Autoridad Palestina, cómplice de Israel y EEUU en la aniquilación de la causa nacional palestina, ha asistido impasible a este proceso de miles de expulsiones, demoliciones, expropiaciones o apropiaciones, sin apenas levantar la voz, temiendo que una oposición contundente podría poner en peligro su empleo como carceleros de los campos de concentración en los que malvive la población palestina. Ha tenido que ser la población jerusalemita autoorganizada la que protagonice las protestas contra las expulsiones racistas y contra las cargas violentas y las restricciones impuestas en fechas de Ramadán a los rezos en la explanada de las mezquitas. Allí se encuentra el tercer lugar salto para el islam: el Domo de la Roca y la mezquita de Al-Aqsa, que los judíos afirman falsamente que está construida sobre las ruinas del monte del templo, ya que recientes excavaciones arqueológicas constatan que el templo hebreo en realidad habría estado a varios kilómetros de allí, fuera de la ciudad, en una zona con mejor acceso a manantiales de agua.
A pesar de las tibias condenas de la ONU por boca de su temeroso y «preocupado» Secretario General —que parece determinado a no molestar a nadie que lo pueda sacar del cargo—, el engendro sionista de Israel no ha cesado en sus ataques sobre la indefensa población originaria palestina de Jerusalén, que contabiliza centenares de heridos y detenidos y sigue con su plan de desalojo de alrededor de 300 de sus habitantes del barrio de Sheikh Jarrah y Silwan, aunque hay alrededor de un millar en riesgo de deportación.
Es en este contexto donde Hamas y otros grupos de la resistencia —ya que la AP sigue desaparecida y tampoco se la espera— ha tomado las riendas de la defensa de Al-Quds y ha amenazado a la potencia ocupante con acciones militares si no se retiraban de la Ciudad Vieja y cesaban los intentos de expulsión de sus habitantes. Al cumplirse el plazo establecido el lunes a las 6 de la tarde, han lanzado varios cohetes sobre las colonias ilegales judías cercanas a Gaza y Jerusalén, aunque llegaron a sonar las alarmas en zonas más lejanas e incluso en la propia Tel Aviv. La respuesta de Israel a esos ataques —que solo provocaron algunos heridos y daños materiales*— ha sido brutal, asesinando al menos a 20 palestinos, 9 de ellos niños, en la Franja de Gaza.
La opinión pública mundial, en muchos casos alarmada al oír por primera vez qué hace realmente el sionismo en Jerusalén desde 1967 ha vuelto, una vez más, a empatizar con Palestina. Se han producido movilizaciones en todo el mundo denunciando la limpieza étnica, la brutalidad del régimen judío y su desprecio por las leyes internacionales.
No es necesario recordar que la conquista de terrenos por la fuerza está prohibida expresamente por la legislación internacional. La Resolución 303 de Naciones Unidas asevera que «La ciudad de Jerusalén se establecerá como un corpus separatum bajo un régimen internacional especial y será administrada por las Naciones Unidas», por lo que Israel no puede extender su dominio sobre la ciudad. La Resolución 242 exige la retirada de Israel de todos «los territorios ocupados en la Guerra de los Seis Días de 1967», entre los que está Jerusalén Este, y la 2443 pide al ente sionista que «desista de destruir casas de la población civil árabe en las áreas ocupadas» como así viene sucediendo ininterrumpidamente ante la pasividad internacional. La Resolución 2443, de 1997, exhorta a Israel a no construir asentamientos en los territorios árabes ocupados, especialmente en Jerusalén… Estas son solo son algunas resoluciones incumplidas por Israel cada día de forma impune, pero podríamos citar muchas más. También sería posible hablar de que las transferencias de población israelí a zonas ocupadas son crímenes de guerra según la legislación internacional, como también que la legislación sionista no se puede aplicar a zonas ocupadas por la fuerza, por lo que sus tribunales no son competentes, como pretenden hacer a diario, para dirimir sobre la propiedad de las tierras palestinas.
Lo cierto es que alrededor de la mitad de la población de Al-Quds ha perdido el derecho de residencia en sus propias viviendas desde 1967, a veces a un ritmo de muchos miles de vecinos y vecinas por año. Ahora, tras la enésima masacre cometida por el ente sionista, seguramente oiremos llamadas a la calma a ambas partes y múltiples posicionamientos equidistantes o que culpan claramente a los palestinos de la situación creada. Los gobiernos y los medios corporativos saben que la opinión pública no tolera los actos de racismo supremacistas judíos y prefiere que a los palestinos los deporten en silencio, sin que den mucha lata.
También vemos estos días un desfile mediático de líderes de los países árabes traidores a la causa palestina y al pueblo musulmán, rasgándose la vestiduras públicamente, condenando a Israel por algo que llevan haciendo ininterrumpidamente más de medio siglo. Son tan culpables de lo que está sucediendo, o más incluso, que los propios dirigentes israelíes. No es posible normalizar relaciones diplomáticas con quien masacra al pueblo hermano palestino y quien viola una y otra vez los lugares santos de todo el Islam. Bahrein, Emiratos, Sudán y Marruecos (junto con Arabia Saudí), deberán rendir cuentas ante sus pueblos y la comunidad musulmana más pronto que tarde por su alianza con el sionismo, un virus que se extenderá aún más por toda la región si no se le pone coto de una vez por todas.
Es probable que esta ola pase, como otras pasaron antes. Pero el problema seguirá ahí sin resolver y agravándose con el tiempo. Cuando vuelvan a repetirse dentro de unas semanas o meses hechos violentos en Jerusalén, que nadie se sorprenda ni se lleve las manos a la cabeza. Mientras no nos demos cuenta que Israel es un estado fallido que no tiene derecho a existir, la muerte y el terror seguirá imperando en Oriente Medio.
*Tras la escalada militar que se mantiene durante el día de hoy, se reportan un total de 2 ciudadanos israelíes y 28 palestinos muertos, 10 de ellos niños.
Fuente: https://www.bitsrojiverdes.org/wordpress/?p=20507