Pedro Antonio Curto •  Opinión •  12/06/2017

Cien años de El Supremo

Cien años de El Supremo

                                                           “Escribir  no significa convertir lo real en palabras, sino hacer que la palabra sea real.”
                                                                                                                                                                                                      Augusto Roa Bastos
 

José Rodríguez de Francia gobernó el Paraguay durante veintisiete años en el siglo XVIII, una dictadura que llegó a llamarse perpetúa. Un régimen que aunó la independencia nacional al mismo tiempo que la autarquía, la modernidad de la ilustración al mismo tiempo que el poder absoluto, convirtiéndose en un padre de la patria tiránico. Una personalidad tan compleja y un periodo tan especial que parecían puestos ahí para que alguien construyese su relato y eso es lo que hizo el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos. Pero no lo relató de una manera formal, recurriendo a una novela histórica al uso o una biografía, o siendo fiel a los hechos estrictamente reales, sino construyendo un personaje de ficción para mejor adentrarse en el personaje real. Roa Bastos va hacia la intrahistoria, a través de un monologo que se forma con diversas voces, que en ocasiones funcionan como espejos, que junto a circulares, cuadernos, panfletos y hasta largas notas, configuran una estructura compleja, en el que se dialoga y debate. A la manera de Quijote y Sancho, se establece una confrontación entre el discurso oficial y el popular, y también entre las formas orales y escritas. Llega a trascender del orden espacial y temporal, hombres pertenecientes a épocas diferentes, se sitúan en un mismo plano. Y también recurre a la intertextualidad, colocando textos de otros libros tanto propios como ajenas (llega a aparecer Pedro Páramo), componiendo una especie de collage que no sólo sirve para comprender una época y un dictador, un país, el Paraguay, sino una de las temáticas fundamentales de la obra de Augusto Roa Bastos: el poder y todas sus interacciones, sus insondables profundidades tanto en el ser humano, como en los pueblos. Como dijo el propio escritor: “El tema del poder, para mí, en sus diferentes manifestaciones, aparece en toda mi obra, ya sea en forma política, religiosa o en un contexto familiar. El poder constituye un tremendo estigma, una especie de orgullo humano que necesita controlar la personalidad de otros. Es una condición ontológica que produce una sociedad enferma. La represión siempre produce el contragolpe de la rebelión.  Desde que era niño sentí la necesidad de oponerme al poder, al bárbaro castigo por cosas sin importancia, cuyas razones nunca se manifiestan.” Así, la novela Yo el Supremo, colocada en el subgénero de lo que se ha llamado novelas de dictadores, es la más compleja, la que se ha liberado de florituras, para ir hacia el fondo, el ejercicio totalitario del poder.
 

Se cumple este año el centenario del nacimiento de Augusto Roa Bastos, que muy pronto se encontró en su vida con esa temática literaria del poder. Cuando trabajaba en un periódico, sus escritos no gustaron a un ministro, lo cual le obligó a exiliarse en Argentina. Un exilio que duraría más de cuarenta años, pues cuando siendo un escritor reconocido volvió a Paraguay, la dictadura de Stroessner lo expulsó y desposeyó de la nacionalidad paraguaya. Así, paradójicamente, el mayor narrador del Paraguay, se vio privado del vínculo legal con su propio país. Y fuera del Paraguay, descubrió Paraguay. Junto a Yo el Supremo, escribiría Hijo del hombre y El fiscal, que componen la trilogía paraguaya, aunque casi todas sus obras estén impregnadas de su país. “En mi caso, nunca me fui del Paraguay desde el punto de vista cultural.” Y ese contemplar el país desde fuera, le permitió diseccionar la particularidad paraguaya. Una isla rodeada de tierra, donde los ríos que recorren su territorio, son parte de sus entrañas. Y Roa Bastos lo refleja de una manera especial en los relatos que componen El trueno entre las hojas. El bilingüismo paraguayo, con el guaraní como lengua oral, mientras el español es la escrita, y él la hace penetrar en su obra, con su parte mítica y de leyenda, que suele acompañar a las lenguas más orales, frente a las más instauradas y poderosas: “es la lengua por excelencia de la comunicación emocional.” Y la realidad latinoamericana en su percepción paraguaya que le ha llevado a tener enfrentamientos bélicos con sus vecinos, como la Guerra de la Triple Alianza o la del Chaco, en la que el propio autor participó y relató en Hijo del hombre, obra que le sirvió para consagrarle. Nuevamente prescindiendo de estructuras formales, refleja todo el mundo guaraní y la critica al belicismo: “– ¡Vamos a pelear y morir por patriotismo!” dice uno de los personajes, y otro le responde: “–Pero nuestro  patriotismo va a acabar teniendo olor a petróleo.”
 

Pero pertenecer a la “isla paraguaya”, no le impidió visionar la problemática del conjunto del continente americano, como hace partiendo desde el propio descubrimiento en la novela Vigilia de Almirante, donde “construye”  la figura de Cristóbal Colón y su viaje. Alterando los espacios históricos, mezclas discursivas, escribió una obra que proclamó “a-histórica, acaso anti-histórica”, que muestra una visión critica del descubrimiento y un Colón más antihéroe, que el héroe de la versión oficial.
 

Cuando vivía exiliado en Buenos Aires, Augusto Roa Bastos, trabajó en un hotel donde se encontraban parejas clandestinas y escribió en una carta que era un buen trabajo pues le dejaba horas libres: “llevo bebidas a los cuartos y las parejas me dan propinas generosas por eso. Cuando se van, recojo las sábanas y las toallas y las llevo a la lavandería. Todos los clientes se avergüenzan. (…) Yo finjo que a nadie reconozco, pero más de una vez me he cruzado que me dan la vuelta a la cara. (…) Los aterra la idea que uno de sus colegas se rebaje a menesteres tan despreciables, porque ven en mí el espejo de sus abismos.”  Perteneciente al Boom latinoamericano y reconocido por el Premio Cervantes en el año 1989, aún valorando a los escritores de ese grupo, señalaba en un programa televisivo, con un gesto tranquilo y pausado, que había demasiado “vedetismo” en la promoción del mismo y él consideraba al escritor, ante todo, como un mediador con su obra. Quizá por eso, Augusto Roa Bastos, como el propio Paraguay que fue parte de su materia literaria, padezcan hoy una discreta invisibilidad.

                                                                                           Pedro Antonio Curto
                                                                                                    Escritor  


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