En vivo desde La Candelaria: el chavismo frustró la guarimba
Alrededor de las 4 de la tarde pequeños grupos violentos comenzaban a colocar barricadas en varias calles de La Candelaria, a base de destruir materos, papeleras e incendiar basura. Los comerciantes bajaron rápido la santamaría, saben que el olor del peligro no tiene forma de bomba lacrimógena sino de barricada quemándose.
Las pequeñas candelitas de Puente República y las postrimerías del Sambil fueron avanzando rápidamente hacia las esquinas de Puente Anauco, Alcabala, La Cruz, Peligro y Miguelacho. En todas ellas pequeños colectivos de 10 encapuchados las custodiaban, las regaban con gasolina, preparaban molotovs y armaban su logística para el choque inminente con las fuerzas de seguridad.
Nada espontáneo ni tampoco masivo.
La Candelaria cambió su sábado de bullicio y calles agitadas de gente, por la intranquilidad del silencio y la zozobra que impusieron menos de 30 personas.
La gente comenzaba a caminar rápido y a buscar rutas alternas para llegar al Metro o a la avenida Universidad para agarrar la camionetica. Mujeres con muchacho en brazo y familias que seguro venían de pasar una tarde en el parque Los Caobos, buscaban pasar rápido esquivando las barricadas. Cabizbajos, con miedo. “La Resistencia” lo menos que generaba era empatía, nadie quería estar cerca de estos héroes. Quizás el máximo apoyo social logrado fue por parte de grupos espectadores, quienes -al fin- lograban ver lo que a más de 70 días tiene al Twitter atormentado, pero con la misma pasividad.
Una señora entre Misericordia y Miguelacho gritaba como a las 5 de la tarde: “Los dos Raúl se están entrado a coñazos”. Se refería a un padre que golpeaba a uno de sus hijos encapuchados, por lo violento de su accionar, seguramente no sabía que el carajito estaba en esa jugada. Al final no pudo sacarlo de la barricada y tuvo que retirarse del sitio.
Una poderosa metáfora del plan de fondo contra Venezuela: llevar el conflicto político a lo interno de las familias, de la gente, que el pueblo se vaya destruyendo a sí mismo.
Desde la esquina Misericordia los buhoneros que venden carteras, cigarros, donas; los mototaxistas; los que alquilan teléfonos y venden chucherías en las inmediaciones de la plaza La Candelaria, se comenzaban a concentrar. Molestos por la destrucción generada y por ver paralizada su fuente de trabajo, gritaban “vayan a hacer su vaina en Altamira”, “aquí no van a repetir lo mismo que en el este”, “vayan a trabajar”. Un dato de clase que se mantuvo intacto hasta altas horas de la noche.
Gente de los urbanismos de la Gran Misión Vivienda Venezuela adyacente, que comenzó a llegar y otras gentes que buscaban ahí una forma de resguardo, aseguraban con temor que esos encapuchados querían reproducir la misma devastación generada en El Valle, El Paraíso y San Antonio de Los Altos. Las consignas en apoyo al Gobierno y al presidente Maduro se comenzaron a escuchar en boca y manos de quienes sí le han visto la peor cara de la guerra económica, esa que no tiene que ver con el cupo Cadivi, el aumento en los pasajes aéreos o el precio irracional del kilo de jamón serrano.
Los ánimos comenzaban a calentarse. Desde la esquina de Miguelacho y Peligro los guarimberos insultaban, lanzaban molotovs, explotaban morteros y se encaminaban a tomar la avenida Universidad. Con una desventaja marcada por el desorden y la falta de logística, los chamos de la zona se hicieron con lo que tenían a la mano (algunas piedras lanzadas por los guarimberos y botellas de cerveza) y comenzaron a responder.
Mototaxistas vieja escuela en esas artes de participar en golpizas colectivas, comenzaron a recolectar más botellas y piedras para evitar el avance de los guarimberos. Del lado chavista eran superiores en número (10 a 1 aproximadamente), pero poco se podía hacer. Los guarimberos accionaban su armamento, desde los edificios arrojaban botellas y peñones, y en tres oportunidades lanzaron disparos para devolverlos a la esquina Misericordia.
A las 6 de la tarde, desde la esquina Pele el Ojo se daba otra refriega, igual de desventajosa pero evitando el avance de la guarimba. La avenida Universidad se mantuvo protegida hasta que empezó a caer la noche. Las capuchas y el armamento estaban en el norte, la cartografía de nuestro conflicto histórico representado en La Candelaria.
La PNB empezó a dispersar las barricadas y a los encapuchados desde sus puntos de origen, lo que generó una centralización en una misma línea que iba desde Miguelacho, hasta la plaza La Candelaria y la entrada a Candelaria Norte.
Un contingente llegó a la esquina Pele el Ojo. Los chamos alzaron sus manos y el resto de la gente comenzó a aplaudir y a gritar en apoyo. Los policías regañaron a los chamos y estos respondieron de forma inteligente: “Aquí nosotros no estamos generando violencia, son ellos, nosotros solo nos estamos defendiendo”.
Por cuenta propia y en desventaja, habían logrado hacer correr a los guarimberos que se replegaron en la recta de Miguelacho hacia la plaza La Candelaria.
Ya caída la noche continuaban las consignas. Los guarimberos continuaban lanzando morteros e incendiando las calles. Los edificios atentos para continuar lanzando la casa por la ventana y buena parte de las calles. Ante el clima de confusión una ballena de la PNB que dio la vuelta en Miguelacho accionó contra la gente que estaba defendiendo la avenida Universidad. La gente no corrió sino que alzó sus manos buscando clarificar la situación ante los efectivos.
Una agitada conversación entre chavistas y los funcionarios de la PNB, ambos con los ánimos caldeados, terminó por darle la vuelta a la ballena hacia el lado correcto. En ese momento la única diferencia la daba el uniforme, el punto de confluencia ser víctimas de los mismos ataques, de poner la vida en peligro para defender el derecho a trabajar y a hacer país.
La gente gritaba consignas y aplaudía mientras corría detrás de la ballena. Una escena que desnudó el manto ideológico de “la represión”, al vincular a un gentío que apoyaba la dispersión de las guarimbas y que La Candelaria no fuera transformada en El Valle. El Estado no sólo como “monopolizador de la violencia legítima”, sino como movimiento político y social, donde sus fronteras y líneas divisorias entre la estructura y la gente son cada vez más difíciles de trazar.
Para la molestia de Freddy Guevara.
El chavismo permaneció en la avenida Universidad custodiándola. Las calles que estuvieron bajo las llamas desde hacía horas estaban despejadas. La plaza La Candelaria volvía a la normalidad así como sus zonas aledañas. Por los lados de El Sambil y Candelaria Norte algunos focos violentos luchaban por sobrevivir.
Dos horas antes los jóvenes trabajadores y de los urbanismos de la zona habían pillado bajando a par de guarimberos. No los quemaron ni los robaron, tampoco los agredieron. Ganas no faltaban. Los violentos siguieron su camino con los labios pintados de blanco. Un edificio que quería prender una guarimba en la avenida Universidad y lanzaba objetos contundentes, vio su puerta reventada por los caldeados ánimos de la jornada. Nadie salió herido en medio del escarceo, la puerta volvió a su lugar.
A esos pobres que se les gritaba desde los edificios “colectivos”, “muertos de hambre”, “pata en el suelo” o sencillamente “asesinos”, no quemaron ni lincharon a ningún opositor como sucede en Altamira, donde la decente y civilizada clase media-alta apoya estas acciones. Otro dato de clase para evaluar de qué lado está la política y de cuál otro el fanatismo.
La Candelaria fue tendencia en Twitter. Ahí se habló de “paramilitares del régimen”, “colectivos disparando contra manifestantes” y de “represión despiadada”. Pero nada de eso ocurrió. En tanto etiquetas de sencilla aplicación, sin importar la verdad en ningún momento, también encubren algo mucho más importante: el temor de que el chavismo defienda espacios y territorios. Por eso la automática demonización.
En La Candelaria lo hizo sin balas, molotovs ni morteros. Para molestia de la nación Twitter.