Guadi Calvo •  Opinión •  12/06/2020

Afganistán: Desorden interno en el Talibán

Afganistán: Desorden interno en el Talibán

Las dilaciones del Talibán para comenzar con el cumplimiento de los acuerdos de Doha, firmados con los Estados Unidos el 29 de febrero pasado, se deben a que en el interior de la organización armada, se levantaron algunas voces discordantes, en lo que parecía un bloque perfectamente afiatado, aunque ya la organización había tenido remesones internos, muy severos. El más importante se produjo en 2015, cuándo se conoció la muerte de su fundador el mullah Mohammad Omar, quién en realidad había muerto en 2013, por causas naturales en un hospital de Pakistán, y la organización debió elegir al nuevo Amīr al-muʾMinīn (Príncipe de los Creyentes), como se llama al líder de la organización, en julio de ese mismo año. El ungido del consejo de emires o shura fue el mullah, Akhtar Mohamed Mansour, lo que a otros aspirantes no cayó en gracia, produciéndose algunos remesones internos, alentados por el secretismo con que se había manejado el alto mando de la organización la muerte de Omar. Esas reservas contra el nuevo emir, lo obligó a sofocar las protestas internas lo que hizo que algunos comandantes, abandonaran la organización. Entre ellos el mullah Mohammad Rasul, que organizó un grupo insurgente dentro de la estructura de la organización conocido como El Alto Consejo del Emirato Islámico de Afganistán, que ha llegado a tener enfrentamientos con la rama oficial del Talibán en el sur y oeste del país , los que dejaron decenas de muertos de ambos lados, pero llevando la peor parte el grupo de Rasul, quien habría recibido financiación de las agencias de inteligencia que responde a Kabul en un intento de dividir al grupo, aunque hoy muy debilitado se lo considera operativamente e irrelevante.

El mullah Mansour, encontraría rápidamente su muerte, en el ataque de un dron norteamericano, mientras transitaba por una ruta de Beluchistán pakistaní, posiblemente proveniente de Irán, en mayo del año siguiente. Lo que obligó a la Shura, a convocarse para una nueva elección de donde emergió el actual emir, el Mullah Hibatullah Akhundzada, que más allá de su fama de duro, ha sido el líder más dialoguista que han tenido los talibanes, por lo que muchos comandantes no han estado de acuerdo y en varias oportunidades se ha hecho escuchar, con acciones no consensuadas por el alto mando.

Los acuerdos de Doha, han significado un nuevo escollo para la dirección de la organización, particularmente en dos puntos clave: la liberación de los cerca de 5 mil muyahidines retenidos por las fuerzas de seguridad que responden al presidente Ashraf Ghani, de los que se esperaba la liberación inmediata y a pesar de en tres meses ya han sido liberados unos tres mil, la base de los milicianos quieres la liberación urgente de todos sus hermanos, de los que ya han sido liberados unos tres mil; el otro punto y quizás el más arduo y el más importante para los intereses norteamericanos, es la obligación del Talibán de prestar colaboración a otras organizaciones terroristas, fundamentalmente a al-Qaeda, una alianza que viene desde los mismos orígenes de la fundación de talibán en 1994 por el mullah Omar, ya que en muchos segmentos de ese eje, es casi imposible discernir cuál es una y cual la otra, ya que los milicianos actúan tanto para el talibán como para al-Qaeda, según sean las necesidades operativas de ambos grupos. Que siempre han operado en la misma dirección, sin conflictos entre ellos. Ya que desde los tiempos de Osama bin Laden, al-Qaeda en Afganistán, siempre se ha subordinado al mando de los mullah, mientras que la fuerza afgana soportó, con absoluta lealtad a bin Laden, la invasión norteamericana de 2001, cuyo objetivo primordial era la búsqueda, captura y ejecución del emir de al-Qaeda, a todas luces, según la inteligencia norteamericana, responsable de los ataques a las torres gemelas de Nueva York y el chivo expiatorio ideal, para lavar las responsabilidades del Georges W. Bush y sus funcionarios, que en apariencia fueron sorprendidos por las acciones de aquella clara mañana de septiembre.

Tras la firma de los acuerdo de Doha, según algunas fuentes norteamericanas, se habría producido la escisión de un sector del Talibán, conocido como Hezb-e Walayat-e Islami, (Partido de la Guardia Islámica) del que no se conoce ni sus mandos, ni la cantidad de hombres con los que podría contar, para que puedan provocar un estancamiento en el cumplimiento de los plazos acordados con Washington, que tendría que terminar en mayo de 2021, con la retirada total de las fuerzas norteamericanas y sus aliados, al tiempo que el Talibán tendrá que respetar el acuerdo permanente de alto el fuego y negociar la gobernabilidad con el actual y muy endeble poder político instalado en Kabul. Aunque según estas mismas fuentes este nuevo grupo armado contaría con el apoyo de Irán, que comparte una frontera casi mil kilómetros con Afganistán y próximo a la frontera desde hace décadas existen campamentos de refugiados afganos con los que podría ampliar su base militante.

Según un informe de Naciones Unidas, conocido el 1 de junio el nuevo grupo estaría conformado por altos mandos en oposición a cualquier posible acuerdo de paz, mando medios muy radicalizados y pequeños grupos de base afganos y extranjeros. Los comandantes de tropa, que han llevado el peso de la guerra en el territorio caracterizados como la “línea dura” han empezado a exigir la restauración del régimen talibán que gobernó el país desde 1996 hasta 2001.

Por lo que temas, que han quedado abiertos en Doha, los derechos de las mujeres, la distribución del poder y los cambios en la Constitución, que se tendrán que discutir en las conversaciones intra-afganas, que tendrían que haber comenzado en marzo, pero fueron demoradas en el primer escollo la liberación de prisioneros, más allá de esto, esas discusiones pondrán a prueba el nervio y la paciencia de los líderes talibanes, que sin duda pensaran en la unidad de su sector antes que en un “nuevo” Afganistán.

Por lo que se debe entender que los constantes ataques que desde fines de febrero los talibanes lanzaron contra posiciones del Ejército Afgano y otras fuerzas de seguridad que responden a Kabul, como una manera de demostrar a propios extraños que el espíritu militante que los ha movido desde siempre continua vivo.

Estrechando filas

Algunos señalan entre los líderes de Hezb-e Walayat-e Islami se encontraría en veterano Sirajuddin Haqqani, líder de la conocida Red Haqqani, fundada por su padre Jalaluddin, en 1980, con la asistencia de los Estados Unidos, durante los años de la guerra antisoviética en Afganistán. La Red, aliada desde 1996 a los talibanes, durante los últimos años se había especializado en ataque explosivos, particularmente en Kabul, con los que produjo cientos de muertos.

Desconcierta la noticia de que sea Sirajuddin Haqqani, quien comande el nuevo grupo ya que en febrero último un artículo suyo fue publicado en el New York Times, en el que abalaba las conversaciones de Doha, que alcanzaban por esos días su punto culmínate.

Se cree que el alejamiento de Haqqani, del núcleo del talibán y su “acercamiento” a Irán, si eso podría alguna vez confirmarse, podría deberse a que la Red, que siempre ha contado con el financiamiento de Pakistán y Arabia Saudita, en estos últimos meses, esos fondos han empezado a ser recortados.

Otro de los líderes del talibán que han rechazado el acuerdo de Doha es el mullah Qayum Zakir, un poderoso comandante a cargo del control del este afgano y jefe militar de la organización, no solo endurecido en los campos de batalla, sino también e los largo años que padeció en Guantánamo. Junto a la postura de Zakir, se alinea otro ultraconservador el mullah Ibrahim Sadr, con los suficientes méritos para figurar entre los ocho terroristas más buscados según el Departamento del Tesoro norteamericano, Sadr, fungió como jefe de la comisión militar que estuvo técnicamente vacante durante varios años, y fue un claro aliado de el mullah Mansour, por lo que pudo ser corrido tras la muerte del emir en 2016.

Según el Departamento del Tesoro, Irán habría acordado con el mullah Sadr en darle a sus hombres financiación y entrenamiento táctico y de combate. Otro de los grupos internos del talibán, que habría ingresado a la nueva organización es la Feday-e Mahaz (Brigada de Suicidio), dirigido por Haji Najibullah, otro veterano de la larga guerra contra los Estados Unidos.

Mike Pompeo, el secretario de Estado norteamericano, acusó en enero pasado a Irán de “trabajar activamente” para boicotear en acuerdo de paz en Afganistán, dando apoyo a al talibán como a la red Haqqani, con lo que dejó abierta la posibilidad para que cualquier fracaso usar a Teherán, como la mejor excusa.

*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.


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