Paco Campos •  Opinión •  12/11/2016

Ardua tarea la de concordar

Tarea o cometido difícil donde los haya. Rorty en los ’80, insistiendo en su antirrealismo auguró un tipo de verdad quebrantable para la filosofía y la ciencia, a diferencia de los acuerdos –poner en contacto comprensible, asumible y compartible- entre cogniciones, que por ser dinámicos o coyunturales, no necesitan sello de lacre ni esquemas kantianos. Concordar constantemente lleva de modo irremisible a la solidaridad: más exactamente -> a la verdad pragmática; muy lejos, lejísimos, de la verdad realista, a la que venimos llamando durante siglos ‘verdad objetiva’.

La gran dificultad de establecer una relación de correspondencia entre ideas y objetos, se debe a que no hay una relación tal. Mira que la filosofía se ha esmerado a lo largo de su larga historia en tender hilos, puentes e incluso pasadizos secretos, los pasadizos metafísicos, entre ideas e ideas y hechos… y nada, siglo tras siglo, se iban dando de bruces los filósofos –Kant incluso se enoja con los racionalistas por haber repetido, después de tanto tiempo, a Aristóteles- y, aunque a primera vista parecía que no se estrellaban, también los científicos fueron por el mismo camino, el de la objetividad: verdad basada en la realidad.

La verdad no está constreñida a una forma basada en un acuerdo, un supuesto acuerdo entre humanos y cosas, hechos. Hay, lo queramos o no, otro acuerdo aún más espeluznante si cabe: el acuerdo que establecen las proposiciones, entendidas éstas como producto genuino, como formas de pensamiento que no tiene fin, porque si hay un acuerdo entre algo y algo, no es otro que el de la solidaridad. No cabe otra, no hay interpretación que pueda deshacerlo, que pueda posponerlo. Si bien la ciencia, la filosofía y la teología son hijas de la misma madre, la natura; la solidaridad, que es la verdad resultado de un acuerdo, es hija única de la cultura. Moraleja: please , seamos solidarios –o al menos pensémoslo.


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