Pastel de tierras raras (y un atraco en Valdepeñas)
A veces la política de bajos fondos me produce náuseas, lo reconozco. Seguramente por ser nieto de agricultor, alguien que se partió el pecho para que nuestra generación lo tuviera más fácil. Un agricultor cansado como tantos otros de promesas incumplidas e intereses personales satisfechos al margen del bien común, ese con el que a tantos (y tantas) se les llena la boca.
Vaya por delante que no estoy afiliado a ningún tipo de formación política ni soy socio de ninguna asociación ecologista pero siempre me he considerado observador, y si hay algo que aborrezco, tal como solía hacerlo mi abuelo, es el engaño.
Desde hace meses ver lo que está sucediendo en la Comarca del Campo de Montiel con la minería de tierras raras me exaspera. Gente corriente dedicando su tiempo a luchar contra la sinrazón, un partido socialista que no entiende o no quiere entender y muchos, muchos agricultores intentando defender contra viento y marea su estilo de vida.
No puedo más que felicitarme por el trabajo sensato y bien llevado que desde el principio han desarrollado las gentes de la zona en defensa de esa tierra de campos a través de la Plataforma Sí a la Tierra Viva.
Tras un año de lucha ininterrumpida, sin ir más lejos, esta semana se ha sabido de los riesgos que sin duda parece que entraña este tipo de minería, gracias a un informe dado a conocer por esta asociación, en el que la Agencia de Protección del Medio Ambiente de los Estados Unidos deja bien claro que si este es el futuro que le espera al campo de Ciudad Real, apañados vamos. Agua, aire y suelos contaminados, riesgos inasumibles para el medio ambiente y también para la salud de los habitantes de la zona. Pese a la gravedad del tema estoy agradecido, porque como ciudadano de a pie de otra forma no me hubiera enterado.
Por eso me indigna el que una minoría politizada y politizante en Valdepeñas quiera apropiarse del sentir de una mayoría. Es como si un bodeguero canario quisiera imponerle su manera de hacer vino a un productor de aquí tomándolo por mangurrián.
Porque desayunarse con un supuesto «Frente Antiminero», compuesto por cuatro colegas de una mal llamada izquierda, con muy escasa presencia en la localidad y prácticamente nula en el Campo de Montiel, que además utilizan sin cortarse un pelo el trabajo de quiénes llevan un año trabajando sin descanso tiene tela marinera.
Y está claro por dónde va la cosa, pues como tantas otras veces son los que aprovechando el tirón pretenden hacerse cargo en este caso del cotarro antiminero. Sin embargo, quizás lo que no tienen en cuenta es que en la comarca no les vota ni el Tato, porque tal como haría mi abuelo, las algaradas sin fundamento ni fueron, ni son, ni serán bien entendidas en las tierras de campos.
Por eso la «ampliación territorial» de la lucha antiminera de la que hacen gala suena a chiste, tanto como la creación de «grupos estables» en cada uno de los pueblos de la zona afectada, controlados, eso sí, por el político de turno a través de su propio «espacio de coordinación».
En definitiva, la politización es uno de los peores males, tan sólo sobrepasado por la necedad.