Rafael Fenoy Rico •  Opinión •  14/08/2024

Más tren, menos carreteras. Contaminación, Agotamiento, Decrecimiento

En 2035 la Unión Europea prohibirá la venta y matriculación de vehículos que emitan CO2. Esta es la sucinta noticia que recorre corrillos y mentideros, tertulias y redes en los que se analiza, alisa y revuelve las consecuencias que esta decisión supondrá a corto plazo para toda una industria que parece no está preparada para este reto. El debate va aumentando y lo más probable es que crezca, en la medida que la industria automovilística vaya entrando en lo que podría calificarse de un callejón sin salida. La otra pata del banco son las empresas petroleras que ya han comenzado a planificar (aunque el capitalismo aborrece de esta palabra) el cambio de modelo gestionando los combustibles fósiles que parecen tener una vida bastante corta. Con cada vez más demanda energética mundial, por el aumento de población y del consumo consecuente, las reservas de petróleo y gas ya han comenzado a agotarse. De hecho REPSOL y otras, potentes petroleras, comenzaron a desarrollar energías alternativas no contaminantes. El director de la Agencia Internacional de la Energía AIE, Fatih Birol, ha avanzado las proyecciones que el órgano financiado por la OCDE y con sede en París, publicará el próximo mes en su habitual World Energy Outlook. «Estamos siendo testigos del comienzo del fin de la era de los combustibles fósiles y tenemos que prepararnos para la próxima era». Otra pata del banco y no menos importante es el deficiente desarrollo tecnológico para hacer viable la implantación de los coches eléctricos. Las dificultades que los primeros modelos están presentando indican que esta opción está reservada a una élite y no podrá dar respuesta al modelo que durante décadas permite a las familias utilizar uno o varios vehículos. La cultura del automóvil ha definido la estructura económica y cultural de todas las sociedades. Miles de millones de personas viven y trabajan en lugares donde no tener vehículo no tendría sentido.Desde las ágoras del ecologismo, hace ya más de medio siglo, se viene insistiendo en la necesidad del decrecimiento y en este campo concreto el imprescindible impulso al transporte colectivo. En la década de los 60 del siglo pasado ya se anunciaba la necesidad de dar mayor importancia al transporte ferroviario electrificado. Roger Garaudy, denostado por Cesar Vidal en su artículo “La estela de Garaudy”, persona controvertida, ideólogo comunista que al mismo tiempo asumía vivencias religiosas, expulsado del Comité Central del partido comunista francés, profetizó por esas fechas en su libro “La alternativa” la urgente necesidad de extender redes ferroviarias electrificadas para garantizar el derecho a la movilidad de la ciudadanía. Paradójicamente en una sociedad altamente individualizada lo colectivo aparece con fuerza en el cercano horizonte de mediados del S. XXI. Y todo ello porque los combustibles fósiles se agotan. Y no sólo eso, sino que su valor industrial para la producción de bienes (pinturas, plásticos, etc…) hacen preciso resérvalos de la “quema”. Los derivados del crudo son tan valiosos que quemarlos en la automoción parece una hilaridad. Las grandes compañías petrolíferas podrían estar detrás de esta fenomenal transformación que la industria automovilística está obligada a hacer. Se enuncian requerimientos ecológicos para adoptar medidas que reduzcan e incluso eliminen los motores de combustión que produzcan CO2, no obstante la principal razón de todas las industrias relacionadas tiene más que ver con la más que probable, a corto plazo, agotamiento del crudo. En este sentido se manifestaba en el pasado mes de junio el consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz en un foro bajo el título: ‘Liderar en la transformación’. El Sr. Imaz ha mostrado su desacuerdo con “las políticas medioambientales de la Unión Europea al respecto de la prohibición de la venta de vehículos de combustión a partir de 2035, calificando la medida como un «error profundo» y avanzando que, en su opinión, «no se va a producir». En este sentido manifestó: «Es falso el axioma de que electrificar signifique descarbonizar la economía.” ¡Paradójico! Puede parecerlo, pero sólo eso, ya que todo depende de con que fuente de energía se produzca la electricidad que se utilice. En este sentido Imaz concreta: “Los combustibles y gases renovables son una necesidad si de verdad queremos reducir las emisiones». Este foro servía como presentación en Madrid de la Asociación de Combustibles Renovables y Economía Circular para una Movilidad Sostenible (Crecemos). Vuelta al slogan que el sistema capitalista enarbola desde hace siglos. Son ya muchas voces más que solventes las que invocan la urgente necesidad del “decrecimiento”, porque es evidente que todo tiene un límite y el mismísimo planeta está al borde del colapso. Podrian asumir los gurús del crecimiento aquella sabia sentencia de que ¡NO ES MÁS RICO QUIEN MÁS TIENE, SINO QUIEN MENOS NECESITA!. La polémica está servida. Mientras tanto, ¿Qué decisión tomarán aquellas personas que deseen adquirir un vehículo?. Incertidumbre absoluta ya que nada presagia que la vida útil de los vehículos de combustión sea lo suficientemente larga para amortizar la importante inversión que para cualquier economía familiar representa la compra de un coche. Más incertidumbre cuando la paulatina escases de combustibles sin duda empujará al alza los precios de los mismos. Muchas economías familiares no pueden llegar a fin de mes y si sube el precio de los combustibles fósiles el escenario parece muy preocupante, ya que afectará no sólo a la circulación de vehículo propio, sino a la cesta de la compra, los precios de la energía eléctrica etc…


Opinión /