Paco Campos •  Opinión •  15/01/2018

Tolerancia, educación y solidaridad

En la etapa de más creatividad y originalidad de su vida filosófica, años noventa, Rorty escribe un texto sin desperdicio, ‘Filosofía y futuro’ (1995). Se resalta allí el papel del filósofo, que no es otro que el de estar al servicio de la democracia. Critica allí también aquel carácter analítico de la filosofía, por quedar fuera de los cruciales intereses y prioridades de los humanos que integramos la cultura de las sociedades liberales, esto es, el ámbito que podemos considerar, desde la geografía descriptiva, llamándolo ‘atlántico norte’.

Circunscribiéndonos a esta consideración podemos apreciar cómo junto a la evolución de los conceptos ha habido una expansión de las relaciones sociales. Es como un estiramiento del que extraemos el germen antes oculto en las interpretaciones de las cosas: lo hizo Newton de Aristóteles, y Einstein de Newton. Porque mientras que el saber se institucionaliza y con él las normas y códigos de conducta del Estado, el hombre utiliza, cada vez con más precipitación y destreza los legados de sus propios progenitores, pero también se vale de sus propios recursos cuando ha de enfrentarse a un mundo por hacer: hay ejemplos que él mismo pone -> con medios tan simples e inocuos como los libros, los discos y las películas ponemos al alcance de nuestras manos algo más de lo que el propio sistema educativo del Estado podría darnos. Sin darnos cuenta hemos progresado en el fenómeno educativo.

En definitiva, el hombre liberal ha sustituido la religión de la ley por la del amor, y así podemos también acceder a nuevas concepciones: no es la verdad un conjunto de proposiciones en las que se formula una interpretación de las cosas, sino un sentimiento de solidaridad por el que las cosas y nosotros nos identificamos dentro de un proceso público, inclusivo, horizontal y práctico, proceso que atiende más a la prudencia que a los códigos morales, porque la fuente de los ideales morales es la imaginación humana (George Santayana), no la revelación divina. No habrá democracia sin superar este tipo de patologías, por ejemplo.


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