Libardo García Gallego •  Opinión •  15/03/2018

Elecciones entre candidatos decentes pero pobres y mentirosos inversionistas

Hace 20 años fui candidato a la Cámara por la U.P. en el Quindío, con fogoso discurso y buenas propuestas en pro de los sectores populares, difundidas en todos los barrios de estratos medio y bajo, utilizando un carro viejo conducido por mí, con una pancarta encima y equipo de sonido. No había dinero para cuñas radiales ni para más pancartas, mucho menos para contratar ayudantes. Resultado: no alcanzaron los votos ni para tener derecho a la reposición.

Es la ingenuidad del inocente, después de conocer la idiosincrasia de nuestro pueblo, cuya pobreza en materia de Filosofía, Historia, Civismo y Política es abismal y cuya decepción de los políticos promeseros, mentirosos y corruptos la extienden a todos, sin distinguir los pocos honestos y sinceros, los que quieren impulsar leyes para favorecerlos de verdad, de quienes no les importa la situación de los pobres sino crear empresas generadoras de óptimos rendimientos económicos. Muchos ricos hacen grandes inversiones que ellos mismos manejan, otros menos carismáticos buscan testaferros gerentes para que los representen y manejen el negocio. Si el aspirante carece de recursos propios tiene que contar con el apoyo de un taita o de un mecenas millonario, como puede demostrarse en multitud de casos.

¿Un candidato con apenas lo suficiente para tanquear un vehículo, cómo se atreve a aspirar a un escaño en la Cámara, a no ser la de gases, cuando para ganarlo se requiere invertir en la actualidad entre $5.000 y $10.000 millones de pesos en secretarios, ayudantes, vallas, alquiler de locales y vehículos, compra de votos, afiches, volantes, programas, cuñas en todos los medios, perifoneo, refrigerios, almuerzos? El Estado es incapaz de controlar el tope al dinero invertido por cada candidato, empezando por los presidenciales. A quienes triunfan en su empeño, el Estado les devuelve una suma considerable por concepto de reposición de votos; por concepto de salarios, un congresista percibe en un solo período unos $1.200 millones, suficientes para vivir cómodamente durante 20 años, sin contar los contratos, coimas y mermeladas, rubros bastante más generosos que los salarios. Un Congresista puede vivir a sus anchas el resto de su vida con los salarios percibidos en 8 años. Y su función primordial, por no decir única, es aprobar todo lo que le sea conveniente a la clase de arriba, a sus compinches, y perjudicial para los pobres.

Sin embargo, logran colarse unos pocos candidatos honestos, solidarios con la causa de los pobres y miserables, líderes muy capaces, con alto carisma y un programa alternativo al neoliberalismo que, contando con un equipo de trabajo suficiente y capaz más una suma importante de dinero para los gastos fundamentales, logran escalar exitosamente, sin ser asesinados en su intento, tal como ha sucedido con tantos voceros populares.

Los Programas o propuestas de los candidatos de la burguesía son muy similares entre sí, así se mimeticen bajo distintos colores, sobre todo en esta época en que ya son escasos los partidos políticos serios, con ideología propia, pues los caudillos y gamonales más audaces han sustituido a los partidos. Su discurso se basa, por supuesto, en las necesidades de la mayor parte de la población, promesas olvidadas después de obtener su investidura.

La población habilitada para votar alcanza el 70% de la población total y puede clasificarse en cuatro grupos: 1. El de quienes lo hacen a conciencia, unos por su clase social alta y los otros por la baja. 2. El de los mendigos, a quienes no les interesa el programa de ningún candidato, sólo el mercado, la teja, el bulto de cemento, uno o 2 billetes o un mísero tamal. 3. El de los que no saben distinguir los buenos de los malos y, decepcionados por los corruptos y los engaños anteriores, optan por votar en blanco, con la ilusión de que si los votos en blanco superan el 50% de la votación total va a ser posible echar las escorias del Congreso en una nueva elección. 4. El grupo de los insatisfechos ingenuos que, con el argumento de rechazar radicalmente la farsa, prefieren abstenerse de votar, como si la minoría no eligiera a los mismos con las mismas.

La mayor pobreza que padecemos en Colombia es la ignorancia. Vivimos en un territorio muy rico manejado por una minoría acaparadora y excluyente, distribuida en castas que se reemplazan por consanguinidad en los altos cargos de los poderes estatales, mientras una gran parte de la población, alienada, permite sumisa la la infame desigualdad social y la eternización de una democracia de pacotilla, nominal.

Armenia, 9 de marzo de 2018

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