Marxismo. Una crisis sistémica que hunde sus raíces en las relaciones de producción capitalistas
Entrevista con Michel Husson
El mundo se recompone. Los economistas han analizado la crisis actual también (además de otros factores) como una crisis de la gobernanza capitalista. ¿Habría llegado la hora del declive de la hegemonía estadounidense sin que ningúna potencia sea capaz de sustituirla, ni siquiera China? ¿Qué podemos decir de estas tesis?
La geopolítica, es decir las relaciones entre los Estados, y la estructuración de la economía mundial por las empresas multinacionales. Ambas facetas, la del capital y la de los poderes nacionales coinciden cada vez menos. La brecha se ha visto acentuada por una globalización que va más allá del comercio entre los países. Hoy en día es la producción de mercancías y su comercialización a caballo entre varias zonas del mundo, las llamadas “cadenas globales de valor”. Esta brecha entre los dos mapas del mundo hace que los intereses capitalistas no sean uniformes y no definan una política homogénea dentro de cada país.
Tomemos el ejemplo de los Estados Unidos: algunos sectores capitalistas pueden celebrar las medidas proteccionistas que Trump tiene intención de adoptar, pero también están en contra de los intereses de otros sectores. México se ve afectado especialmente, porque parte de las importaciones de México a EEUU corresponden a la producción de capital estadounidenses invertido en ese país. La pareja formada por EEUU y China, “Chinamérica”, ha sido positiva para ambas potencias: crecimiento financiado con crédito en los Estados Unidos, crecimiento impulsado por las exportaciones a China. La importación de bienes de consumo de bajo coste de producción permite reducir el precio de la fuerza de trabajo en los Estados Unidos y / o inflar los beneficios de WalMart [que tiene su base de producción en China y comercia, desde 2016, con JD.Com, firma china]. Todo el mundo sale ganando.
Pero “Chinamérica” está a punto de romperse y, en general, es como si la globalización hubiera llegado a su límite. En décadas anteriores, el comercio mundial creció dos veces más rápido que el PIB (Producto Interno Bruto) en todo el mundo; ahora aumenta en el mejor de los casos a la misma velocidad. La expansión de las cadenas globales de valor ha entrado en la fase de rendimientos decrecientes e incluso vemos fenómenos de relocalización. La reorientación de la economía china hacia el mercado interno también contribuye a este fenómeno. En este sentido, China no es una candidata al papel de potencia hegemónica y el período no se puede interpretar como una transición entre dos potencias dominantes, sino, de hecho, como una crisis de gobernanza capitalista cuyos resortes no son exclusivamente económicos.
La crisis dura. ¿Quién la paga y cómo, más allá de las fórmulas generales acerca de 1% frente al 99%?
La primera respuesta obvia es que esta crisis la pagan las víctimas de las políticas de austeridad. Es importante entender por qué no puede ser de otra manera. La razón principal es el agotamiento de las ganancias de productividad que produce un trabajador promedio en una hora de trabajo, que tienden a estancarse o a crecer muy débilmente. Pero también significa el agotamiento del dinamismo del capitalismo: puede mantener o aumentar su tasa de ganancia sólo si bloquea o reduce lo que llama el coste de la mano de obra. Esto significa austeridad salarial, pero también la reducción del Estado de bienestar, la protección social y los servicios públicos. En otras palabras, una salida capitalista de la crisis sólo puede ser socialmente regresiva. El sistema no tiene nada que ofrecer para legitimarse.
Esta crisis no es una crisis financiera: es una crisis sistémica que hunde sus raíces en las relaciones de producción capitalistas. Esta es una de las tesis esenciales del libro de Attac [1] (al que he contribuído), que articula un análisis del capital ficticio. Este concepto, que se encuentran en Marx, ha sido reevaluado por François Chesnais [2] y Cédric Durand [3]. Define la acumulación de valores financieros que son también “derechos de giro” sobre la plusvalía. [4]
Este enfoque en el capital ficticio permite apuntar a una contradicción importante en la gestión capitalista de la crisis. Por un lado requeriría una devaluación masiva de capital para poner a cero los contadores, y restablecer la tasa de ganancia. Esto no es sólo una manía marxista: es también el punto de vista de la OCDE, que se refiere a las “empresas zombie” [5] como responsables de los bajos aumentos de productividad y los fracasos de acumulación. Pero esto significaría que los poseedores de este capital ficticio están dispuestos a “aceptar sus pérdidas”, a lo que, obviamente, se niegan. Y las políticas aplicadas especialmente en Europa siguen una lógica de validación de estos derechos de giro adquiridos antes de la crisis, aunque su crecimiento es el resultado de la crisis y, en cualquier caso, un obstáculo para salir de la crisis. Esto es lo que sustenta la validez de la oposición entre el 1% y el 99%, por que la concentración de la riqueza financiera es mucho mayor que la de los ingresos. Y eso es lo que permite pronosticar que la austeridad seguirá siendo aplicada y la regresión social.
Hace unos años, las nuevas tecnologías aparecían en el discurso oficial como la “nueva frontera”, que alentarían una fase de expansión larga. Ahora el debate es acerca de su impacto destructivo sobre el empleo y la desigualdad. ¿Qué es el “estancamiento secular”? ¿Qué se puede decir sobre él? A la luz de esta tesis,¿cuáles son las perspectivas para el capital?
Todas estas preguntas se refieren en el fondo a una pregunta: ¿qué determina las ganancias de productividad? Esta es de nuevo una cuestión clave para la dinámica de los beneficios y la acumulación. Pero, en realidad, no sabemos nada. En el pasado esto dio lugar a la paradoja de Solow, por referencia a un breve artículo de prensa donde se preguntaba por qué las nuevas tecnologías están por todos lados, menos en las estadísticas de productividad. Eso fue en 1987 y se podrían contar las historias de las esperanzas y decepciones de los economistas que predijeron una nueva fase de expansión ( “un nuevo Kondratiev”). Este debate ha sido particularmente intenso en los Estados Unidos, donde los defensores de la revolución tecnológica se han opuesto sistemáticamente a los “tecno-pesimistas”, que no ven más que un auge temporal sin futuro. Son ellos los que estaban en lo cierto, sobre todo Robert Gordon, que es el principal defensor de la tesis de un “estancamiento secular”.
Pero, por otro lado, se multiplican los discursos sobre el “fin del trabajo”. Los robots y la economía de “plataforma” conducirían inexorablemente a la destrucción masiva de puestos de trabajo, del orden de uno de cada dos puestos de trabajo en los 10 o 20 años próximos. Este es el principal argumento a favor del establecimiento de una renta universal que hay que rechazar, a menos que aceptemos resignarnos a la idea de que la tecnología debe dictar la organización de la sociedad. Pero las cosas no están funcionando bien y no funcionan de esa manera: la tecnología no lo decide todo. Los nuevos métodos de producción, los productos nuevos, todo esto deben integrarse en la lógica del mercado. Y esto es quizás la explicación de fondo de la paradoja de Solow: para simplificar, la automatización no es suficiente, también tiene que haber un poder adquisitivo para comprar lo que produzcan los robots y un modelo social adecuado.
Esta cuestión de la automatización permite denunciar la irracionalidad del sistema capitalista. Admitamos que se van a producir enormes ganancias de productividad: esto debería ser una buena noticia, ya que los robots van a trabajar para nosotros. Pero en la lógica capitalista, es en cambio una catástrofe social: la pérdida masiva de empleos. Por lo tanto, la reducción del tiempo de trabajo es la respuesta racional y es la base de otra sociedad, una sociedad ecosocialista. El objetivo de garantizar un ingreso digno para todos es obviamente legítimo y hay una acción urgente en esta área, pero no se debe renunciar al derecho al empleo.
Un debate entre economistas críticos acerca de las políticas de austeridad: ¿son absurdas o racional? Para circunscribirse a la Unión Europea, parece difícil pensar que Draghi, Merkel, Juncker, o Hollande, son idiotas: ¿cuáles son las razones de estas políticas y de su perpetuación?
Es un verdadero debate que hemos tenido en la “Comisión de la Verdad sobre la deuda griega.” Los planes de ajuste impuestos a Grecia claramente no podían funcionar. Era fácil predecir que los recortes masivos generarían una recesión profunda y que en última instancia la carga de la deuda aumentaría, en lugar de disminuir. El FMI también ha sido más o menos auto-crítico en este punto [Olivier Blanchard admitió un “error” en relación con el “multiplicador fiscal”, ver Working Paper Nº 2013/1, Enero 2013].
Hay una primera lectura: las políticas de austeridad son absurdas y quebraron la recuperación que comenzaba en 2010 en Europa, son necesarias por lo tanto otras políticas. Pero, es evidente que existe otra lectura. Los líderes europeos saben lo que hacen y aplican una terapia de choque para reducir significativamente las ganancias sociales que son un obstáculo para la competitividad.
El problema es que hay algo de verdad en ambos argumentos o, más bien, hay que combinar los dos discursos. Por ejemplo, en el caso de Grecia, no podemos renunciar al argumento de que las condiciones impuestas a Grecia son no solo absurdas, sino demenciales, porque se le exigen excedentes presupuestarios del 3,5% antes del pago de intereses de la deuda. [5] Y al mismo tiempo es posible demostrar que el objetivo real nunca ha sido reactivar la economía griega, sino salvar los bancos europeos, desalentar toda política unilateral y garantizar el pago del servicio de la deuda.
La tensión entre estos dos discursos nos retrotrae básicamente a una dificultad programática y estratégica: ¿cómo construir un proyecto de transición o de giro hacia otro funcionamiento de la economía? Lo que a veces llamo el “cretinismo keynesiano” no es capaz de abordar este desafio [6]. Pero la lógica “ultimatista” de decir que nada es posible sin destruir antes el capitalismo no nos permite avanzar. Para Bernard Friot, por ejemplo, “lucha por el empleo, es un tiro en el pie” [7] y la lucha por un mejor reparto del valor equivale a “evitar la lucha de clases.” Está claro que las coordenadas del período actual son favorables a inventores de sistemas y a los gurús. Llevará tiempo reconstruir un verdadero horizonte de transformación de las luchas y las resistencias sociales.
Notas:
[1] Attac, Par ici la sortie. Cette crise qui n’en finit pas, Les Liens qui Libèrent, 2017.
[2] François Chesnais, Finance Capital Today, Brill, 2016.
[3] Cédric Durand, Le capital fictif, Les prairies ordinaires, 2014.
[4] Ernest Mandel desarrolló este aspecto en 1972 en El capitalismo tardío, escrito en 1972, subrayando “la hipertrofia financiera”. Jesús Albarracín y Pedro Montes hicieron hincapié, en una contribución sobre los escritos de Mandel, en el interés de este sobre la categoría de “capital ficticio”, desarrollada por Marx en el tomo III de El Capital (Capítulo 29). (Nota de A l’encontre)
[5] El gobierno griego anunció el jueves 27 de abril de 2017, la conclusión de un acuerdo con los acreedores, poniendo de relieve, a través del Ministro de Economía (Tsakalotos) que los sacrificios de la mayoría de la población serían grandes, incluso en el ámbito de las pensiones, los impuestos directos sobre la renta para la supervivencia, etc. A raíz del anuncio de la Comisión y el Mecanismo Europeo de Estabilidad, el Ministerio alemán de Finanzas (Wolfgang Schäuble) calmó las aguas señalando que el acuerdo no entraría en vigor hasta el 22 de mayo de 2017 y que estaba previsto un “paquete de medidas de austeridad” para 2019-2020, después de lo cual se podrían aplicar “contra-medidas sociales”, a condición de un superávit primario (antes del servicio de la deuda) de hasta el 3,7%. La tortura sigue. (Nota de A l’encontre)
[6] Michel Husson, « Optimisme structurel à l’OCDE », Alternatives Economiques, 9 mars 2017.
[7] Bernard Friot, Emanciper le travail, La Dispute, 2014.
Fuente: http://alencontre.org/economie/une-crise-systemique-qui-plonge-ses-racines-dans-les-rapports-de-production-capitalistes.html
Traducción:Enrique García