Roberto Fernández Retamar •  Opinión •  15/08/2016

Un recuerdo de Fidel

Me encontraba en Matanzas cuando los sucesos del 5 de agosto de 1994. Esa noche oí por radio la intervención de Fidel. Y a la tarde del día siguiente, ya en la Habana, me enteré de los detalles del incidente y vi las imágenes relativas a él. Una algazara contrarrevolucionaria había sido disuelta como sal y agua no solo por la rápida intervención de activos ciudadanos, sino por la del propio Fidel, quien se había presentado en el lugar, y había caminado desarmado por las calles, siendo vitoreado incluso por algunos de los que momentos antes gritaban consignas hostiles y esgrimían palos o piedras. Naturalmente, en muchos causó perplejidad esa imagen del gobernante máximo de un país descendiendo de su vehículo y echándose a andar en medio de un tumulto que nadie sabía en lo que iba a parar. A mí me trajo a la memoria un recuerdo de muchos años atrás, el recuerdo de la primera vez que oí a Fidel hablar en público, en la Universidad de La Habana.

Era a finales de la década del 40 del siglo pasado, como hay que acostumbrarse a decir. Estudiantes universitarios habíamos ocupado el recinto de nuestra Alma Mater en señal de protesta ante un alza del precio del transporte en los vehículos públicos. Deambulábamos, sin mucho sentido, sobre todo por la Plaza –entonces llamada Cadenas–, frente a la cual no habían desarmado aún el escenario de madera que se empleaba para las representaciones del Teatro Universitario. De repente, a dicho escenario se subió Fidel Castro y se dirigió a nosotros los estudiantes. Aunque él era ya alumno de Derecho “por la libre” (es decir, que no asistía a los cursos regulares), visitaba con frecuencia la Universidad, donde era bien conocido. Se sabía, por ejemplo, de sus intervenciones en acontecimientos como el de Cayo Confites en 1947, intento al cabo frustrado de invadir la República Dominicana para deponer al tirano Trujillo; y el Bogotazo, que en 1948 conmovió a Colombia tras el asesinato de Gaitán. Además, en Cuba Fidel solía participar en lo que en la juventud de Roa y Pablo de la Torriente llamaban las tánganas universitarias. Era pues un joven inquieto y batallador, a quien se hubiera podido aplicar el verso martiano “¿En pro de quién derramaré mi vida?” Yo lo había visto en otras ocasiones, casi siempre rodeado de muchachas, pero ni había conversado con él, ni lo había oído hablar en público. Lo haría por vez primera ese día. Admirador como era y soy del mundo griego (estudiaba Filosofía y Letras), me llamó la atención, al verlo erguido en el escenario donde se representaban obras del teatro clásico, algo en que creo que no había reparado antes: su perfil, que recordaba al que se nos ha trasmitido, como el de algunos personajes de La Ilíada: por ejemplo, los que ilustran el correspondiente artículo de Martí en La Edad de Oro. Pero mucho más me llamaron la atención las escasas y singulares palabras que nos dirigió. Al parecer, algunos líderes estudiantiles del momento estaban en contubernio con el gobierno, y trataban de sofocar la protesta universitaria. Fidel la defendió con pasión y de pronto exclamó que el sol era muy fuerte (nos encontrábamos al mediodía) y no facilitaba que estuviéramos allí, por lo que proponía que siguiéramos intercambiando ideas mientras marchábamos en señal de desacuerdo hacia el Palacio Presidencial. A continuación de lo cual bajó del estrado y encabezó el inesperado desfile.

Cuando comenté con algunas personas cómo el Fidel del 5 de agosto de 1994 me había recordado al de aquella anécdota lejana que probablemente él había olvidado, no faltaron los que encontraron traída por los pelos mi evocación: ¿Acaso no se trataba del héroe del Moncada, de la Sierra, de Girón, de centenares de hazañas? Por eso, y por mucho más, me satisfizo tanto escuchar el discurso que Fidel pronunció en el Aula Magna de la Universidad de La Habana el año siguiente, el 4 de septiembre de 1995, al cumplirse medio siglo del inicio de sus estudios en dicha Universidad, aquel discurso en que Fidel proclamó: “Fue un privilegio ingresar en esta Universidad” (…) porque aquí aprendí quizás las mejores cosas de mi vida, porque aquí descubrí las mejores ideas de nuestra época y de nuestros tiempos, porque aquí me hice revolucionario, porque aquí me hice martiano, y porque aquí me hice socialista”.

13 agosto 2009

Fuente: La Jiribilla


Opinión /