Ana Esther Ceceña •  Opinión •  15/09/2017

Los territorios de la guerra, las guerras del territorio

Artículo introductorio de la edición 527 (septiembre 2017) de la revista
América Latina en Movimiento de ALAI, titulado “Los territorios de la guerra”.
  Coedición con OLAG.  https://www.alainet.org/es/revistas/527

We are not nation-building again.   We are killing terrorists.
These killers need to know they have nowhere to hide; that no place is beyond the reach of American might and Americans arms.[1]

Donald Trump (21 de agosto 2017)

Los territorios son el centro estratégico de la competencia mundial y las relaciones de poder.

La relación con el territorio es tan vieja como la historia de la humanidad, pero por primera vez, con el capitalismo del siglo XXI, el territorio adquiere signos de finitud.  No sólo tiene carácter de objeto –y es tratado como tal–, sino que se ha convertido en un objeto escaso.

El capitalismo no tiene más medida que la de su capacidad tecnológica, que se desarrolla incesantemente y que lo lleva a convertir la abundancia o suficiencia en escasez.  Su vocación apropiadora y su dinámica acumulativa creciente producen escasez ahí donde había suficiencia, al tiempo que se sirven de la escasez como instrumento de dominación.

Es bien sabido que las riquezas de la naturaleza, particularmente aquellas indispensables para la reproducción general, tienen dos modos de ser usadas: como medios o elementos de producción o de consumo que garantizan la reproducción; o como medios de acaparamiento que hacen posible el establecimiento de relaciones de fuerza o extorsión.  En ambos casos se genera una situación relativa de escasez, sea con respecto a la competencia, sea al acaparamiento y monopolización, que otorga herramientas para la manipulación y el trazado de jerarquías de poder, que es cuidadosamente gestionada de acuerdo con modalidades diversas que se van adaptando al caso específico.

La territorialidad capitalista se juega desde sus orígenes en el territorio geográfico o físico.  La historia de la colonización es a la vez la del reparto de territorios.  No obstante, la colonización ocurre también mediante el sometimiento de costumbres y de prácticas comunitarias y corporales, y abarca tanto los territorios como los sentidos o percepciones y construcciones semióticas y culturales.  Los territorios de la guerra son los de la concepción del mundo (territorio mental o semiótico), los de las modalidades y adecuaciones del ser (territorio corporal) y los del asentamiento y relación con el entorno (territorio geográfico o físico).

El territorio geográfico o físico

El territorio planetario, formado por las tierras, aguas, cascos polares y atmósfera, alberga todos los elementos que han hecho posible la vida y en los que se sustenta la reproducción material y biológica.

Entre éstos, los hidrocarburos, los minerales y cada vez más las tierras raras ocupan el lugar central y son objeto de la mayor disputa mundial, orientando los desplazamientos geopolíticos y las guerras.  Curiosamente la biodiversidad y el agua, que son las que portan de manera directa la expresión viva del planeta y por ello son absolutamente esenciales, están siendo dejadas ligeramente de lado por la voracidad con la que se desarrolla el proceso de apropiación de los otros tres elementos y por la irresponsabilidad con que se asume la degradación y extinción de la vida por los señores del capital y de la guerra.  En cierta forma y de manera desafanada, la batalla por agua y biodiversidad en la Tierra pretende resolverse a través de la posible colonización de otros planetas, o de la conversión de Marte en un gran huerto para abastecer la Tierra, proyecto que permite desentenderse del daño ecológico, en gran medida irreversible, que está siendo causado principalmente por los explotadores de hidrocarburos y minerales, aunque eso no significa que no haya una enorme disputa por acaparar las fuentes de agua.

Poder y dinero van de la mano del patrón energético y disciplinario vigente que garantiza altas tasas de acumulación de capital y gran dinamismo en la esfera de la producción, por lo menos desde una perspectiva técnica, y también controlar la tecnología de guerra y su mercado.  La apropiación de territorios sigue el mismo modelo: se buscan y se disputan los territorios de alta densidad estratégica, donde se colocan los capitales gigantes a manera de pulpos con poderosas mangueras de extracción y donde, generalmente, se van creando situaciones de guerra o donde se instalan decididamente guerras abiertas, ampliando el negocio de las armas.

El mapa mundial ha ido perfilando muy claramente estas tendencias en la última década en la que se reactivan guerras pasadas, se inician nuevas o se estimulan conflictos capaces de colocar los territorios en condiciones de intervención.  La tercera guerra mundial, si es que la escalada bélica actual llega realmente a constituirse en tal, muestra ya indicios de un diseño transversal que atraviesa todo el planeta siguiendo claramente la pista de los yacimientos de hidrocarburos, minerales y tierras raras (ver mapa de la portada).  Es decir, esta guerra tendría lugar en el tercer mundo, fuera del terreno directo de las potencias en pugna, excepto, quizá, Rusia.

Afganistán

Es un mapa dinámico, en permanente redefinición, pero las áreas ya marcadas por la guerra no parecen restablecer condiciones de funcionamiento “democrático” en ninguno de los casos.  El ejemplo de Afganistán, con una larga y devastadora guerra que parecía estar finalizando, hoy vuelve a colocarse en el foco.  A pesar de las grandes pérdidas en vidas –no sólo afganas sino también estadounidenses–, el subsuelo afgano, lleno de minerales y tierras raras que los monitoreos expertos han calculado en un billón (un millón de millones) de dólares, nuevamente orienta las baterías hacia ese país.  Como punto de comparación, todo el presupuesto militar de Estados Unidos en 2016, que equivale a un poco más del de China, Arabia Saudí, Rusia, Gran Bretaña, India, Francia, Japón, Alemania y Corea juntos, fue de 597 mil millones de dólares: lejos de lo que sería su rendimiento con la explotación de los yacimientos minerales de Afganistán. Podríamos hablar de una muy alta tasa de retorno de las inversiones militares en este y casi todos los otros territorios que se ubican dentro de esa franja en situación de guerra.  Pero además Afganistán se coloca como territorio prioritario por la importancia que tienen las tierras raras en la creación de nueva tecnología civil y militar.

Como en todos los otros lugares donde se ha instalado la guerra, en Afganistán son las mismas empresas las que buscan apropiarse de los yacimientos mineros y las que se ocupan de hacer la guerra mediante el mecanismo de privatización.  Es el caso de DynCorp, particularmente, cuyo propietario forma parte de la cúpula de diseño estratégico que, junto con los altos mandos militares, están trazando las líneas de avance de la política norteamericana (NYT, https://www.nytimes.com/2017/07/25/world/asia/afghanistan-trump-mineral-deposits.htm).  Lo mismo concurren los intereses de todas las otras empresas contratistas del Pentágono y los propios laboratorios de investigación del Departamento de Defensa.

Se juega en estas guerras u ocupaciones la supremacía militar pero muchísimo más que eso.  La carrera tecnológica, los mercados, las rutas de la droga o en general las rutas estratégicas tanto de hidrocarburos y armas como de cualquiera de las otras mercancías de alto rango en el mercado mundial.  Afganistán nuevamente resalta en este terreno por ser la mata del opio y heroína del mundo con el 82 % de la producción mundial.

Si examinamos cada uno de los países o regiones que han entrado en este estado de guerra, el análisis arroja datos similares a los de Afganistán.  A Estados Unidos y sus empresas les interesa la guerra pues abastecen el 55 % del mercado mundial de armas y la guerra es el medio de posicionarse en esos territorios.  En conjunto, el área que ha sido colocada en esta dinámica reúne casi todos los hidrocarburos del planeta, además de otras riquezas.

Venezuela

En la otra punta de la franja de guerra se encuentra Venezuela, país con los mayores yacimientos de petróleo del mundo, segundo lugar en reservas de gas, con amplias reservas de oro, coltán y thorium, el llamado uranio verde, además de agua, biodiversidad y una posición geoestratégica.  Es difícil calcular el presupuesto invertido en la desestabilización de Venezuela. Seguramente grande pero mucho menor todavía que el de Afganistán.

En todo caso la manera de entrar en Venezuela es muy distinta a la de Afganistán, lo que revela la amplitud de modalidades de guerra que se ponen en juego cuando se trata de conservar o disputar el control estratégico del proceso general de reproducción o, dicho de otro modo, el poder global.  El dato fuerte, en este caso, es que Venezuela es la posible puerta de entrada de la guerra al continente americano.  Puede bien ser el Afganistán de América.  La diferencia es la cohesión y conciencia social venezolana, la fuerza cultural de la sociedad, frente a la fragmentación cultural en el territorio afgano, profundizada por los largos años de guerra a los que ha sido sometido.

La perspectiva de una tercera guerra mundial, no obstante, si bien cuenta con todas las condiciones materiales, geopolíticas y tecnológicas, no logra colocar una narrativa sustentadora.  A pesar de todos los dispositivos que se han puesto en marcha para des-sujetizar a los pueblos del mundo, éstos conservan y construyen narrativas propias, a contrapelo del cuidadoso y sistemático trabajo realizado por los lineamientos generales de los programas de estudios impulsados por los organismos internacionales y por los relatos de verdad oficial o de postverdades (fake news) colocados por los medios de comunicación masiva.

No sólo las guerras, consustanciales al sistema capitalista de competencia, están destrozando el planeta.  También lo hace el patrón energético y el modelo de organización y relaciones sociales existente.  Una buena parte de la humanidad está oponiéndose a la guerra y buscando pistas para despegarse de este sistema depredador de alta rentabilidad empresarial, de autoritarismo exacerbado y de desprecio total por la vida.

Ana Esther Ceceña es Coordinadora del Observatorio Latinoamericano de Geopolítica.Investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México.

[1] “Ya no estamos reconstruyendo naciones. Estamos matando a terroristas. Estos asesinos necesitan saber que no tienen dónde esconderse; que ningún lugar está más allá del alcance del poder estadounidense y de las armas estadounidenses.”

URL de este artículo: https://www.alainet.org/es/articulo/188005

 


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