Paco Campos •  Opinión •  16/02/2017

La reliquia de los valores

Para qué los valores. El pensamiento de la derecha política siempre ha recurrido a ellos para justificar sus desmanes y practicar la consabida doble moral. Hace muchos años se decía que esos tipos con una mano robaban y con la otra se daban golpes de pecho. Valores incuestionables por sí mismos, y es por eso que no impiden que el sujeto moral los considere como bastiones, principios inapelables a los que se les debe la razón de ser y existir. De ahí que haya que distinguir entre ser persona –utilización cristianoide de la noción de individuo- que es lo esencial, y ser hombre público, algo que es secundario y que, por tanto, tiende a las veleidades que cualquier humano, sus debilidades, a veces practica y de las cuales puede arrepentirse e incluso afirmar con firmeza que no se repetirán en el futuro –como suele hacer nuestra derecha política, aunque no piensen devolver el dinero.

        En fin, todo un mundo caótico en el que no hay sitio para la imaginación, tampoco para la prudencia o la prosperidad. De nada vale una moral de hornacina que sirve sólo para ser contemplada, dicha, rezada, gritada e impuesta, si impide el desarrollo de la imaginación y el diálogo. Para qué una moral del precepto si éste no está imbricado en la realidad social, participado en ella por agentes que responden a la contingencia, al posibilismo y a la evolución de los conceptos, los cuales tratados con prudencia pueden tener una aplicación diversa, pero, sobre todo, pueden ser comprendidos para que puedan ser participativos, democráticos, en los que no hay una última palabra. Para qué la Carta de los Derechos Humanos, como última palabra, si la desigualdad, la miseria, la violencia y las guerras, por no decir el hambre y la mortalidad se perpetúan a la luz de los valores eternos e inconmensurables.  


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