Pablo el inmigrante
Desde nuestro puesto de observación advertimos cómo tres grandes cayucos con velamen, cargados de inmigrantes, llegaban a la playa. Nos acercamos para ayudarles, pero, de repente, antes de que pudiéramos reaccionar, comenzaron a comportarse extrañamente, diciendo a grandes voces:
- “Por la gracia de Dios muestro señor tomo posesión de estas tierras…”
Y clavando coloridos estandartes sobre la arena de la playa, proseguían con sus discursos:
-“… y lo hago en nombre del Rey Fernando y la Reina Isabel de Castilla, en el día 12 de octubre de 1492…”
Comprendimos que el sol de la travesía les había trastornado profundamente y que desvariaban por la enfermedad y el agotamiento. El que presumía de ser su líder, Pablo Cristóbal Colón-Casado, parecía muy amigable y muy inteligente. Tan inteligente que, allá en su país, había sido capaz de licenciarse en pocos meses en estudios complejísimos que a los demás mortales costaban años. Un lince. Tan sobrenatural nos pareció su inteligencia que le invitamos a que nos contara por qué la pobreza les había hecho abandonar su país, España. Engalanamos la plaza de nuestra aldea y miles de personas acudieron para deleitarse con las enseñanzas de Pablo el inmigrante.
- Queridos inmigrantes y súbditos americanos, esta tierra es como mi casa, ya que tengo un montón de títulos de las universidades americanas y soy profesor visitante de la Universidad de Georgetown, -comenzó Pablo falseando y exagerando su currículum, lo que provocó las sonrisas de los asistentes.
Pablo sufría algún tipo de delirium tremens. Hablaba a la empuñadura de su espada, utilizándola, decía él, de micrófono.
- También quiero, queridos indígenas, aclararos una cosa: no es lo mismo que nosotros, los españoles, vengamos aquí a conquistaros y someteros y explotaros, que el que los inmigrantes africanos que huyen de la pobreza y la guerra quieran llegar a Europa. Nosotros os vamos a traer la civilización, ellos… ellos… bueno, no sé muy bien que traen… pero yo sé lo que voy a sacar de ellos: un montón de votos, utilizándolos para manipular al electorado con el miedo.
Alguno de los asistentes pasó de la sonrisa incrédula al enfado, y comenzó a abuchear aPablo el inmigrante. Pero él seguía y seguía con sus desvaríos.
- ¿Que cómo los voy a manipular? Exagerando, asustándolos, exagerando hasta el infinito, exagerando tanto que… bueno, vaya, sí, mintiendo, ¿y qué? Tengo que hacer algo para ganarle al naranjito…
Pablito se arrodilló, sollozando, antes de lanzar su última y estrambótica aseveración.
- Porque el problema de África es que hay que arreglar esos países que están hechos un desastre… pero no porque los europeos los hayamos conquistado y esquilmado… tampoco porque los gobiernos del PP hayamos reducido la ayuda al desarrollo… sino porque hace falta una gran inversión, un Plan Marshall en África que no tengo ni idea de quién va a pagar… y luego, claro, hace falta comercio, mucho comercio con África, no sé, pues, yo que sé, que todas sus materias primas sean controladas y explotadas y exportadas por empresas occidentales, como ya pasa ahora, pero más… joder, qué lío me estoy haciendo…
Pablo cayó sobre la arena, extenuado, abrumado por el peso de sus mentiras y desvaríos. Deliraba.
- Sí, José María, haré todo lo que usted me diga… no, no tengo ni idea de dónde me dejé los papeles del máster… sí, ese Rivera es maligno, tengo que ser más ultra que él, bueno, yo ya lo era… no, no me acuerdo de las asignaturas que estudié, eran muchas…sí, sí, que Paco Franco se quede en el Valle…
Se quedó dormido. Nosotros le cuidamos, sin cobrarle nada por la asistencia sanitaria, peroesperando que este personaje nunca llegara a gobernar ningún país del mundo. Por el bien de España, África, América y las antípodas.
Fuente: https://colectivopuentemadera.blogspot.com/2018/08/pablo-el-inmigrante.html