Juan Torres López •  Opinión •  16/09/2023

De Natalio Rivas a Calviño pasando por el Emérito: La España que no cambia

Dicen que el alpujarreño Natalio Rivas fue el último de los caciques. Abogado, juez y académico, ocupó todo tipo de cargos políticos (presidente de diputación, concejal, teniente de alcalde, director general, subsecretario, ministro, diputado y procurador en Cortes en el franquismo) y algunos de ellos en diversas ocasiones.

Hombre multifacético donde los haya tuvo, sin embargo, una actividad que lo distinguió por encima de todo: hacer favores. Mi viejo amigo y profesor de la Universidad de Granada, Juan González Blasco, fue su biógrafo y contabilizó unos 100.000 a lo largo de su vida.

Su influencia era tan poderosa y se creía tan capaz de conseguir todo aquello que se le pidiera que un día preguntó en Pitres (una localidad granadina situada a 1.295 metros de altitud): «Bárbaros de Pitres, ¿qué queréis?». «Puerto de mar», le respondieron, y Natalio Rivas contestó: «Concedido lo tenéis».

Debe sonreír en su descanso eterno el alpujarreño sabiendo que Pitres cuenta hoy día con puerto de mar y cofradía de pescadores (Un ‘puerto’ de mar a 1.200 metros de altitud).

Tal era la gratitud correspondiente que generaban sus continuos favores que, según se decía, había semanas que don Natalio recibía en su casa madrileña hasta 100 piezas de jamón a cambio de los que hacía.

Más tarde, esta España nuestra de los favores tuvo otra figura egregia, el rey Juan Carlos de Borbón. Como es sabido, se dedicó durante su reinado a hacerlos sin parar; aunque, eso sí, de un modo muy diferente a como los hacía el cacique granadino.

Natalio Rivas pudo hacer favores porque tenía patrimonio que le permitió introducirse en las esquinas del poder e influir en quienes tomaban sus decisiones, pero no hizo una gigantesca fortuna, como el rey Juan Carlos, cobrando comisiones por los favores que hacía a grandes empresas y a la España adinerada.

Viene todo esto al caso por la información que se está difundiendo sobre las diversas colocaciones que al parecer ha realizado o intentado realizar la ministra de Economía, Nadia Calviño. La de su marido en  diversos cargos de la administración y las de su hijo y otras personas allegadas en un banco internacional de cuya Junta de gobernadores forma parte la ministra, o en la Comisión Europea, me han recordado la demanda que más oía el cacique alpujarreño cuando se reunía con sus paisanos: «Natalico, colócanos a tós».

Dicen que esa vieja capacidad de los pudientes españoles (colocar a sus enchufados y familiares) ha podido también con la ministra y que eso pudiera ser utilizado en su contra a la hora de acceder a la presidencia del Banco Europeo de Inversiones.

Desconozco si las cosas han sido tal cual se cuentan en los medios, y es posible que el asunto sea sólo una excusa para excluir a Calviño de la carrera y poner puente de plata hacia el BEI a la actual comisaria de Competencia, quien parece que no complace a los intereses industriales de Alemania y Francia en su actual cargo. Pero, sea como sea, es una desgracia que sigan dándose esos casos de «colocacionismo» en España, bien sea porque existen de verdad o porque lo parezcan.

Es la España del favoritismo que perdura, ahora de caciques 4.0 que no cobran en jamones sino con información privilegiada o comisiones en efectivo o en bancos suizos, la España que no cambia y sigue recurriendo al favor, al enchufe y la prebenda. Una tara que nos retrasa y empobrece y muy difícil que se acabe cuando los cargos públicos, quienes tienen las más altas responsabilidades, en lugar de dar ejemplo, utilizan su autoridad e influencia para «colocar» a familiares y allegados o para conceder favores. La gente lo ve y es lógico que todavía piense que son esos métodos a los que hay que recurrir si se quiere conseguir algo. Algo muy fácil de evitar cuando hay voluntad de evitarlo.


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