Poco estado, poca salud, poca economía
Cuando de China nos llegaba la noticia, este pasado Octubre, de que en cinco días se habían practicado las pruebas del Covid a nueve millones de personas tras detectarse doce casos en la ciudad de Quigdao, no dábamos crédito, como ha ocurrido a lo largo de estos meses con las sorprendentes realizaciones de la nación asiática en su lucha contra la pandemia. En nuestros esquemas mentales, no cabe la posibilidad de que un Estado pueda organizar tamañas operaciones logísticas con resultados exitosos, sobre todo si las contrastamos con la sucesión de chapuzas negligentes que ha presidido la gestión de prácticamente todo el mundo occidental.
Ante la evidencia de actuaciones y resultados tan dispares entre una y otra parte del mundo, una legión de creadores de opinión establece sentencia: la extrema eficiencia china se debe a la naturaleza autoritaria del régimen de Pekín; nuestras leyes y costumbres occidentales, empapadas de cultura democrática, no hacen posible la conducción de la sociedad como si de una sola persona, funcionando a golpe de pito, se tratara.
Así pues, las carencias de la Administración a la hora de resolver los problemas colectivos, su lentitud e incompetencia, es el precio que hemos de pagar por la libertad. En este planteamiento liberal, somos los ciudadanos y ciudadanas individuales los responsables de hacer frente a cualquier emergencia social que surja. En el delirio de esta ideología, Marcos de Quinto llegó a declarar, hace unas semanas en un programa de televisión, que ante las catástrofes, es el Estado el que sobra y los particulares quienes han de tomar la iniciativa. Casado le hizo caso y, como buen alumno liberal, cogió su pala(sólo para la foto)para limpiar de nieve las calles de Madrid.
No es la democracia lo que está en el centro de este debate. Es el Estado, su tamaño y orientación. Hasta finales de los años 70, los países occidentales disponían de un poderoso sector público empresarial. Los ingresos vía impuestos superaban la mitad del PIB, al igual que el gasto público. La gente se sentía protegida porque sabía que su gobierno estaría a la altura ante cualquier calamidad.
Pero hete aquí que en ese tiempo llegó una corriente llamada neoliberalismo que puso patas arriba todas estas seguridades. Lo público debía reducirse hasta su mínima expresión; las empresas estatales privatizarse, así como los servicios esenciales(energía, agua, salud,…). El capitalismo aspiraba a recuperar una tasa de ganancia que el sistema de bienestar había contribuido a mermar. Así que sobraban impuestos y también empleos estables y bien retribuidos. Lo privado habría de prevalecer. Y en estas estamos, sobre todo en España, donde una transición hegemonizada por las fuerzas conservadoras que sostuvieron la dictadura, ha impedido hasta la fecha que dispongamos de un Estado Social siquiera debilitado, como el que todavía conservan algunos países europeos.
Sobre este campo yermo desciende un virus devastador y, para empezar, nos coge sin equipos médicos de protección porque su producción se ha trasladado a otros países donde es más barata. Tampoco mascarillas para que la gente no se contagie entre sí. El sistema de salud, precarizado, no puede absorber la oleada de enfermos. Las residencias, privatizadas en manos de fondos buitre cuya única aspiración es la maximización de los beneficios, abandonan a los ancianos a su suerte. No somos capaces de crear un ejército de rastreadores ni disponemos de infraestructuras para confinar a quienes resulten positivos. El resultado es una pandemia que no se va, reeditada en sucesivas oleadas, sin que se contemple como solución el reforzamiento del sistema sanitario. Se opta, ante la impotencia, por convivir con el virus, a fin de que no se caiga por completo el aparato productivo. Pero éste termina sucumbiendo porque la infección persistente obliga a cierres de actividad periódicos. Y cuando llega la vacuna, las farmacéuticas se permiten ningunear a la segunda potencia económica del mundo, la UE, la cual no es capaz de liberar las patentes para garantizar a los europeos y al mundo empobrecido el acceso inmediato a la terapia. Falta, finalmente, dinero público(no existe capacidad recaudatoria) para otorgar ayudas directas a quienes se ven obligados a echar la persiana.
Ha tenido que venir el Covid para que percibamos, en toda su magnitud, la devastación provocada por el sistema neoliberal. Que le ha ido muy bien a unos pocos que se han enriquecido, pero que ha dejado a la gran mayoría inerme ante la imprevisibilidad del futuro. Ni la salud, ni el empleo, ni los ingresos están ya garantizados, como ocurría en las décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial. A pesar de que nuestras sociedades occidentales son más ricas que nunca.
Hay que reconstruir el Estado y el sistema fiscal que lo soporta. Y ello no atenta contra la libertad, porque una sociedad no puede ser libre si no es igualitaria y segura.
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