Frente Popular del Siglo XXI
España entró en 1936 bajo unas circunstancias extraordinariamente graves. La derecha cedista llevaba dos años(lo que se ha conocido como ‘bienio negro’) influyendo en la tarea de gobierno o participando en él. En ese período se ocupó de desmontar la política reformista del primer bienio republicano, acentuar la injusticia social y encarcelar a miles de sindicalistas que en el 34 se levantaron contra un gobierno que desde el primer momento conspiraba contra la legalidad republicana. Hasta tal punto esa derecha no disimulaba sus últimas intenciones, que en ese tiempo no dudaba en postular un sistema ‘totalitario’, a imagen y semejanza de los fascismos italiano y alemán, con los que había ido estrechando relaciones desde que alcanzaron el poder.
En la España que se adentra en 2019 vivimos una situación que, sin poder asimilarse al dramatismo y gravedad de mediados de los 30, en términos cualitativos sí que presenta no pocos paralelismos con aquella época. Hasta hace unos meses, una derecha crecientemente endurecida ha gobernado un país con la misión fundamental de afianzar una desigualdad sin parangón en los países de nuestro entorno, expoliar los recursos públicos mediante una maraña infinita de tramas corruptas y cercenar las libertades mediante leyes mordaza y la cooptación del poder judicial. Desbancada esa derecha a consecuencia de una sentencia judicial relacionada con la corrupción, en estos momentos acumula fuerzas para recuperar el poder. Y lo hace con una agresividad extraordinaria porque muy ‘altas’ son las tareas que se plantea desde la acción de gobierno: nada más y nada menos que desmontar definitivamente el Estado del Bienestar, privatizar los servicios públicos, conducir los salarios a un mínimo vital, recentralizar el Estado acabando con las autonomías, acabar con los derechos cívicos(fundamentalmente de las mujeres), criminalizar la protesta social y, de paso, intervenir sobre la Justicia abruptamente, sin disimulos, para que los procesos e investigaciones por corrupción se queden en nada.
Y es que así lo han dicho, ciertamente con un envoltorio algo diplomático(Casado), aunque otros con la tosquedad histórica que les caracteriza(Vox). En cualquier caso, todas las derechas parecen empeñadas en acabar con sus ‘complejos’ históricos, así que van de frente y sin esconder sus intenciones.
En los años 30, al intento de llevar España a la barbarie se respondió con la unidad de todas las fuerzas democráticas, desde los republicanos de centro hasta el sindicalismo libertario. Fuerzas políticas que hasta entonces habían estado enfrentadas, incluso violentamente, tuvieron la altura de miras y el sentido de la responsabilidad suficientes como para aparcar sus diferencias y unirse, sin sectarismos, en torno a un programa común de naturaleza democrática y moderadamente progresista. Y ganaron, aunque la derecha no admitió su derrota y dio un golpe de Estado que condujo a la guerra civil.
En estos momentos, la derecha también pretende vaciar por completo de contenido la democracia, legalizando la injusticia social y la arbitrariedad política, con un programa de máximos que nos lleva al Brasil de Bolsonaro. El tripartito victorioso en Andalucía(cuya primera medida ha sido bajarle los impuestos al 1% más rico de la población) quiere el poder en toda España.
En este contexto, se da la urgencia histórica de evitar esa regresión. Y frente a esa amenaza para la vida y las libertades de la gente, sobran los infantilismos, los egos, los codazos por los puestos en las listas, el punto y coma que separa tu proyecto del mío, etc. No queda otra, para las fuerzas y colectivos progresistas, que unirse en un frente muy amplio, diverso y plural, en el que forzosamente han de diluirse esos compartimentos estancos que son los partidos políticos, sobre la base de un proyecto ciudadano y popular con liderazgos surgidos del propio movimiento, y no de los aparatos partidarios.
En definitiva, un Frente Popular del siglo XXI, con un programa básico de recuperación de derechos sociales, laborales y políticos. Con la ventaja, sobre aquel Frente del año 36, de que la derecha, cuando pierda, no podrá dar un golpe de Estado.
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