Patrice Lumumba, independentista y revolucionario
El 17 de enero de 1961 Patrice Lumumba fue ejecutado por un escuadrón colaborador de la CIA en Jadotville y luego cortado en pedazos, exactamente como ocurriría siete años más tarde con otro revolucionario, Ernesto Che Guevara, también ejecutado por un ejército colaborador de la CIA, en Bolivia.
Lumumba (I)
En la ceremonia de independencia del Congo, el 30 de junio de 1960, hubo dos oradores: el rey Baudouin de Bélgica y el revolucionario Patrice Lumumba. El rey y los dueños de las minas del Congo sabían que se trataba de una formalidad. Lo que importaba eran los minerales de la provincia de Katanga, donde aún hoy cientos de miles son esclavizados para extraer el cobalto esencial para las baterías que mueven el mundo moderno.
En su discurso, el rey les recordó a los congoleños que su familia había emprendido en África “la misión de civilizar” su nuevo país. No por casualidad, la ceremonia se desarrolló en el Palais de la Nation, en la capital, Léopoldville, nombrada así en honor al rey Leopold II, bajo cuyo reinado fueron asesinados más de diez millones de congoleños. El Congo no era un país, ni siquiera una colonia; era una empresa familiar que transfería inmensas riquezas a Bélgica y, a cambio, civilización para los esclavos salvajes.
Mientras escuchaba, Lumumba debió recordar los millones de congoleños asesinados y los millones de jóvenes esclavizados y torturados con la sistemática amputación de sus manos como castigo por la baja producción de sus padres. Larga historia que se repitió a lo largo y ancho de África a manos de otros imperios europeos tan civilizados como el belga. Empresa que enriqueció por siglos a Europa y que el poeta inglés Rudyard Kipling llamó “La pesada carga del hombre blanco”.
Cuando el rey finalizó su discurso educador, Patrice Lumumba debió esperar que se calmaran los aplausos de una audiencia diversa y equitativa, compuesta por una mitad de blancos y la otra mitad de negros, para leer su discurso. Pero Lumumba, mirando a su audiencia desde unos lentes similares a los de Malcolm X, decidió contestar al discurso de su predecesor. En su improvisación, recordó “la historia humillante” de su pueblo, escrita con “lágrimas, fuego y sangre” y llamó a construir una verdadera independencia del Congo.
Las palabras del flamante Primer Ministro negro no agradaron ni al rey ni a las compañías europeas ni a Wall Street. Intentaron comprarlo con lujos y dinero, recurso que nunca fallaba. Pero esta vez falló. Por el contrario (con una lengua difícil de sujetar, en su breve residencia en la casa de gobierno) mencionó no sólo la corrupción que iba a mantener subyugados a sus pueblos en la nueva era neocolonial, sino que recordó también que Washington mantenía privilegios en las minas de uranio, de las cuales había salido el material para construir las bombas atómicas que arrasaron con Hiroshima y Nagasaki quince años atrás.
El director de la CIA, el poderoso presbiteriano Allen Dulles tenía un plan que había funcionado en Irán y en Guatemala pocos años antes: (1) demonizar al líder peligroso a través del secuestro de los medios de comunicación y (2) eliminarlo, que parezca un accidente o que lo hicieron otros.
Una de las conexiones para lanzar este plan fue el embajador de Estados Unidos en Bélgica, el banquero y filántropo William Burden, para quien Lumumba era “un mono sucio”. Al igual que ocurrió con el golpe que removió al presidente Árbenz en Guatemala seis años antes, Burden y los estadounidenses que participaron en la campaña de difamación de Lumumba tenían inversiones en las compañías congolesas. Allen Dulles no solo era accionista de la UFCo. que destruyó la democracia en Guatemala y la hundió en 40 años de genocidios, sino también de la American Metal Company que explotaba varias minas en el Congo, y cuyo CEO era otro filántropo amigo, Harold K. Hochschild. De hecho, Hochschild fue uno de los fundadores del Instituto África-América en Nueva York para educar y promover “los futuros líderes de África”, como se repite aún hoy en día en diversas instituciones de educación terciaria en Estados Unidos. El Africa-America Institute (aunque sin que la mayoría de sus integrantes lo supiera) también recibió financiación de la CIA. Lo mismo había hecho la Agencia con otros centros de educación en América Latina. Por mencionar solo un caso.
Ningún alma religiosa y civilizada quería al líder nacionalista que se había atrevido a usar el lema “El Congo para los congoleses”. Bueno, “Estados Unidos para los estadounidenses” está bien, porque aquí no queremos razas inferiores ni pobres invasores. Cuando las razas inferiores levantan la misma bandera, no por xenofobia sino para luchar por su independencia, es una prueba de su maldad. El 27 de noviembre de 1959, antes de que Lumumba fuese elegido Primer Ministro, Burden le escribió al director de la CIA, Allen Dulles para que detenga las manifestaciones independentistas en el Congo que se podían extender a otros países, con el “uso de nuevas armas, como los gases que han sido desarrollados…”
Como lo hiciera Fidel Castro un año atrás, y con el mismo propósito, en julio de 1960 Lumumba viajó a Washington para asegurarse que sus planes independentistas no iban a enfrentar un enemigo letal, pero para setiembre su autoridad ya era desconocida por el jefe de las fuerzas armadas y preferido de Washington, Mobutu Sese Seko. La designación de Mobutu como comandante en jefe del ejército por el mismo Lumumba, es parte de una larga tradición de traiciones militares a líderes revolucionarios en varios continentes.
El informe del Senado de Estados Unidos del 20 de noviembre de 1975, reveló que la CIA ya había ordenado el envenenamiento de Lumumba en 1960. Como los doctores de la CIA habían observado en sus fotos una dentadura particularmente blanca, asumieron que Lumumba debía cepillarse los dientes, por lo que recomendaron envenenar la pasta dentífrica que usaba.
Según trascripciones de gobierno, en agosto, Alland Dulles envió un cable a la oficina de la CIA en Leopoldville para que “el objetivo principal y urgente [sea] la remoción de Lumumba”. En agosto, el presidente Eisenhower (acusado en su país de ser un instrumento del comunismo) había autorizado a la CIA a eliminar a Lumumba, aunque la historia muestra que estas autorizaciones eran más bien simbólicas. El 19 de setiembre, según documentos desclasificados mucho después, el presidente confesó que, pese a que los soviéticos no tenían el poder de perturbar la política en el Congo, de cualquier forma él quería que Lumumba “fuese arrojado a un río lleno de cocodrilos”.
Lumumba (II)
Perdido por perdido, Lumumba decidió solicitar ayuda a la Unión Soviética, la que envió algunos armamentos que no fueron suficientes para evitar la destrucción de la revolución independista del Congo sino, por el contrario, echaron combustible al fuego de la propaganda occidental. Para entonces, aunque los vínculos de Lumumba con Moscú eran menos relevantes que los de cualquier potencia occidental, aunque el mismo Lumumba había insistido en que “el Congo no será un satélite ni de Moscú ni de Washington” (o por eso mismo) ya era conocido como “el Diablo”.
Poco después, los agentes belgas y estadounidenses se pusieron en contacto con el general Mobutu. Al mismo tiempo, la CIA reclutó mercenarios europeos para infiltrar la guardia de la ONU que protegía la residencia de Lumumba y se aseguró escuadrones de ejecución para terminar con el líder revolucionario. Los mercenarios quedaron registrados bajo los códigos QJ-WIN y WI-ROUGE. Como plan B, se envió la pasta de dientes envenenada, otra obra maestra de Sidney Gottlieb, cerebro del infame proyecto de drogas y control de la mente MKUltra.
Finalmente, la CIA, una de las agencias literarias más efectivas del siglo, logró que Lumumba escapara de su arresto domiciliario, protegido por las fuerzas de la ONU, para que cayera en territorio de Mobutu. El plan de Lumumba era llegar hasta Stanleyville, territorio todavía bajo poder de las guerrillas independentistas. Cuando logró cruzar el rio Sankuru, donde lo esperaba un grupo de seguidores, escuchó el grito de su pequeña hija de cinco años, la que, junto con su esposa, habían sido secuestradas pese a la protección de la ONU. Aunque sus seguidores le rogaron que no volviese, Lumumba volvió a cruzar el río. En la otra orilla, por un momento logró convencer a los soldados de Mobutu para que se pusieran del lado correcto de la historia. Luego de unos minutos de silencio en que la historia del Congo y de África pareció depender de una moneda arrojada al aire que no terminaba nunca de caer, los soldados fueron amenazados por el Capitán Pongo con serias consecuencias por desacato. Como suele ocurrir, la historia se decidió por las migajas. Los soldados comenzaron a golpear a Lumumba y a su hija. Transportado a la capital, Léopoldville, Lumumba fue torturado de nuevo, esta vez frente a las cámaras de televisión y luego recluido en una cárcel de extrema seguridad.
En diciembre, luego de una visita al Congo, el senador y candidato a la presidencia John F. Kennedy prometió cambiar la política exterior de Estados Unidos y liberar a Lumumba. No por casualidad, poco después el reportero del New York Times Paul Hoffman aterrizó en el Congo. Como lo describe David Talbot en su libro The Devil’s Chessboard, Hoffman era un austriaco ex colaborador de los nazis en Europa, colocado como periodista del Times en Roma por la familia Angleton. Hoffman tenía una clara inclinación contra Lumumba. Talbot observa que casi todos los informes del New York Times insistían en calificar a Lumumba como “inexperiente e irresponsable” cuando no “dictador”. Los reportes de Hoffman sólo radicalizaron esa estrategia de desacreditar y demonizar al líder independentista como un fantasioso, como una “Alicia en el país de las maravillas”, a pesar de lo cual, aún desde prisión, según el reportero estrella, Lumumba continuaba tramando el asesinato de blancos y facilitando el ingreso de armas soviéticas al país.
Para evitar cualquier error de cálculo, Lumumba fue trasladado a Katanga, la provincia más rica en cobre y minerales en manos de secesionistas y de sus más feroces oponentes. Según la misma CIA, este traslado significaba una sentencia de muerte para Lumumba. El 17 de enero de 1961, en Jadotville, el rebelde fue ejecutado por un escuadrón y luego cortado en pedazos, exactamente como ocurriría siete años más tarde con otro revolucionario, Ernesto Che Guevara, también ejecutado por otro ejército colaborador de la CIA en Bolivia.
El destino trágico y humillante de Lumumba sería repetido cincuenta años después por un líder que, como muchos otros del mundo árabe, africano y latinoamericano había entendido los peligros de una democracia abierta: Muammar Gadafi. A principios del nuevo siglo, el líder libio había propuesto relanzar una liga Panafricana, por lo cual fue derribado por las civilizadas y democráticas potencias occidentales y brutalmente asesinado frente a cámaras, también por “fuerzas opositoras”. Nada nuevo. El mismo año del asesinato de Lumumba, la CIA participaría en un intento de golpe contra el mismo presidente francés, Charles de Gaulle, previa campaña propagandística en los medios, para evitar la inminente independencia de Argelia. Dulles consideraba que una Argelia independiente sería una puerta abierta para los soviéticos en África. No por casualidad, según la U.S. Energy Information Administration, actualmente publicado por la misma CIA en su sitio oficial, Argelia era “el principal productor de gas natural de África, el segundo mayor proveedor de gas natural de Europa fuera de la región, y uno de los tres principales productores de petróleo de África”.
Luego del asesinato de Lumumba y el establecimiento de la brutal y corrupta dictadura de Mobutu, algunos agentes de la CIA, como Laurence R. Devlin, se enriquecieron en la industria de los diamantes del Congo, al tiempo que continuaron trabajando para la Agencia, según lo informó la comisión Church del senado estadounidense en 1975.
El plan de Dulles se probó exitoso una vez más. ¿Por qué no repetirlo en Cuba? Sin embargo, un año después, la misma fórmula de (1) desinformación y acoso mediático, previo a (2) un ataque o invasión “de otros enemigos”, fracasó. Fracasó por la razón que dio uno de los organizadores, el agente de la CIA, David Atlee Phillips: “Castro y El Che Guevara aprendieron de la historia; nosotros no”. El mismo Allen Dulles, luego que el trabajo estaba cumplido en el Congo, reconoció: “creo que exageramos un poco sobre la importancia del rol de la Unión Soviética en el Congo”. El agente Larry Devlin agregó: “hoy por hoy creo que Lumumba no representaba ninguna amenaza a la seguridad de Estados Unidos”.
En 2002, el gobierno de Bélgica pidió perdón por esta historia. Sólo perdón. No se sabe si le fue otorgado. En 2020, el rey Philippe de Bélgica lloró también. En una carta al presidente del Congo, declaró que “nuestra historia consiste en logros compartidos, pero también en episodios dolorosos. Durante el Estado Libre del Congo se cometieron actos violentos y crueles que continúan pesando en nuestra memoria colectiva. Durante el período colonial posterior, se causaron sufrimientos y también se infligieron humillaciones. Me gustaría expresar mi más profundo pesar por esas heridas del pasado”.
En 2021, Bélgica anunció que, para reparar el dolor causado por algunos siglos de explotación colonialista, en 2024 iban a cambiar el nombre de una calle llamada Leopold II en la ciudad de Gante por el de Patrice Lumumba, compensando económicamente a sus residentes por el inconveniente.
En junio de 2022, las autoridades belgas devolvieron a su hija y al Congo uno de los dientes de Lumumba.