Trumpismo: el hundimiento
En la magnífica película alemana El Hundimiento se recrean los últimos momentos de Hitler en su búnker berlinés, con las tropas soviéticas en los arrabales de la ciudad. La mente del dictador ha construido una realidad paralela, y una de sus últimas órdenes ha sido la de armar a niños y ancianos con lanzagranadas para enviarlos a una muerte segura contra el Ejército Rojo. El pasado día de Reyes, Trump nos ofreció la representación de su particular hundimiento. Mandó a sus fanáticos seguidores a asaltar el Capitolio, en una acción desesperada e inútil, no obstante contar con una evidente pasividad policial, para evitar su salida de la Casa Blanca. También profundamente contraproducente, en la medida que evidenció la naturaleza antidemocrática de la extrema derecha americana y sembró las bases para una división profunda en el seno del Partido Republicano, cuyo preámbulo se expresó en el goteo de cargos públicos que, conforme pasan los días, dejan solo a un enloquecido Trump. Así pues, éste no fue realmente derrotado en Noviembre, sino el 6 de Enero, cuando fracasa su intentona golpista.
El trumpismo no es un fenómeno estrictamente norteamericano. Constituye una suerte de internacional neofascista que, cual pandemia, se ha extendido por buena parte de Occidente. No coincide exactamente con los populismos de derecha europeos, pues el Frente Nacional francés o la Liga Norte italiana están disociados del ultraliberalismo que sí abrazan Vox en España o el dirigente húngaro Orban. Aparte de la propuesta de desmantelamiento del Estado del Bienestar, con las consecuencias fiscales que ello acarrea(bajadas de impuestos a las rentas altas), la corriente hasta ahora capitaneada por Washington se caracteriza por un nacionalismo ultraconservador con ribetes racistas y fundamentalistas religiosos, la eliminación de la división de poderes a través de la cooptación del poder judicial, el rechazo a cualquier medida ambiental y, sobre todo, la consideración de ilegítimo para todo aquel gobierno que no se adscriba a estas políticas. El movimiento, finalmente, se nuclea alrededor del necesario resurgimiento de EEUU como única superpotencia capaz de contener el comunismo chino y demás conspiraciones que, en su paranoia, estarían poniendo en jaque los valores de la civilización occidental. Por supuesto, los anteriores a la Ilustración.
En nuestro país, la carga vírica proveniente del otro lado del Atlántico ha encontrado el terreno abonado de la sociología franquista que impregna buena parte de la sociedad desde la Transición, de modo que el encuentro de ambas toxicidades ha resultado explosivo: las fuerzas conservadoras han asumido, en proporción al lugar que ocupan en el espacio de la derecha, un discurso y unas formas asimilables a las de Trump. Si éste no aceptó su derrota, PP y Vox consideran fraudulento al gobierno surgido de las urnas en 2019. El partido de Abascal, además, lo acusa de criminal.
Por eso no resulta sorprendente la reacción de ambas fuerzas políticas(con el añadido de Ciudadanos, que entra y sale continuamente de la foto de Colón), junto a determinados medios, ante los hechos del Capitolio. En lugar de condenarlos sin ambages ni subterfugios, arremeten contra quienes se opusieron a los recortes de Rajoy a cuenta de una delirante identificación, que ofende el sentido común y hace dudar de la capacidad intelectual de quien la exhibe, entre los verbos rodear(lo que hizo la izquierda respecto del Congreso en 2012)y asaltar(lo que han hecho los trumpianos violentamente). Esta incongruencia lingüística encubre un objetivo político: banalizar lo que ocurrió en la capital norteamericana, restarle importancia, asimilándolo a antiguas movilizaciones pacíficas de los movimientos sociales españoles.
En todo caso, el balance global de todo este asunto es que la ultraderecha mundial ha sufrido un duro golpe político y de imagen. En principio, porque no es lo mismo tener un padrino en la primera potencia mundial que no tenerlo. Y, sobre todo, porque ha quedado al descubierto el verdadero proyecto político que tienen las fuerzas más reaccionarias. Aunque, como hacen aquí, se envuelvan en la bandera de la Constitución y la democracia, y en su nombre anatemicen al gobierno, su pretensión no es otra que la de acabar con los derechos políticos y sociales de la gente, reduciendo el Estado de Derecho a su mínima expresión.
Lo lamentable es que millones de personas siguen creyendo en charlatanes que difunden odio y mentiras para llevar adelante sus siniestros planes, lo que permite a los extremistas mantenerse sólidamente asentados a nivel electoral, como ocurre en nuestra región. Esperemos que lo que esa gente acaba de ver en Norteamérica abra sus conciencias y no se preste a facilitar el acceso al poder de las fuerzas oscuras. Porque si lo alcanzan, no tienen ningún reparo en recurrir al crimen para mantenerlo. Como Trump.
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