Estados Unidos asesinó a los marines del Maine para invadir a Cuba
Han pasado 120 años de aquel fatídico 15 de febrero de 1898, cuando la ciudad de La Habana se estremeció por la explosión del acorazado estadounidense Maine.
Los hechos, preparados de ante mano por el gobierno de Estados Unidos, buscaban el pretexto para invadir la Isla y evitar la victoria de los cubanos en su guerra para independizarse de España.
Al analizar detalladamente los sucesos, se observa que los métodos son similares a los empleados posteriormente en los siglos XX y XXI, cada vez que Estados Unidos desea ocupar militarmente a otro país para apoderarse de sus recursos naturales. Los casos de Corea, Vietnam, Afganistán, Irak, Libia y Siria, lo demuestran con creces.
Una mirada al urdido crimen del Maine, da la medida de lo que puede sucederle a Venezuela en las próximas semanas, pues la coincidencia de hechos no es casual, son los mismos métodos ejecutados por Estados Unidos desde hace 200 años.
Días antes de que el presidente William McKinley, ordenara en 1898 la salida del Maine hacia La Habana, se produjeron un conjunto de actos vandálicos que fueron utilizados por el Presidente para la toma de tal decisión, los que, a la luz de hoy y con la experiencia acumulada por acciones similares, se llega a la conclusión de que aquellos sucesos fueron realmente provocados y financiados por la embajada de Estados Unidos en la Isla.
Los acontecimientos mencionados consistieron en varios disturbios ejecutados por aparentes “seguidores” del Capitán General español, Valeriano Weyler, quien había sido destituido, entre ellos el asalto a diarios que en su línea editorial respaldaban la autonomía de Cuba.
A partir esos “incidentes” callejeros, el presidente McKinley dio la orden de enviar a la Habana al Maine, bajo el pretexto, muy utilizado por los yanquis, de “proteger” los negocios y la vida de los ciudadanos estadounidenses residentes en Cuba.
Muchos elementos prueban que todo fue un plan para invadir a Cuba; basta señalar que Fitzhugh Lee, entonces cónsul yanqui, fue quien calificó la situación en La Habana como “peligrosa” y, por tanto, instó a su Gobierno al envío de un buque de guerra para “proteger” a los estadounidenses establecidos en Cuba, cuando ninguno de los que en ese momento residían en la Mayor de las Antillas corría el más mínimo peligro.
Todo fue diseñado con la idea de entrar en la guerra con España para arrebatarle la victoria al ejército libertador cubano, que la tenía ya en sus manos.
Para lograr sus pretensiones, al presidente McKinley no le tembló la mano para firmar la orden de hundir el acorazado con su carga humana, pues al final los marines muertos serían convertidos en héroes y se les rendirán los homenajes para acusar a España del hecho.
El plan concebía, entre otras medidas, asegurar que todos los oficiales bajaran a tierra porque solo podían morir los marines, entre ellos varios de raza negra. Por ese motivo, el capitán Sigsbee, al frente de las tropas del acorazado, permitió que solo los oficiales dejaran el buque para asistir al homenaje ofrecido por las autoridades españolas, ignorando estas lo que sucedería horas después.
El macabro plan fue elaborado bajo la más estricta compartimentación, e incluso se le ocultó al propio secretario de la Marina de Estados Unidos, John Davis Long, quien dio la orden del regreso del Maine, por considerar que la situación en La Habana no ameritaban su permanencia por más tiempo. Sin embargo, el cónsul, Fitzhugh Lee, no estuvo de acuerdo y Washington aceptó sus argumentos, ordenando prolongar la estadía en la rada habanera, lo que demuestra que era la embajada yanqui quien tenía una fuerte participación en dicha operación.
En la explosión murieron 260 tripulantes al instante y días después fallecieron otros seis, a consecuencia de las heridas.
De inmediato Estados Unidos acusó a España de ser responsable del hecho y se conformó una comisión para las pesquisas, presidida por el capitán de la Marina, William Sampson.
El plan se ejecutaba sin dificultades y el resultado de la comisión investigadora fue que “el Maine había sido volado por una mina colocada bajo el casco de la embarcación, la que a su vez causó la explosión de los almacenes de municiones localizados en la proa”, información registrada en el Reporte Oficial de la Corte Naval, el 22 de marzo de 1898.
Como colofón de esa farsa, el presidente McKinley solicitó autorización al Congreso para intervenir en la guerra hispano-cubana, enviándole un ultimátum a España, exigiéndole su inmediata retirada de Cuba. Al no ser aceptada, Estados Unidos inició sus acciones militares en el oriente cubano, evitando la entrada de las tropas del General Calixto García a Santiago de Cuba, después que este apoyó a los yanquis en el desembarco y combates contra el ejército español.
Al rendirse los españoles, Estados Unidos no impidió la participación a los cubanos en la firma de los acuerdos de París del 10 de diciembre de 1898 y Cuba fue ocupada militarmente por los norteamericanos durante cuatro años, hasta garantizar un gobierno cubano que se sometiera sin condiciones a sus órdenes.
El 13 de marzo de 1962 el Presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor, General de Brigada, Lyman L. Lemnitzer, firmó un memorando dirigido al Secretario de Defensa, contentivo de un conjunto de operaciones para justificar una intervención militar en Cuba.
Dicho documento, ya desclasificado, afirma:
“Organizar una operación similar a la del acorazado Maine. Para esto pudiera volarse un barco norteamericano en la Bahía de Guantánamo y acusar a Cuba de la acción”.
Así son realmente los yanquis, por eso José Martí afirmó:
“…entiendo y tengo ánimos con que realizarlo, de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.
Estados Unidos asesinó a los marines del Maine para invadir a Cuba.