La depresión es una enfermedad que nadie entiende y puede afectar a cualquiera
La depresión es una enfermedad difícil de entender incluso para quien la sufre durante años, además cuando se cronifica golpea sin avisar, en ocasiones sin ningún motivo evidente más allá de que está latente y cualquier cosa o ninguna puede ser el detonante de una nueva crisis.
Es un mal que se extiende junto con la ansiedad y el estrés fruto de una sociedad profundamente enferma donde para adaptarse bien uno debe renunciar lo más posible a su propia humanidad.
«No es un síntoma de salud estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma». Jiddu Krishnamurti.
No es nada fácil no ser capaz de entender lo que te pasa y no ayuda ser consciente de que la mayoría tampoco puede entenderte. Aunque creo que llega un momento en que lo que más daño hace es ver como esta silenciosa enfermedad acaba por aislarte, te deja sin objetivos, te acaba vaciando por dentro y sin saber como llenar ese vacío existencial.
La sociedad no busca personas sanas, solo personas obedientes y productivas, en el sistema capitalista cuando un trabajador se enferma, se estropea, se destruye o lo destruyen, hay más trabajadores que pueden sustituir la pieza rota, el ser humano dañado, somos prescindibles y reemplazables, la salud física importa poco a los amos del sistema, pero la mental parece no importarles nada.
Nunca se ha invertido lo suficiente en salud mental, nunca se le ha dado la importancia que tiene realmente, y ahora que intentan cargarse y desmantelar la sanidad pública, la salud mental sigue siendo el patito feo de una sanidad a la que pretenden convertir en un negocio para unos pocos, en vez de un servicio necesario y fundamental para la mayoría, o mejor dicho, para todos, para la sociedad.
Cuando te rompes una pierna sabes lo que te pasa, saben lo que te pasa, y nadie va a exigir que te pongas a correr con una pierna rota, por ahora por lo menos, pero con la salud mental es muy diferente, porque ponerse en el lugar del otro en una sociedad incapaz de empatizar con el sufrimiento ajeno y cada vez más individualista parece como pedir peras al olmo.
La depresión crónica no se cura, se trata, se intenta llevar lo mejor posible, se trata de salir del pozo negro, se pasa por momentos mejores, por momentos malos, muy malos y por momentos mucho peores, en ocasiones por etapas terribles, y se vuelve a empezar el ciclo.
Desgraciadamente la curación completa de una enfermedad crónica no es posible, por lo menos por ahora no existe desgraciadamente esa cura, esa píldora mágica soñada capaz de hacernos dejar de sufrir.
Existen medicamentos paliativos, terapias de ayuda, gente que trata de ayudar al enfermo, pero tender la mano a alguien con depresión no es fácil, también quema, cansa, y es un peso para la persona que se esfuerza en ayudar a quien por momentos no es capaz ni de ayudarse a si mismo y aún menos de ver con claridad en sus momentos más oscuros.
Hablamos de una enfermedad que puede afectar a cualquiera, a fuertes y débiles, a ricos y pobres, a jóvenes y viejos, a guapos y feos, a famosos y anónimos, una enfermedad que como todas no solo afecta al enfermo, también a su entorno, a su trabajo, a su familia, al día a día, a cada pequeña cosa, es una nube que gris capaz de tapar el sol del día más soleado.
Sé que no es fácil de entender, pero es necesario intentarlo, necesitamos una sanidad pública de calidad, universal y gratuita, una sanidad que también presente atención a la salud mental.
Construir una sociedad más sana, con menos estrés, menos abusos, mejor convivencia, donde romperse sea más difícil, una sociedad más sana será capaz de prevenir mejor todo tipo de enfermedades.