¿Pesimismo, desesperación o fin de la utopía?
Cuando repasamos algunos hechos recientes, principalmente en Colombia y Latinoamérica, lo primero que concluimos es que hemos caído al abismo, a la decadencia absoluta, nos asustamos y nos parece imposible superar este retroceso.
Gobiernos legítimos, amigos de la justicia y de la igualdad social, fueron expulsados arbitrariamente o mediante golpes de Estado, y en su reemplazo fueron elegidos, también tramposamente, funcionarios títeres al servicio de las oligarquías locales y del Imperio gringo. Ejemplos de esto son Honduras, Paraguay, Argentina y Brasil. Otros de extrema derecha sustituyeron a los de derecha: Chile, Panamá, Perú y Colombia. Ecuador está en la mira y Venezuela es el centro del enfrentamiento entre el imperialismo neoliberal y el socialismo del siglo XXI, donde las fuerzas del imperio hacen todo cuanto pueden para arrebatarle sus recursos naturales, en especial el petróleo, utilizando todos los medios posibles (mentiras, golpe de estado, falsas “ayudas humanitarias”, amenaza armada), más todo el apoyo saumiso de sus gobiernos títeres.
Este panorama físico se da debido a la generalización en todo el continente de una cultura oportunista, mezquina, lacaya, antiética, afín al capitalismo, según la cual no existen barreras filosóficas, políticas o ideológicas que impidan obrar de cualquier modo con tal de saciar plenamente y ya sus apetitos económicos y políticos. Su primer principio moral se resume así: “Es natural que medio mundo viva del otro medio o que el vivo viva del bobo, por eso si le dan papaya, cómasela”. Son muchos los ejemplos emblemáticos de corrupción, baste con citar algunos: Reficar, Interbolsa, Agro Ingreso Seguro, Ecopetrol, HidroItuango, Odebrecht, complicidad del Estado con el paramilitarismo, desplazamiento y robo de tierras a campesinos pobres y medianos, cartel de la Toga, venta injustificada de las mejores empresas de Colombia, etc., en los cuales corrieron no sólo ríos de sangre sino de triquiñuelas de toda clase, de elevadas coimas o mermeladas, en detrimento del erario y de la calidad de las obras, así como de la verdad sobre las causas y autores de los crímenes.
Las iglesias ya no tienen como visión buscar la salvación de las personas sino el enriquecimiento individual rápido y abundante; los dineros del Estado no son de nadie porque son de todos y por eso son para exclusivo beneficio de quienes logran sustraerlos de las arcas públicas; se elige como colaboradores a los amigos más astutos y ambiciosos, no a los honestos y decentes porque con éstos no se consigue nada; la justicia es otro medio de enriquecimiento, acomodando las leyes a las exigencias de los clientes donantes más generosos. Muy importante es que nunca se conozca la verdad de los hechos, mejor que haya impunidad. Estos son otros principios básicos de la predominante cultura continental contemporánea.
En esto se ha convertido el neoliberalismo, en la dictadura sanguinaria del capital sobre el trabajo; con el más absoluto cinismo la extrema derecha, adueñada de los poderes estatales, ha regresado a las consignas sionistas, fascistas, nazistas y falangistas. ¿Acaso no han visto y oído las apologías que de esos sistemas inhumanos hacen Trump, Bolsonaro, Macri, entre otros?
Así las cosas, este mundo se ha vuelto invivible para quienes se sienten orgullosos de sus valores tradicionales, pues han pasado a ser los excluidos de la sociedad, los marginados. Todos los derechos humanos están siendo pisoteados por las nuevas ultraderechas gobernantes, ya que la garantía de éstos es un obstáculo insalvable para la aplicación de esa política impositiva y excluyente.
¿Pero cómo revertir tan insólita como maléfica situación? ¿Será que ya caducó el ideal de una sociedad justa e igualitaria con derechos humanos garantizados a cada individuo? ¿O será que, como lo advirtió el filósofo polaco Zigmunt Bauman, «Debemos prepararnos para un largo período que estará marcado por más preguntas que respuestas, y por más problemas que soluciones (…) Nos encontramos (más que nunca antes en la historia) en una situación de verdadera disyuntiva: o unimos nuestras manos o nos unimos a la comitiva fúnebre de nuestro propio entierro en una misma y colosal fosa común»?