Guadi Calvo •  Opinión •  19/05/2021

Afganistán. Hasta siempre míster Biden

Afganistán. Hasta siempre míster Biden

Tras finalizar el alto el fuego decretado por el talibán, por las festividades del Eid-ul-Fitr, (culminación del ayuno) que marca el fin de Ramadán, el mes sagrado del islam, se reinició la escalada militar iniciada por los insurgentes, el primero de mayo, fecha en que tendría que haber culminado la retirada de las tropas tanto de los Estados Unidos y sus socios, que invadieron el país  en 2001, según los acuerdos de Doha, firmados en febrero del 2020, entre la administración Trump y los representantes del grupo integrista. La el presidente Joe Biden, no ha respetado, alargando su presencia hasta el próximo 11 de septiembre.

Durante las primeras horas del 16 de mayo, se comenzaron a registrar ataques contra diferentes puestos del Ejército Nacional Afgano (ENA) cercanos a Lashkar Gah, la capital de la siempre disruptiva  provincia de Helmand, y otros donde según fuentes oficiales habrían muerto 21 terroristas, sin conocerse el número de bajas entre las tropas regulares. Al tiempo que en la provincia de Kandahar, también se reportan acciones.

El reinició de las acciones, pone más presión a la nueva ronda de negociaciones, iniciadas el pasado viernes en Doha (Qatar), donde habían comenzado en septiembre del años pasado para suspenderse tres meses después, sin llegar a acuerdos políticos sustanciales, entre la jefatura del Talibán, y los delegados del presidente afgano Ashraf Ghani. Los talibanes se habían negado a participar de la conferencia propiciada por Washington en Estambul, en abril último, con el fin de acelerar las conversaciones de paz, detenidas en diciembre 2020.

Ghani, no solo debe enfrentar, cada vez más desguarnecido, las presiones del talibán, que está atacando en la mayoría de las 34 provincias afganas, sino la cada vez más virulenta presencia de Daesh Khorassan, que tras el irracional ataque contra una escuela cercana a Kabul, el pasado ocho de marzo, en el que murieron unas noventa personas, en su mayoría alumnas (Ver: Kirguistán-Tayikistán. Algo más que una guerra por el agua) en un atentado explosivo, revindicado por el Daesh, el viernes catorce, contra una mezquita, en Shakar Darah, al noroeste de Kabul, mató a una docena de personas.

Es muy difícil imaginar la situación a la que se precipitara Afganistán, después del once de septiembre, ya que desde 2018, los muyahidines de mullah Hibatullah Akhundzada, han tenido un avance imparable, pasando a controlar 87 de los 407 distritos del país, al tiempo que disputa otros 214, lo que significa un 53 por ciento, del total del territorio nacional. Y amenaza con conquista 16 de las 34 capitales provinciales.

Estas áreas les ha servido a los combatientes: para reclutar y entrenar combatientes, incautar fondos, establecer centrales de reabastecimiento, campamentos, y como plataforma para lanzar ataques a los centros urbanos importantes. El talibán incluso controla yacimientos minerales de varios distritos, los que junto al opio y la heroína, han comenzado a ser una importante fuente de financiación de su guerra.

Este nivel de supremacía, que se produjo mientras las fuerzas estadounidenses y de la OTAN seguían activa, hace que nadie crea que Kabul, pueda sostener una línea de defensa, acorde a el reto que deberá enfrentar, si los mullahs, disponen a seguir avanzando y finalmente asaltar la capital.

El mando talibán de intentar honrar los acuerdos con Washington deberá sofrenar a los mandos medios que ve la victoria al alcance de la mano, muchos de ellos hombres de treinta y pocos más años, que han entrado a lo organización siendo prácticamente niños y tras veinte años de sacrificios, habiéndolo entregado todo y con miles de sus hermanos inmolados en esos combates, resignarse a no coronar la guerra con una victoria total, pondrá en un brete al mullah Akhundzada, quien sin duda enfrentará fuertes remezones internos, los que se saldaran con muchas vidas de leales y heroicos combatientes, mientras que otros no dudaran en mudarse al Daesh Khorassan, que está dispuesto en continuar la guerra, hasta lograr la creación de un Estado Islámico, lo que en apariencia podrá posibilitar, la retirada de los norteamericanos, para quienes volver abiertamente al terreno sería prácticamente imposible desde el punto de vista político ya que. Washington, lo asuma o no se retira militarmente derrotado, y políticamente tan golpeado en su frente interno, que no existen plafón, para que hasta después de varias administraciones Estados Unidos vuelva a intentar una aventura similar a la afgana, sino es por una razón de peso y constatable y no como el fantasmal ataque a las torres, el que a casi veinte años de sucedido sigue generando cada vez más dudas.

América, no es un buen amigo.

Mientras las fuerzas invasoras de occidente se aprontan a abandonar Afganistán y los Talibanes relamen su victoria, los ciudadanos del país los casi 34 millones de habitantes no saben cuál será finalmente su destino, y si por los próximos años le tocara vivir en una democracia cada vez más afianzada o de un golpe aterricen, una vez más en el siglo XII lugar donde los talibanes sumergieron al país entre 1094 y 2001.

Si bien para el ciudadano común la angustia, sobre su futuro inmediato debe ser acuciante, para un amplio sector de esos ciudadanos, que han colaborado con los invasores, conocen de antemano cual será ese futuro, con mucha suerte una muerte rápida.

La mayoría de ellos han servido de intérpretes, a las tropas norteamericanas en operaciones y otros han sido personal civil que trabajaron para el gobierno estadounidense y diferentes agencias de la OTAN, que no han podido acceder a lo que se conoce como visa especial de inmigrante (SIV), un programa creado en 2009, similar al que también se implementó en Irak. Muchos de sus posibles beneficiarios se han quejado de lo complejo que son los trámites mucho más a partir del estallido del COVID-19.

El sistema de visas en las últimas semana ha sido ampliado por el Congreso norteamericano a unas 26500, aunque todavía quedan otras 18 mil sin resolver, aunque se estima que en verdad han sido 300 mil los civiles que han trabajado para los Estados Unidos, sin contar a sus familiares directos, a los que había que sumar también a los “señores de la guerra” (líderes regionales), con algún poder de fuego desde la guerra antisoviética, que a partir de 2001, tras aliarse a los invasores han sido financiados y rearmados por estos ejércitos y cuyas familias y sus combatientes serán también objeto de las represalia del talibán

Los asesinatos selectivos, en las calles de Kabul, están alcanzando proporciones alarmante, periodistas, catedráticos, jueces y funcionarios, han sido las víctimas elegidas por los sicarios que operan libremente, dándole un aspecto todavía más sombrío a la retirada norteamericana. El aviso de los integristas es claro, “no olvidaran” y las ejecuciones van a continuar más allá de cualquier fecha. Desde 2016 más de 300 traductores han sido asesinados. Lo que preanuncia las características del matadero en que se convertirá el país a partir de que los últimos militares norteamericanos los abandone. Ya que las venganzas casi personales, escapan del control de los mullahs, si es que las quisieran evitar.

Mientras, el Secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, se comprometió a ayudar a los antiguos colaboracionistas. Lanzando una revisión de los SIV, controlando las demoras e incorporando medidas antifraude, en una carrera de llegar con la burocracia antes que una bala vengadora, que diga: “hasta siempre míster Biden”.

*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.


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