Las policías y la Guardia Civil deben proteger nuestro buen nombre
Carta abierta al ministro Grande-Marlaska
Mi querido amigo y ministro: No se inquiete al empezar a leer esta carta. Si no fuera porque estoy confinado en mi casa de Barcelona, encerrado como un tigre en su jaula, y vigilado constantemente por mis hijos y por Paloma, mi mujer, que tan solo me permiten bajar a la calle para que mi perrito gitano, Lucky, recogido de una inmensa perrera, haga pipí, trataría de verle personalmente y entregarle en mano esta carta.
Y digo que no se inquiete porque no es mi intención criticar el inmenso trabajo que está desarrollando en estos días de nubarrones negros en que el bicho malo que nos invade está causando tanto daño y tanto dolor a todos los españoles. Y de forma muy especial a nosotros, los gitanos y gitanas de este gran país que es España, que además de padecer la furia del maldito virus que se ensaña en aquellos barrios donde vive la gente más humilde, hemos de soportar los brotes racistas de quienes echan sobre nosotros la culpa de su propagación.
Pero como intencionadamente he querido que esta carta tenga carácter abierto, ―cosa que inmediatamente aclararé― tal vez deba dar una explicación de por qué me dirijo a usted con tanta familiaridad. Es muy sencillo: porque sé de muy buena fuente que siempre ha tenido una natural predisposición a echarnos una mano en nuestra lucha por lograr que los derechos que durante siglos nos han sido negados, ahora, en democracia, nos sean reconocidos. Y además porque las veces que he coincidido con usted han sido de una extrema cordialidad. Especialmente la última. Verá:
Ni García Lorca hubiera imaginado aquella estampa
Días antes de que tomara posesión de su nuevo mandato como Ministro del Interior, el día 13 del pasado mes de enero, recibí una comunicación de su secretaría transmitiéndome su deseo de que asistiera al acto que se celebraría en el salón de actos del ministerio. Como es natural ajusté mi agenda de aquel día para estar junto a usted en un acto lleno de simbología y de esperanza. Debo confesarle que el Ministerio del Interior no es el que más he frecuentado a lo largo de mi vida parlamentaria, a pesar de que quien estuvo al frente de esa importantísima cartera fuera, en los primeros años de la democracia, mi buen amigo y compañero, José Barrionuevo, almeriense por más señas, tierra entrañable que he representado en el Congreso de los Diputados durante dos legislaturas.
Pero terminó el acto y quienes estábamos en el salón nos levantamos para darle la mano y desearle un buen mandato. Lógicamente se produjo un ligero revuelo entre quienes querían pasar primero para saludarle. Usted no lo sabe, pero yo se lo cuento ahora. Cuando me presenté en el salón, alguien de su oficina de protocolo me dijo que le acompañara para indicarme donde me debía sentar, y mire por donde que el lugar señalado era junto a la fila donde estaban sentados creo que siete generales de la Guardia Civil. Ni García Lorca hubiera imaginado esa estampa.
Luego, cuando me retiré de usted, alguien que me conocía, no pudo por menos de decirme:
―Caray, Juan de Dios, ¿qué has estado hablando con el ministro tanto rato? Tú no te habrás dado cuenta, pero yo puedo decirte que a los que iban detrás de ti, los generales de la Guardia Civil, no han estado ni un segundo más de lo que permite un saludo de cortesía.
Para eso también sirven los amigos
Me voy a permitir la libertad de pedirle un señalado favor: Diga usted a la policía y a la Guardia Civil que cuando redacten sus atestados, como consecuencia de alguna detención o acción policial en cualquier acto de investigación, no digan ni escriban la palabra gitano o gitana como presuntos implicados en el hecho. Esa referencia, señor ministro, nos causa un daño irreparable y acrecienta los instintos criminales de los racistas que nos acusan de ser la encarnación de todos los males.
Las circunstancias que estamos viviendo por causa de esta pandemia horrorosa está haciendo que los medios de comunicación, ciertamente no todos, se ocupen de nosotros al señalarnos como destinatarios de las iras y los ataques de quienes, amparándose en la impunidad de las Redes Sociales, nos señalan como culpables de los males que acosan a toda la ciudadanía. Combatir este comportamiento de los medios de comunicación es tarea ardua que exige mucha dedicación y cuyos resultados no serán fruto que se pueda recoger de un día para otro. Pero no es lo mismo con la tarea informativa de las fuerzas de seguridad del Estado. La policía, Guardia Civil, las policías autonómicas y las urbanas son fuerzas disciplinadas que actúan siempre a las órdenes de sus superiores.
Esto es lo que le pido, señor ministro. El año pasado, cuando hacía nada que usted había accedido al cargo, le recordé que siendo Ministro del Interior Rodolfo Martín Villa, en el gobierno del primer presidente constitucional Adolfo Suárez, me abordó en un Pleno del Congreso y me dijo:
―Quiero hacerle un regalo para que lo conserve usted entre sus recuerdos de esta etapa. Aquí tiene el original de la orden que acabo de enviar a todas las Comisarías de Policía de España y a todas las Comandancias de la Guardia Civil del país. En esta orden digo que a partir de ahora no se utilice la palabra “gitano o gitana” cuando se redacte alguna diligencia relacionada con la comunidad gitana. Y que cuando sea absolutamente imprescindible la identificación de alguna persona tampoco se diga “gitano” sino que se proceda a su descripción en términos parecidos a “de color moreno” o “de pelo ensortijado”, etc.
Hoy una orden así es más necesaria que nunca
Es verdad que muchas veces son los propios periodistas los que, ignorando lo que establecen los códigos deontológicos de la profesión en las democracias consolidadas, usan y abusan del origen étnico o de la procedencia territorial de aquellos a quienes retratan en sus crónicas. Olvidan, o lo hacen intencionadamente, que los profesionales de los medios deben evitar hacer referencia a la raza, al origen o a la cultura de las personas “en contextos peyorativos”. Así consta literalmente en el Código Deontológico Internacional de la profesión periodística.
Sin embargo, señor ministro, si eso lo pedimos a los periodistas porque sin su colaboración todos nuestros esfuerzos serían inútiles, a usted le reclamamos que actúe con la autoridad que posee y con los instrumentos jurídicos que le proporcionan las leyes. Especialmente la Instrucción 16/2014 de la Secretaría de Estado de Seguridad, por la que se aprueba el «Protocolo de Actuación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad para los delitos de odio y conductas que vulneran las normas legales sobre discriminación». En el punto 4.3 de la citada Instrucción se da orden a las fuerzas policiales que “velarán por los derechos constitucionales al honor, intimidad e imagen de los detenidos, con respeto al derecho fundamental a la libertad de información”.
Cada vez que las fuerzas de seguridad del Estado hacen referencia a la “etnia gitana” lo hacen para poner de manifiesto la “pertenencia de un individuo a un grupo o a una comunidad que comparte una lengua, identidad simbólica, ideología, cultura y en algunos casos ciertos rasgos físicos visibles, que los diferencian del resto de grupos o comunidades”.
Señor ministro, querido y respetado amigo, utilice usted la citada Instrucción de la Secretaria de Estado de Seguridad para corregir los prejuicios que todavía existen en una parte de la sociedad española contra nosotros. Lo tiene fácil. El texto de la Instrucción dice textualmente que “los prejuicios son tendencias evaluativas dirigidas hacia los grupos sociales y sus miembros. Generalmente, los prejuicios hacia grupos étnicos y nacionales se caracterizan por ser valoraciones negativas”.
Lo celebraremos y los Cuerpos de Seguridad del Estado también. Porque la policía de hoy, como la Guardia Civil de la democracia no tienen nada que ver con aquellos hombres, de los que nos hablaban nuestros abuelos, que nos perseguían y daban patadas a las ollas humeantes en que las gitanas preparaban la comida de la familia en nuestro deambular por los caminos de España.
Y si todavía quedara alguno, heredero de aquel instinto antigitano, que se fastidie. Porque la Ley también nos protege a nosotros como al resto de los españoles.
* Juan de Dios Ramírez-Heredia. Abogado y periodista