Señor Vargas Llosa, Petro sería presidente en la primera vuelta sin el acecho de francotiradores tirando a matar
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Si el escrutinio de las elecciones del próximo domingo en Colombia no está intervenido, Gustavo Petro debería ganarlas, incluso en la primera vuelta. Desde el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, un caudillo liberal acribillado por el régimen liberal – conservador, el mismo régimen que antes asesinara a Rafael Uribe Uribe y después a Carlos Pizarro, a Pardo Leal, a Bernardo Jaramillo, a Luis Carlos Galán y a Álvaro Gómez Hurtado, todos ellos candidatos a la Presidencia de la República de Colombia, con altas posibilidades de llegar a conseguirlo; no se había visto un fervor tan grande de esperanza en las plazas colombianas, repletas de seres humildes y ciudadanos incorruptibles que ven ahora muy cerca el derribo de las mafias políticas que tienen al democrático país suramericano al filo del abismo.
Debería ser así, señor Mario Vargas Llosa. No al contrario. Desafortunadamente, para esas masas sedientas de paz, existen varios francotiradores a nivel nacional e internacional. Uno de esos francotiradores es Usted, señor Vargas Llosa, en contubernio con los grandes monopolios de los medios de comunicación, el capital internacional y los dictados del mercado global, que constituyen el eje central de apoyo a títeres y titiriteros de la gran corrupción y el estado de guerra que vive Colombia.
A nivel nacional, para que las cosas salgan como deben salir, Usted debería ayudar a cerrarle el paso a esas poderosas mafias que sin ningún recelo, preparan las emboscadas a una posible democracia plena con justicia social. Debería saber Usted, y ser más responsable como creador de opinión, que esas mafias que han doblegado al país por más de 200 años, tienen las armas bien aceitadas y las instituciones del Estado a pleno rendimiento para atravesarse en el camino a una presidencia de Gustavo Petro. Sé que Usted lo sabe. Y sé también por qué lo oculta.
El principal francotirador de la posible Colombia Humana se llama Registraduría Nacional del Estado Civil. Todo su sistema digital está manipulado para provocar el resultado que la mafia espera. Luego está la Procuraduría General, para luchar sin descanso, hasta último momento, en su empeño de encarcelar a Gustavo Petro, el candidato anti mafia de las elecciones del próximo domingo.
Tienen en el campo de batalla a las agencias encuestadoras que, a pesar de ver cómo el país entero se vuelca con su candidato, siguen dando como ganador al jefe de los francotiradores Álvaro Uribe Vélez y a su marioneta de turno Iván Duque. Tienen bajo control a los jurados de votación, a propósito, escogidos, en su gran mayoría, y según denuncias de las propias campañas electorales, por empresas piratas afines al viejo aparato manipulador.
Tienen mucho dinero para comprar votos. ¿Lo sabía señor Vargas Llosa? En los campos y sectores urbanos deprimidos de Colombia, es como una novela. Los compradores de votos entregan al votante sólo un zapato, del par ofrecido antes de ir a votar, y el otro cuando se retira de la mesa y el encargado político confirma el voto a favor de su jefe. También lo hacen así con el dinero. Rompen por la mitad un billete de 50 mil pesos o dos, y el proceso es similar al anterior. En las tiendas cercanas, se ve a los votantes, pegando con diligencia el billete roto, despojados ya, eso sí, de la dignidad que les daba el poder que acaban de vender.
Y como si esto fuera poco, tienen a los ejércitos privados que siguen la orientación ideológica de un presunto delincuente con cerca de 300 denuncias en los tribunales colombianos por genocidio, corrupción, intervenciones a teléfonos de magistrados, jefes de partidos de oposición, periodistas y un largo etc. Tribunales colombianos pero que no se atreven a llamar a juicio a este titiritero, al sentirse, creo yo, amenazados de muerte por esas bandas de mercenarios que sólo esperan una orden de arriba para actuar no importa contra quién. Titiritero que también tiene prontuarios por tráfico de drogas y casos de violación de Derechos Humanos en la Corte Internacional de Justicia, que es donde existe la confianza de que más temprano que tarde este “gran colombiano” pague sus crímenes de lesa humanidad.
Si los cálculos no fallan, Gustavo Petro debe ser presidente en la primera vuelta. Si no es así, el candidato y con él todos sus seguidores más relevantes, estarán ya en la mira de los francotiradores, es decir de los mercenarios, la fiscalía, el poder judicial, las empresas privadas, los propietarios de las grandes haciendas, los banqueros, que son, y han sido los dueños del país.
Habrá fabricación masiva de testigos falsos para condenar a todos aquellos que hayan osado desafiar al sistema mafioso. La cadena de corruptos activará su software de falsas noticias para engañar y manipular a las bases, para hacerles creer que la guerra es mejor que la paz. Estarán a su disposición, no podía ser de otra manera, los medios masivos de comunicación, los Vargas Llosa, las Cortes Federales de los Estados Unidos, la Fiscalía General Colombia, el Departamento de Estado, los mayordomos del gran capital europeo, todos con la consigna de alargar la vida del régimen mafioso herido de muerte.
La combinación de estos factores, respaldados por el miedo y la incertidumbre que han sido sus puntos de apoyo para mantenerse en el poder, no la amenaza en sí, sino el hecho real en sí, ha llevado a gran parte del pueblo colombiano a ser manipulable. Contra toda evidencia histórica, contra toda lógica humana, contra todo sentido común, y con la ayuda divina de los que cuentan los votos el día de las elecciones, las mafias colombianas aspiran a seguir en el poder y los Vargas Llosa seguir siendo sus acólitos en el concierto internacional.
No creo que el pueblo colombiano que vota por el títere y su titiritero sea cómplice de sus crímenes. Son simples rehenes de sus propias necesidades o ciudadanos que aún creen en sus políticos de siempre y no alcanzan a medir qué significan para el país estas elecciones. Sólo una minoría sabe lo que hace, una minoría inteligente y sin escrúpulos, que percibe además, que la pérdida del poder levantaría la alfombra o activaría el ventilador de las cloacas que han sostenido al sistema de siempre. Minorías que saben dónde están las fosas comunes de los falsos positivos, que es como se conoce a las revelaciones hechas a finales de 2006 sobre el involucramiento de miembros del Ejército de Colombia en el asesinato de civiles inocentes, haciéndolos pasar como guerrilleros muertos en combate dentro de la política de exterminio a grupos irregulares, campesinos y dirigentes asesinados a mansalva. Minorías que saben la suerte de más de 5 millones de personas obligados a huir de su país, de esos otros cinco millos de desplazados internos por la violencia política.
Esa minoría, preferida por el Premio Nobel peruano, es la que sabe dónde están más de 120.000 desparecidos, cuántos campesinos están enterrados en las cunetas y cuántos van a ser asesinados en los próximos años.
Si las cosas son como son, y el sueño de los colombianos se hace realidad, el tiempo de la confrontación, con Gustavo Petro como presidente, estaría llegando a su fin. El gran sueño de Paz de Rafael Uribe, el eco atronador por la Colombia moderna de Jorge Eliecer Gaitán, el Sancocho Democrático de Carlos Pizarro; la Colombia de todos de Pardo Leal y de Bernardo Jaramillo, la nueva política de Luis Carlos Galán y el acuerdo sobre lo fundamental de Álvaro Gómez Hurtado, todos ellos candidatos presidenciales asesinados en campañas políticas de diferentes épocas, por el mismo régimen mafioso que hasta hoy nos gobierna; estaría resumido en el plan de gobierno de Gustavo Petro.
La paz no es ausencia de conflicto. La paz es resolver los conflictos sin tener que disparar un tiro. Lo dijo Lao She hace dos mil años: “El estratega político y militar de élite es el que gana la guerra sin disparar un tiro”. No es el que lleva en camiones a jóvenes de barrios humildes de las grandes ciudades, los asesina y los enseña a la prensa como enemigos muertos en combate. Y si el enemigo quiere regresar a casa, hay que dejarlo llegar. Hay que abrirle paso, no hay que ir a su encuentro con un disparo, o lo que es peor, mantenerlo en la mira de los francotiradores del régimen, que no son pocos.
Al enemigo que regresa a casa hay que adularlo, hay que seducirlo, no hay que ponerlo bajo la lupa de los francotiradores, ante las garras del Departamento de Estado Norteamericano o la Fiscalía Colombiana, ante la manipulación de la Registradora Nacional o materia prima de los Vargas Llosa. Al enemigo que regresa a casa hay que dejarlo llegar, reencontrarse con la esencia de su ser y no cercarlo desde el primer día con los temibles mercenarios. Esa es la peor estrategia militar y política. Es decir, esa no es una estrategia militar o política: es simple delincuencia.