Pappé: “El sionismo fue construido mediante la expropiación de tierras”
Ilan Pappé es un intelectual e historiador israelí, autor de una vasta obra en la cual denuncia al sionismo y la represión constante del Estado de Israel contra el pueblo palestino. En la actualidad es profesor de historia en la Universidad de Exeter, Reino Unido, luego de ser expulsado dela Universidad de Haifa debido a su postura crítica y sus reveladoras investigaciones.
-Ilan, su libro más reciente, escrito con Noam Chomsky y titulado: Sobre Palestina, ofrece un interesante contraste entre las viejas y las nuevas perspectivas de la izquierda sobre la cuestión de Palestina, entre el pensamiento de dos generaciones sobre esta cuestión. Uno de los contrastes más marcados es la cuestión fundamental de la llamada solución de dos Estados: gran parte de la izquierda liberal –siguiendo los pasos de la venerada ‘eminencia gris’ de la izquierda estadounidense, Noam Chomsky– básicamente abandona el principio ético de la igualdad de derechos para todos en nombre del pragmatismo. Usted habla de una vieja conversación versus una nueva conversación, y de un cambio de paradigma. Háblenos un poco más sobre esto.
-La idea surgió porque cada vez que viajo fuera de Palestina y hablo con la gente, las personas tienen dudas acerca de estas ideas de dos estados, un estado, y me dicen: “Usted sabe que es el pueblo mismo el que tiene que decidir. No es nuestro papel fuera de Palestina o fuera del contexto palestino o israelí, dar consejos a las personas sobre cuál solución es correcta o equivocada”. Y yo por lo general respondo –y esa es la cuestión que planteo en el libro– que no es sólo cuestión de si uno apoya una u otra solución; el aspecto más importante de esto es: ¿entiendes las implicaciones que tiene el paradigma de la solución de dos Estados? Porque de lo contrario uno se enreda en preguntas: ¿Es eso posible? ¿Es viable un solo Estado? Y para mí eso no es lo que está en discusión, todavía.
El debate principal es qué se esconde detrás de la idea de la solución de dos Estados. Lo que está detrás de la solución de dos Estados es este concepto: si el movimiento nacional judío y el movimiento nacional palestino llegaron más o menos al mismo tiempo al mismo lugar, y no fueron capaces de resolver la cuestión de a quién pertenece la tierra, y no fueron capaces de reconciliarse, lo que se necesitaba era una suerte de hermano mayor –en la forma de Estados Unidos y Gran Bretaña– que ayudara a estas dos partes a reconciliarse sobre la base de un enfoque yanqui de tipo empresarial, donde se divide la tierra, se divide la responsabilidad, y etc. Y esa es una manera muy equivocada de leer toda la historia de Palestina desde la llegada del movimiento sionista a finales del siglo XIX hasta la actualidad.
Esto no es un conflicto entre dos movimientos nacionales que luchan por el mismo pedazo de tierra. Se trata de la lucha entre un movimiento colonialista de asentamiento que llegó a fines del siglo XIX a Palestina y todavía intenta hoy colonizarla haciéndose de la mayor parte de la tierra con la menor cantidad de población nativa posible. Y la lucha de la población nativa es una lucha anticolonialista. Hay que ir a cualquiera de los estudios de caso históricos de un movimiento anticolonialista luchando contra una potencia colonialista y preguntarse: ¿en algún momento la idea de dividir la tierra entre el colonizador y el colonizado se presentó como solución razonable? Sobre todo para las personas que eran de izquierda o se consideraban a sí mismas como miembros conscientes de la sociedad. Y la respuesta es un rotundo no; por supuesto que nadie admitiría la división de Argelia entre los colonos franceses y los nativos argelinos.
E incluso en lugares en los que hubo colonialismo de asentamientos, es decir, en los que la población blanca en cierto modo no tenía adónde ir, como en Sudáfrica: si una persona progresista sugiriera hoy que había que dividir el territorio de Sudáfrica entre la población blanca y la población africana, sería considerada demente en el mejor de los casos, y en el peor, hipócrita y fascista. Esta lógica, que es tan clara para mucha gente en cualquier otro lugar del mundo, de alguna manera no funciona en el caso de Palestina. Y por eso es tan importante para mí explicar que parte del problema es lo que yo llamo la vieja ortodoxia, el viejo lenguaje que utilizamos, incluso las personas progresistas que apoyan al pueblo palestino. El discurso de los dos Estados en realidad es un lenguaje que no describe adecuadamente la realidad sobre el terreno en Palestina.
-Un problema fundamental que usted plantea es que, a diferencia de la lucha sudafricana, donde los opositores al apartheid no tenían ningún reparo en oponerse a la ideología de apartheid, una gran parte del movimiento de solidaridad con Palestina no se atreve a denunciar la naturaleza del sionismo. Y cuando eso ocurre se lo considera o se lo llama antisemitismo. Comente más por qué esa es una falla fundamental del movimiento.
-Sí, sin duda. Éste es un ejemplo importante. Está conectado con otro término –tal vez vamos a volver sobre esto en la charla–, y es que en vez de hablar de la solución de un Estado, yo sugiero hablar del cambio de régimen.
-Sí, sí. Hemos hablado de eso.
-Los dos están conectados en el sentido de que cuando se analiza la situación en Palestina, cuando nos preguntamos por qué la población palestina fue expulsada masivamente en 1948, por qué a las y los palestinos en Israel se les puso bajo régimen militar entre 1948 y 1967, por qué ese régimen militar fue trasladado desde Israel a Cisjordania yla Franjade Gaza ocupadas en 1967, por qué los beduinos en el sur de Israel y las poblaciones palestinas en el norte de Israel, al igual que los que viven en Jerusalén, están sometidas a una política de expropiación de la tierra y de estricto control en los lugares donde viven, y por supuesto la pregunta: ¿por qué Israel se niega a permitir que los refugiados regresen, e impone un sitio tan inhumano a Gaza?; cuando nos hacemos todas estas preguntas y buscamos la respuesta, sabemos ahora –mejor de lo que sabíamos antes– que la razón de todo esto es ideológica: es la ideología sionista.
Todas estas políticas son tácticas que tratan de conservar la tierra de Palestina como parte de Israel sin considerar demográficamente a las y los palestinos como parte de los ciudadanos y ciudadanas de esa tierra. Y esta idea de segregar los derechos de las personas nos es familiar. Ahora bien, eso es una ideología; no es una respuesta táctica a un problema, ni es sólo una política. Ni siquiera es una estrategia. Es la visión sionista, compartida por todos los partidos sionistas. Y es el principal y casi el único obstáculo para la paz y la reconciliación en Israel y Palestina. No abordarlo, y sólo hacer frente a las políticas israelíes aquí o allá, sería similar a abordar ciertas políticas de Sudáfrica durante el apogeo del Apartheid sin tocar en absoluto al apartheid. Y esto, por supuesto, se complica aún más.
No sólo los políticos y los medios de comunicación y el mundo académico se niegan a reconocer que la razón principal de la inhumanidad que campea en Palestina desde el siglo pasado es la ideología sionista; no sólo lo ignoran, sino que acusan a cualquiera que no lo haga de ser antisemita. Como si quienes condenaban al apartheid como ideología durante el apogeo de ese régimen nefasto hubieran sido acusados de ser anti-cristianos. Como te habrás dado cuenta en el libro, estoy aún más perplejo porque amplios sectores en el mundo occidental que por fin entienden esto, están siendo condenados por antisemitas por sus propias élites políticas; a pesar de que, por cierto, muchas de esas personas son judías.
-Bueno, entonces son “judíos que se odian a sí mismos” (risas). Así que no se puede escapar del estigma.
-No. De hecho, es un fenómeno que si uno lo mira con ojos fríos, es una locura. Es realmente una locura que, por ejemplo, cuando activistas judíos progresistas de Estados Unidos –que estuvieron en la vanguardia de la lucha por los derechos civiles en la década de 1960, que iniciaron el movimiento de solidaridad contra el apartheid en Sudáfrica, que se opusieron al imperialismo en Vietnam, en Chile, en otros lugares– aplican el paradigma universal de los derechos humanos a Israel, se les acuse de ser judíos que se odian a sí mismos; esto demuestra que se trata de algo anormal. Y eso sólo se puede hacer mediante la intimidación, el lobby, la presión y probablemente una buena dosis de islamofobia. De lo contrario, es muy difícil explicar lógicamente por qué esta manera tan humana y normal de analizar la situación es tratada así.
-En su libro, Sobre Palestina, en coautoría con Noam Chomsky, usted habla del término “ortodoxia de la paz”, al que considera como una tendencia más racista que pragmática. Usted llega a decir que entre los defensores de la solución de dos estados “el diccionario de la ortodoxia de la paz surgió de la creencia casi religiosa en la solución de dos estados. Y eso viene directamente de una versión temporal de 1984 de Orwell”.
-Sí. Es una neolengua. Quiero decir, aquí estoy usando a Orwell en su referencia a la neolengua, ese tipo de lenguaje que no sólo nos impide llamar al pan, pan, sino que designa exactamente lo contrario. Por lo general, una realidad cruel se describe como algo benévolo en la neolengua de Orwell. Y creo que lo mismo pasa con ciertos términos que para mí son sagrados: “paz”, “justicia”, “reconciliación” son tres de las palabras más sagradas en nuestro vocabulario como seres humanos. Ellas realmente representan la forma más alta del anhelo humano de vivir en paz unos con otros, de vivir en una sociedad mejor. Ahora, utilizar estas palabras con el fin de encubrir un proceso que en los hechos logra exactamente lo contrario –en lugar de la reconciliación, siembra más división, animosidad y odio; en lugar de paz, crea la guerra; y en lugar de justicia, mantiene un sistema de apartheid–; usar estas palabras como un escudo protector para describir una realidad que es exactamente lo contrario de lo que significan, eso para mí es incluso peor que el racismo. Es una especie de pesadilla orwelliana que tengo cuando la gente empieza a usar las palabras de esa manera.
Creo que lo que pasó –y yo trato de describirlo en la introducción al libro– es que la idea de los dos estados comenzó como una estratagema israelí sionista después de 1967 para conciliar un problema muy simple: habían expulsado a millones de palestinas y palestinos en 1948, pero debido a su apetito territorial, querían tomar las partes de Palestina que no habían ocupado en 1948 (Cisjordania yla Franjade Gaza); pero con el territorio llegó otro millón y medio de población palestina (hoy en día tres millones). Para conciliar el hecho de que ahora tienen la totalidad de la tierra, pero enfrentan lo que para el movimiento sionista es una pesadilla demográfica, uno de los medios que han utilizado es el proceso de paz.
El proceso de paz fue utilizado por los israelíes como una especie de mensaje para decirle al mundo: “Como pueden ver, ahora le estamos negando a los palestinos en los territorios ocupados todos los derechos humanos y civiles fundamentales. Como pueden ver, estamos expropiándoles sus tierras, estamos construyendo asentamientos judíos en ellas, estamos expulsándoles masivamente y encarcelándoles incluso por atreverse a izar la bandera palestina. Pero todo esto es temporal, por supuesto; cuando llegue la paz, se eliminarán todas estas medidas”.
Por supuesto, se puede entender por qué las personas de izquierda en Occidente sucumbieron a esta explicación después de cinco o de 10 años de ocupación. Todavía se puede entender por qué podrían seguir teniendo esperanza de que los israelíes fueran sinceros, o de que el mundo tiene el poder de obligar a Israel a serlo. Pero después de casi 50 años, aferrarse a esta idea –que es una estratagema israelí para profundizar la colonización de las zonas que ocuparon en 1967 y para eliminar cualquier posibilidad de negociar las zonas que ocuparon en 1948, o el retorno de las y los refugiados– es ser realmente muy rígido y dogmático en la percepción de la realidad. Se podría haber esperado que las voces críticas de las izquierdas estadounidense y europea estuvieran un poco más alertas a la clase de trampa que Israel muy hábilmente les ha puesto.
-Usted dice que la limpieza étnica está en el ADN mismo del Estado judío, que el cambio no puede venir desde dentro y que tendrá que venir, como en Sudáfrica, desde el exterior. De ahí la necesidad de un movimiento mundial para obligar a Israel, o para forzar un cambio de régimen en Israel, como usted decía. Díganos más sobre esta idea del cambio de régimen (que en Estados Unidos tiene una connotación más bien negativa).
-Por supuesto. Lo vinculo a otra forma en que el lenguaje correcto es falseado por la gente. Creo que cuando las masas salieron a manifestar en Egipto y en Túnez, en el mundo árabe y en otras partes, y exigían que cayera el régimen, la mayoría de nosotros se identificó con ellas. Pensamos que era un movimiento masivo no violento de personas que le decían a sus gobiernos: ustedes no son democráticos, son autoritarios; queremos que su régimen cambie.
Pero el único cambio de régimen que funcionó, como sabemos, fue el que fue derrocado por la fuerza aérea y el poder estadounidense junto con sus aliados en Irak y Afganistán. Y las consecuencias terribles de esto se pueden ver hoy en día. Por otro lado, hemos visto la caída de regímenes autoritarios en América Latina y Europa del Este. El cambio de régimen no siempre fue un ataque sangriento de fuerzas extranjeras contra la voluntad del pueblo. Así, cambio de régimen por sí mismo no es un término negativo. Depende de qué régimen se cambia y cómo se lo cambia.
Y acabo de decir que esto es ahora un discurso legítimo entre los estrategas en EE.UU., entre los que diseñan las políticas; y ellos dicen –aunque yo, como tú, tengo muchas dudas sobre su sinceridad– que les gustaría ver a los regímenes no democráticos volverse democráticos. Dejando de lado el cinismo en ciertos casos, es sorprendente que, de nuevo como en el caso de la ideología, cuando alguien plantea esa posibilidad acerca de Israel, inmediatamente lo acusan de que quiere ver la destrucción del pueblo judío. Pero es mucho peor que eso.
Soy consciente de la correlación de fuerzas; incluso con la mayor ayuda exterior, cambiar la realidad en Israel no sería un proyecto fácil. No sería fácil convencer a los millones que viven allí –hoy ya en la tercera generación– de que renuncien a los privilegios, al poder que tienen. Por supuesto, la presión internacional puede ayudar a lograrlo. Pero aún más que eso, tenemos que darnos cuenta de que generar la presión internacional desde el exterior, como cualquier palestino te dirá, es un proceso muy largo y lento.
Y mientras esperamos que la presión exterior se materialice, el ritmo de destrucción sobre el terreno se ha acelerado. Estamos frente al peligro de que, aun cuando tengamos éxito en reclutar esa presión internacional eficaz, quedará muy poco que salvar en la práctica. Y debido a eso, creo que también es importante tener metas realistas para el movimiento que lucha desde dentro.
Hemos creado un movimiento por un solo Estado, al que llamamos TODS (The One Democratic State) en todala Palestinahistórica, incluyendo Ramala, Yaffa, Haifa. Creemos firmemente – palestinos/as y judíos/as–que debemos lograr también pequeños avances hacia un cambio de régimen. Si no podemos obligar al gobierno a cambiar sus leyes de apartheid, sus políticas de limpieza étnica o de genocidio en Gaza, debemos tratar de crear enclaves que muestren que existe una forma alternativa de vivir, que vamos a seguir resistiendo estas políticas como un movimiento masivo.
No es sólo la presión exterior lo que va a funcionar. Creo que es muy importante establecer una meta realista, y que sea viable, para las personas que luchan en la base. Si tú escuchas ala Autoridad Palestina, la única meta por la que las y los palestinos deberían luchar es por un bantustán en Ramala. Esto no despierta la imaginación de nadie, como se puede ver. Ni aterroriza a los israelíes; por el contrario, están muy contentos con semejante objetivo final de la lucha palestina.
No ofrece nada a las y los judíos progresistas que comprenden que viven en una sociedad colonialista pero que sigue siendo su tierra natal, y querrían vivir en una sociedad más justa. Así que creo que el cambio de régimen aquí no es algo para esperar sólo del exterior. Es algo que se quiere hacer también desde adentro, aun si sólo se puede avanzar muy lentamente, paso a paso. Eso une a la gente, le da un objetivo claro, y la aleja de los falsos paradigmas de la paz, como la solución de dos estados.
-Usted acaba de mencionar el término apartheid y el paralelo entre Sudáfrica y Palestina, que de hecho es tan novedoso como inspirador para el futuro. Pero Chomsky, en este libro Sobre Palestina le responde que las cosas no son tan simples y que en Sudáfrica un par de cosas eran diferentes: el asentamiento de los colonos no buscaba, como en Palestina, reemplazar a la población nativa; y en Sudáfrica la intervención militar cubana en los años ochenta contribuyó a la derrota del apartheid, incluso militarmente, mientras que el equivalente no se da en Palestina. ¿Qué responde a estas dos críticas de Chomsky?
-Tiene razón, y hay muchas otras diferencias entre los dos estudios de caso. Pero creo que Chomsky y yo diferimos en una línea tenue –y creo que fue el difunto Edward Said quien definió mucho mejor de lo que yo podría hacerlo esa línea tenue que hay entre un análisis académico y el análisis de un activista. Desde un punto de vista académico, hay muchos aspectos de la realidad de Sudáfrica que son diferentes de la de Palestina; podría mencionar la falta de cualquier equivalente al lobby judío en el caso de Sudáfrica; puedo mencionar también el Holocausto como un elemento decisivo en la historia de Palestina, y no hay nada equivalente a eso en el caso de Sudáfrica.
Y por supuesto, hay diferencias entre la forma en que el régimen de apartheid se manifestó en Sudáfrica y la forma en que el paradigma o la estructura de la limpieza étnica funciona en Israel. Pero éstas son minucias que en realidad no socavan la comparación fundamental, que es la más importante.
Hay tres cuestiones aquí que creo que sólo se pueden entender si uno ve su papel no sólo como erudito que compara dos estudios de caso, sino como un activista que quiere inspirarse en una lucha exitosa y trasladar ese éxito a una lucha que hasta ahora no lo ha tenido.
Los tres puntos son los siguientes: A) La imagen internacional dela Sudáfricadel apartheid y la imagen internacional de Israel. En muchos aspectos, lo que Israel está haciendo es mucho peor que lo que hizo Sudáfrica. Esto ha sido reconocido por líderes sudafricanos y por muchas personas de conciencia en todo el mundo.
Así que ¿por qué no recibimos el mismo tipo de condena internacional, siendo Israel un Estado delincuente, como en el caso de Sudáfrica? Y una de las razones por las que no podemos hacerlo, es porque todavía no hemos hecho lo suficiente para lograrlo. No es imposible: el movimiento BDS ha demostrado en su corta historia, con sus increíbles logros hasta el momento, que podemos hacerlo; definitivamente podemos hacerlo.
B) La inspiración que la generación más joven de activistas, especialmente en Occidente, recibió de la lucha a favor del Congreso Nacional Africano, del movimiento anti-apartheid; eso es muy importante. Yla Semanadel Apartheid Israelí (IAW) ha transformado las universidades norteamericanas y europeas en espacios donde los voceros oficiales israelíes no son bienvenidos. Y esto no se podría haber hecho si nos hubiéramos atenido a un tipo de comparación meramente académica entrela Sudáfricadel apartheid e Israel.
Esto sólo se puede hacer cuando la gente entiende que la misma energía que enfureció a las personas decentes en Occidente acerca de las realidades de Sudáfrica puede enfurecer hoy a la gente sobre la situación de Palestina. Y no hubo ninguna necesidad de inventar la rueda, a pesar de que muchos estudiosos hayan demostrado que el apartheid en Israel es un poco diferente del apartheid en Sudáfrica.
C) En tercer lugar –y para mí el punto más importante–, algo que tiene que ver con los apellidos y los nombres de pila. El apellido familiar es “racismo”. El apartheid sudafricano era una sociedad racista. Israel es una sociedad racista. Sí, tienen diferentes nombres, pero pertenecen a la misma familia. Y esa familia es un paria, al menos oficialmente, en todo el mundo, excepto en un caso. Y no se puede poner de relieve este excepcionalismo sin mostrar el último caso de excepcionalismo que fue desafiado con éxito.
Y creo que por eso es tan importante no atenerse siempre a los datos minuciosos, a la comparación erudita, estricta de categorías y subcategorías, y permitirse a veces dejarse llevar por la energía que proviene de las activistas. Esa energía a veces se da cuenta intuitivamente, no de forma académica, de lo que es y lo que no es comparable; de lo que es fuente de inspiración y lo que no lo es. Por eso estoy editando un libro –que espero que salga muy pronto; la elaboración llevó mucho tiempo por varias razones técnicas– que compara a Sudáfrica con Israel. Soy el editor de esa recopilación.
Se trata de una colección de artículos editados por Publicaciones Zed en Londres. Y allí los estudiosos muestran las diferencias de una forma mucho más detallada de la que Noam describe en el libro. Sin embargo, lo que creo que es común a todos estos estudiosos es la comprensión de que hacer un estudio comparativo con Sudáfrica les abrió los ojos sobre las posibilidades en Palestina, cambió la forma de abordar la realidad de Palestina.
De hecho, es el modelo sudafricano, o el estudio de caso, lo que nos permitió deshacernos de la solución de dos estados, no sólo como una solución imposible, sino también muy peligrosa. Y no creo que se podría haber desarrollado esta perspectiva sin entender cómo funcionó el movimiento colonialista en Sudáfrica.
-De nuevo, en oposición al ‘pragmatismo’ de Chomsky, usted coloca no sólo el derecho al retorno de las y los refugiados en el centro de una eventual solución a la cuestión palestina, sino también la reparación por lo que les pasó durante los últimos sesenta y pico de años. Explíquenos por qué esto no es sólo un sueño utópico, y cómo estas dos condiciones esenciales son fundamentales para una verdadera solución de futuro en Palestina-Israel.
-Sí, en efecto. Creo que mi punto de partida sobre el derecho al retorno es muy diferente del de quienes lo valoran pragmáticamente. Es decir, si es factible, o incluso la cuestión –que de todos modos es discutible– de si Israel tiene la capacidad de absorber tal cantidad de gente, en caso de que todos los refugiados y refugiadas quisieran volver. Creo que esa no es la cuestión ahora, y no es la razón por la que estamos planteando el tema.
El derecho al retorno es un síntoma de la naturaleza racista del régimen sionista en Israel. Ese es el problema principal. La objeción de Israel al retorno se deriva del mismo razonamiento ideológico que hay detrás de la política de judaización en Galilea, la destrucción de aldeas beduinas en el Naqab (Negev) en el sur de Israel, la bantustanización de Cisjordania y la guetización de Gaza.
Se deriva de la misma razón: los sionistas, desde finales del siglo XIX hasta nuestros días, siempre han querido tener la mayor cantidad posible de tierra con el menor número posible de población árabe.
Y por lo tanto, cuando uno apoya el derecho al retorno, no sólo está reconociendo un derecho individual que fue reconocido por la comunidad internacional enla Resolución194 del 11 de diciembre de 1948; no sólo está adhiriendo a todas las convenciones internacionales sobre el derecho de las y los refugiados a regresar; lo que es más importante, uno está rechazando que sea legal, moral y políticamente aceptable la idea de que la población indígena no tienen derecho a vivir en su propia tierra. Y creo que ese es el tema principal.
Ahora, por supuesto –y otra vez voy a la diferencia entre el trabajo académico y la perspectiva activista– los académicos le dirán, y con razón, que si usted hace un análisis antropológico de la población palestina que está en los campamentos de refugiados, entre los palestinos que viven en el exilio, e incluso en lugares que ellos mismos eligieron, encontrará interpretaciones absolutamente diferentes de cómo ven la aplicación del derecho al retorno. Claro. Las personas tienen diferentes puntos de vista si, por ejemplo, ahora están refugiadas por segunda vez en el Líbano, después de salir del campo de Yarmuk destruido, o si viven…
-En Siria, sí.
-Sí. Tendrán una perspectiva diferente. Pero ese no es el punto. El punto sobre el derecho al retorno no es en este momento su viabilidad, sino ¿qué es lo que indica? Y tenemos un ejemplo horrible de eso, que, por supuesto, los medios de comunicación occidentales han ignorado totalmente, y creo que a propósito.
No recuerdo si lo he mencionado en el libro, pero yo lo mencioné recientemente en un artículo. El único país vecino de Siria que no recibió a un solo refugiado, el único país, es Israel. Todos los otros vecinos de Siria, con todos sus problemas internos, con toda su pobreza, con todos los aspectos más negativos de sus regímenes, no rechazaron a las y los refugiados de Siria, y les dieron refugio. El único país que no lo hizo fue el vecino más rico de Siria.
Ni siquiera tendió la mano desde un punto de vista humanitario –olvidémonos de la política– para decirle a la gente que vive en Yarmouk: “Sabemos que sus hermanos y hermanas que viven en Galilea (y no estoy usando el término metafóricamente: sus hermanos y hermanas, sus sobrinas y sus primos reales) están esperándoles para recibirles, para darles una solución temporal al infierno en el que están viviendo”.
Lo único que Israel está haciendo es recibir en sus hospitales a algunos de los combatientes islámicos más fanáticos; los cura y los envía de nuevo para que continúen la guerra en Siria. Esto te muestra lo que significa el derecho al retorno. Y de un cuarto de millón de personas desplazadas internas palestinas, Israel se niega a permitirle a una sola de ellas regresar a sus aldeas demolidas. Y todo tiene el mismo origen.
Así que si usted utiliza razones pragmáticas para explicar por qué el derecho al retorno es una utopía y no es factible, usted está diciendo que oponerse al racismo sionista es una utopía y no es realista. Bueno, si ese es su punto de vista, allá usted. Yo considero que luchar contra el racismo es la misión más realista, menos utópica, que he asumido en toda mi vida adulta.
-Así que para usted es tanto una cuestión de principios, de valores universales, así como la base fundamental de algo que en realidad podría funcionar en el futuro.
-Absolutamente. Usted sabe, hay investigaciones famosas de Salman Abu Sitta, quien mostró que la mayoría de la población refugiada podría asentarse en sus lugares de origen sin quitar a una sola de las personas judías que viven allí. Y hay mecanismos para reasentar a personas retornadas, se ha hecho antes.
Y para curar las heridas, no sólo en Palestina, sino también en el resto del mundo árabe, habrá que ponerle fin al problema de las y los refugiados palestinos. La única manera es reconocer el derecho individual de cada una de ellas, ya sean muchas o pocas las que decidan regresar.
Si usted empieza a hablar del problema de la implementación en un país que gustosamente recibió a un millón de judíos y judías de Rusia sin ningún problema de infraestructura, entonces está cayendo en la trampa de eludir la pregunta: ¿Por qué Israel rechaza el derecho al retorno?, y no si el derecho al retorno es factible.
Yo creo que, por supuesto, es posible y es factible. La paz es posible, la reconciliación es posible. Lo hemos visto en Sudáfrica. Lo que es muy difícil es convencer a la gente que tiene todos los recursos naturales en sus manos, todos los privilegios, toda la tierra, que tiene que redistribuir esos activos para que todos puedan vivir en una relativa paz con justicia.
Traducido por María Landi / DSL