Eduardo Mayordomo •  Opinión •  20/08/2023

80 aniversario de la caída de la célula comunista en Navarra

Defender la memoria de la Navarra antifascista de los años 40

Uno de los objetivos de los partidos políticos de derechas, en su afán por blanquear la dictadura franquista, ha sido y es eliminar todo aquello que tenga que ver con la Memoria Histórica, ya sea suprimiendo los organismos creados, derogando leyes o quitando los reconocimientos públicos en calles y plazas. 

Esta planificada política no solo trata de esconder a las futuras generaciones la historia de nuestro país, sino también los nombres y los apellidos de aquellos hombres y mujeres que lucharon en nuestros pueblos y barrios por la libertad y la democracia a lo largo de todos y cada uno de los años que duró el régimen fascista. Porque la lucha antifranquista no nació en los años 60 ó 70, sino que fue una constante desde el mismo 1939, también en Navarra.

Una muestra de esta ejemplar oposición a la dictadura, de la tenacidad de sus protagonistas y de la crueldad del régimen la encontramos en Pamplona en agosto de 1943. Hace ahora 80 años, un 23 de agosto, eran detenidos los militantes de una recién creada organización comunista en Navarra. 

A pesar de que unos meses antes, en la misma ciudad, la policía había detenido y mandado a prisión con condenas de hasta 30 años de cárcel a una decena de miembros del PCE, entre ellos Jacinto Ochoa, Pablo Iriarte, Felipe Celay, Irene Soto o Cruz Juániz, el compromiso político y social impulsó a un nuevo grupo de jóvenes navarros a tomar el relevo y recomponer el Partido Comunista. 

La estructura caída en 1943 estaba compuesta por militantes afincados en Pamplona y otros que habían llegado de Francia para colaborar en la reorganización del PCE. Entre ellos se encontraban Fernando Gómez Urrutia, Miguel Gil Isturiz y Ramón Echauri Esparza (encargados de la organización), Julio Fernández Alonso, Vicente Rey Ciaurriz (enlace entre la organización en Pamplona y el Comité Central en Francia), Francisco Rey Ciarruiz, Teodora Serrano, Julia Bea Soto, Martín Gil Isturiz y Emilio Orradre Inda, en cuya casa se celebraban las reuniones.

En el poco tiempo que se mantuvo activo este grupo, desarticulado ese 23 de agosto de 1943, su actividad se centró, por una parte, en dar apoyo a los grupos que ayudaban a cruzar a los militantes antifranquistas los Pirineos y, por otra, a distribuir los medios impresos del PCE. Además del histórico ‘Mundo Obrero’, también les llegaba desde Francia ‘Reconquista de España’, cuya cabeza pensante era Jesús Monzón, otro navarro que en aquellos años lideraba la política de Unión Nacional que impulsó el PCE con la intención de ganar adeptos entre grupos como los carlistas que, aunque habían luchado en las filas golpistas, se veían cada vez más arrinconados por el franquismo.

Además, con los pocos materiales y humanos que contaban, esta célula comunista fue capaz de publicar un pequeño boletín dedicado a la actualidad navarra: el ‘Amayur’, un suplemento del ‘Reconquista de España’ conformado por dos páginas mecanografiadas, que dejó de existir tras la caída de este grupo.

Si Martín Gil era el viajaba clandestinamente desde Francia a Navarra para ayudar en la reorganización del PCE y traer a este lado de los Pirineos propaganda y las directrices del partido, Vicente Rey era quien, utilizando sus continuos viajes como masajista de Osasuna, estaba encargado de distribuir parte de ese material en diferentes localidades.

Pero toda esa estructura cayó cuando, debido a un confidente policial apodado ‘Trilita’, Fernando Gómez fue apresado en la Estación de tren de Pamplona. La Policía sabía que ese día tenía pensado coger un tren para ir a Madrid y reunirse allí con los dirigentes del PCE que habían resistido a las últimas detenciones. A Fernando le cogieron un rodillo para una multicopista que tenía en la casa de Teodora Serrano. A Dora la detuvieron inmediatamente en la tienda de ultramarinos de la calle Descalzos en la que trabajaba, aunque tuvo tiempo de deshacerse de la mayor parte de las publicaciones que le habían hecho llegar desde Zaragoza escondidas en una maleta. Si al grueso del grupo lo arrestaron en Pamplona, a Martín Gil le dio tiempo a programar su huida a Francia, ocultándose en Oroz Betelu junto a Emilio Orradre. Desgraciadamente, aunque este último logró escapar y cruzar la muga, Martín no corrió tanta suerte y fue hecho prisionero, tras ser alcanzado por un disparo de los agentes que acudieron a la casa en la que se encontraban a detenerlos.

A pesar de la corta y liviana actividad política que había realizado esta célula y de las pocas pruebas en su contra, el régimen franquista  -un firme aliado esos años de la Alemania nazi-, no dudó en utilizar toda las medidas represivas que tenía a su alcance. De ello se ocupaban los jueces del Tribunal Especial contra la Masonería y el Comunismo. El juicio se celebró en julio de 1944. Martín Gil Isturiz fue quien peor suerte corrió: sería fusilado el 13 de octubre de 1944 en Alcalá de Henares. Mientras, Fernando Gómez y Francisco Rey fueron condenados a 20 años, Julia Bea a 15 años, Miguel Gil a 12 años y Dora Serrano a seis años de prisión. El resto lograron salir absueltos.

Para hacernos una idea de la ‘pasta’ de la que estaban hechos estos hombres y mujeres, podemos recordar los casos de Julia Bea y Ernesto Gómez Urrutia. La primera, antes de ser detenida ese 23 de agosto, ya había tomado parte en las anteriores intentonas de reorganizar el PCE en Navarra, librándose de la cárcel hasta ese 1943. Pero ni la prisión pudo con ella. Tras quedar libre, y desde su exilio en Francia, luchó y militó hasta el último día de su vida en 1989. Por su parte, Ernesto, que fue uno de los pocos que esquivó el golpe del 23 de agosto, tuvo el coraje y la determinación de volver a reorganizar el PCE meses después de las detenciones de, entre otros, su hermano. Tuvo que escapar y exiliarse, primero en Francia y luego en México, en agosto de 1946, acechado por la Policía ante una nueva ola de detenciones de comunistas en todo el Estado.

No hay que olvidar que luchar contra el franquismo en esos primeros años de la posguerra no era precisamente fácil. Se calcula que durante la década de los años 40, más de diez españoles eran fusilados al día por su ideología: 40.000 en total durante esos diez años.

Por todo ello, recordar hoy, 80 años después de su detención, a estos militantes comunistas navarros, volver a traer al presente sus nombres y apellidos, sus anhelos de igualdad y libertad, las fotografías de un famélico Fernando en la cárcel, la de Julia Bea en la prisión de Segovia, la convicción comunista de Miguel hasta el último día de su vida o las cartas que mandaba Martín a su padre antes de ser fusilado… es no solo un acto de memoria, sino también de justicia y rebeldía democrática. Rebeldía ante quienes, como el PP y VOX, quieren derogar la Ley de memoria histórica en Aragón; pero también ante quienes siguen sin poner los medios necesarios para rescatar de las cunetas a las y los navarros asesinados, a quienes mandaron derruir la antigua cárcel de Pamplona o a quienes mantienen en pie en pleno centro de la capital el ‘monumento a los caídos’.

Eduardo Mayordomo Carrasco

Comunicación del PCE-EPK de Navarra


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